LILIAN NEUMAN
B arcelona. 10/05/2006 (La Vanguardia).- Que los premios sirvan para dar a conocer un libro como éste es una buena noticia. Este premio Alfaguara 2006 se lo ha llevado una novela negra, furiosa y trágica: Abril Rojo. Pudor es la anterior novela de este escritor, traductor, guionista (y etcétera) publicada por la misma editorial, una novela diferente de esta última (tal vez cierta íntima locura en algunos de los personajes sea la única seña de identidad, además de la firmeza narrativa).
Pero aquella era una historia de sentimientos y anhelos (entre otras cosas) y esta última es una feroz narración, un thriller político que enfoca la realidad de Perú en una de sus etapas más difíciles. Según declaraba en una entrevista, antes de abandonar su país, Santiago Roncagliolo (Lima, 1975) trabajó en la oficina de Derechos Humanos. Mejor citarlo: "Eran los últimos años de Fujimori y existía el fantasma del terrorismo pero no existía aún el fantasma del terrorismo de Estado". Evidentemente, lo que significó abrir legajos e informes sobre desaparecidos produjo en el autor una impresión similar al de su protagonista, el fiscal Félix Chacaltana Saldívar.
Este buen hombre (bien, al menos es puntilloso, cree que hay que hacer cursillos para desempeñarse en tal o cual puesto, por ejemplo, e insistirá en que se cumpla el reglamento en una tierra sin ley) está muy orgulloso de regresar a su ciudad natal, Ayacucho, donde Sendero Luminoso tuvo una gran y grave presencia. Allí es destinado en vísperas de elecciones para que todo suceda sin contratiempos. Pero es que desde el principio no se entiende qué podrá hacer este hombre en ese territorio en donde, por una parte, la única verdad puede ser la verdad oficial (y dicha de un puñetazo por el uniformado de turno) mientras, por otra, el flamante caso de un macabro asesino en serie debe ser tapado para no afear la ilusión de democracia.
Según las fuerzas del orden, los terroristas (los terrucos) han pasado a la historia. No queda ni uno vivo. Y los que quedan están encerrados, como testimoniará uno de ellos, en el infierno. Sin embargo, cada vez que el fiscal Chacaltana llega a un sitio (en plena Semana Santa, a modo de trágica comparsa), al poco tiempo allí aparece un cadáver descuartizado. Su misión se convierte en investigación tenaz, luego en un peligroso periplo entre bambalinas, hasta llegar al borde mismo de la tierra, y de rodillas, con la mirada puesta en una fosa común. Tras los telones oficiales, está la verdadera y endemoniada historia.
El autor ha creado un protagonista analfabeto (pero no puro, qué va, al contrario, Chacaltana es más bien de una peligrosa pureza) al que instruye paso a paso. Y cuando empieza a entender algo ya es demasiado tarde. Le ha dado una historia oculta que le dejará pensando y loha rodeado de importantes y verosímiles personajes. Pero no ha inventado el horror que lo rodea. Y que esto último no suene a defecto, al contrario. Superar en imaginación el sistema de represión policial y militar ejercido por las dictaduras en Latinoamérica, narrar una guerra que se convierte en otra cosa que no tiene nombre, estos eran algunos de los (tremendos) desafíos.
Este hallazgo narrativo puede llamarse como el lector quiera: llámele, lector, crónica, llámele novela negra (y por una vez no oiga a los que todavía hoy descalifican un género que ha dado libros como éste o como Plata quemada, de Ricardo Piglia). Llámele como le parezca mejor. Pero, sobre todo, lea esta novela.