Rancho Las Voces: Artes Plásticas / Elena Poniatowska entrevista a Pedro Friedeberg
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domingo, abril 04, 2010

Artes Plásticas / Elena Poniatowska entrevista a Pedro Friedeberg

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Pedro Friedeberg con una de sus obras, en la galería Pecanins, durante una entrevista con La Jornada, en febrero de 2004. (Foto: Yazmín Ortega Cortés)

C iudad Juárez, Chihuahua. 3 de abril 2010. (RanchoNEWS).- La casa de Pedro Friedeberg es un jardín secreto. Allí las rayas, los círculos se aprietan con una gran fuerza expresiva. Son simetrías hechas con una delicadeza y una minuciosidad extraordinarias. Línea tras línea surgen los caballos, las flores, las escaleras. Una entrevista de Elena Poniatowska para La Jornada:

Lo que sucede en la cabeza de Friedeberg es un misterio, un mecanismo que debe haberse desencadenado en la infancia y le llenó los ojos de formas, espacios y perspectivas con las que él jugó y a las que convirtió en un eterno rompecabezas.

No sólo es ingenioso Pedro, su obsesión tiene mucho de angustia. El espacio en blanco es un abismo en el que puede desaparecer y hay que llenarlo con líneas repetitivas o cerrarlo con círculos, cuadrados, rectángulos apasionados y febriles.

Yo tenía tres años cuando llegué a México de Alemania. De niño vivía muy cómodamente, porque en esos años podías vivir sin dinero y de todos modos tener criadas y pasarla bien. Primero en una casa de una abuela, quien en realidad era la mamá del segundo marido de mi mamá; en una casa porfiriana toda destartalada, maravillosa, en la colonia San Rafael.

Era una abuela alemana que vivía aquí desde 1910 y me encantaba la atmósfera decadente y las muchas criadas que nos atendían, pero todo muy desordenado. Los muebles habían sido traídos de Europa pero con la guerra había una atmósfera de miedo y de histeria que se apagaba en la casa de mi abuela, porque era muy fácil la vida en México y mi abuela era buena conmigo y con las criadas.

Vivíamos cerca del gran mercado de flores e íbamos en tranvía; dos boletos por 15 centavos, y bajábamos en el mercado de flores y mi abuela compraba así de flores y luego las repartíamos en los cuartos y luego allí a la vuelta estaba la dulcería Larín, ¿te acuerdas de Larín? Hacían figuras de chocolate: conejos, patos, tenían moldes europeos. Yo tengo algunos de esos moldes y toda mi infancia era así como de cuento de hadas.

En las tardes, las criadas me llevaban a una feria al lado del Monumento a la Revolución y me subía en una cosa que se llamaba «El látigo» y en otra, «El avión del amor», y aprendí a patinar en ruedas en una pista a los cinco años. Me caía, pero las criadas sí patinaban y después de cuatro o cinco caídas yo me sentaba nada más a ver…

Cuando oscurecía, «ay, tenemos que regresar», íbamos a comprar carbón porque la cocina era de carbón, cargábamos unas bolsas llenas de bolitas negras, el carbonero estaba todo negro y su esposa también.

«Y regresábamos a la casa y ellas prendían el carbón, tenían que encenderlo durante varias horas y luego hervían los frijoles toda la noche y una de las criadas tenía que levantarse de la cama para ver que no se quemaran y luego en la mañana ya estaban los frijoles.

Para mí todo eso era fascinante. Pero después ya me llevaron a vivir a la colonia Del Valle, que era más cuadrada y menos poética, vivimos en una casa que era de los Martínez Negrete. ¿Te acuerdas de Francisco Martínez Negrete? Ya como en 1948 o 50 un arquitecto muy amigo de mis papás les ofreció un terreno en el Pedregal de San Ángel, en el que sólo había seis casas hechas por Max Cetto, un gran arquitecto de la Bauhaus, muy bueno en sus tiempos.

Luis Barragán había hecho dos casas y entonces mis papás se enamoraron de El Pedregal y nos cambiamos a vivir allá, pero no me gustó vivir tan lejos, porque tenía yo que tomar tres camiones para llegar a la ciudad. Era muy glamoroso vivir en una casa moderna en El Pedregal.

Mis padres me enviaron un año a estudiar arquitectura a Boston. No me gustó porque hacía un frío horrible y además me hacían estudiar ingeniería y todo el día me escapaba yo a un lugar precioso: la Boston Public Library, una de las bibliotecas más grandes del mundo, un edificio precioso de 1900 que está todo decorado con murales de la Belle Epoque, de Sargent. Podías pedir cualquier libro y en dos minutos te lo traían, una maravilla, una primera edición de Balzac, una de Stendhal, yo me sentaba y subía al cielo.

Al año regresé a México y me mandaron a la Universidad Iberoamericana a estudiar arquitectura con Mathias Goeritz y él me encantó, pero sólo estudié tres años y luego lo dejé, porque todos los arquitectos eran como Mies van de Rohe, todos eran Enrique Carral y Augusto Álvarez, claro que estaba Luis Barragán, pero él no daba clases.

Luego vinieron los años en que Friedeberg se divirtió fabulosamente, los del auge de la Zona Rosa, en que se encontraba con Juan de Dios Moreno, Jaime Chávez, Ignacio Orendáin, y jugaba al ajedrez con Javier Girón; una época muy loca, desenfadada y creativa en torno a la galería de Antonio Souza, quien tenía un ojo para descubrir a quienes serían los grandes pintores.

Muchas mujeres muy bellas giraban en torno a la Galería Souza: Wanda y Lala Sevilla, Ruthie Davidoff, Eugenia Rendón y otras que enloquecían con las ocurrencias de Antonio Souza, el de la galería en el Paseo de la Reforma.

Friedeberg descubrió otro modo de vivir y creó la famosa silla en forma de mano que causó sensación y se convirtió en la portada de la revistas Life, House and Garden, Vogue, Tropic y en México causó verdadero furor. No sólo hizo sillas-mano sino también sillas-pie que se vendieron como pan caliente, además de relojes enmarcados por manos, estrellas y lunas a los que llamó Tichenor Time, por su devoción por la pintora Bridget Tichenor.

Poco tiempo después, a raíz de un viaje para ver el santuario de las mariposas Monarca, vinieron las sillas mariposa que también tuvieron muchísima demanda. Ya para entonces, Pedro se había casado con Wanda Sevilla, vivía en el mismo edificio que Antonio Souza, en el Paseo de la Reforma, se vestía de cebra, de tigre y daba fiestas extraordinarias en que todos se sentían reyes del mundo. Así se lo decía tu tía, Guadalupe Amor, quien me seguía a todas horas y me estimaba mucho, era muy perceptiva, muy fina como lo fue Bridget Tichenor. Pita hacía una gran entrada y cualquier cosita la hacía recitar: «Aquí estoy en el castillo del rey Maximiliano II de Baviera, aquí estoy en el palacio del Rey Midas, aquí estoy en el centro de la pirámide».

Se presentaba a cualquier hora. ¡Qué memoria tenía, veía cualquier objeto y se ponía a recitar a Lope de Vega, a Federico García Lorca, a San Juan, a Rafael Alberti, a Sor Juana, era algo increíble. ¿De dónde sacaba tanta memoria?

Desde muy joven, a Pedro Friedeberg le interesaron los excéntricos, todos aquellos que salían del patrón establecido. Antonio Souza era un fenómeno, Chucho Reyes, Fito Best Maugard, Miguel Covarrubias y Rosa, su esposa; también María Félix era un fenómeno bastante desagradable por mala actriz, intensa e impositiva, pero era bellísima y conversaba hasta las tres, cuatro, cinco de la madrugada como una reina. Sus respuestas rápidas, como latigazos, eran muy ocurrentes.

Leonora Carrington, Alejandro Jodorowsky, Bridget Tichenor –que fue mi gran amiga– también eran excéntricos, Alice Rahon y José Luis Cuevas, Mathias Goeritz, Remedios Varo y tu tía Guadalupe Amor que me seguía a todas horas y a todas partes. Ya no hay excéntricos en México, pero Edmundo LaSalle fue un gran excéntrico, también lo fue Francisco Luis de Iturbe, a quien le decían Panchito y llegó con una negra de dos metros, despampanante, senegalesa, y nos dijo: «Les presento a mi nueva esposa», y era una mujer que no sé dónde la había rentado sólo para deslumbrarnos.

Panchito es un ser muy especial que sólo está en México tres o cuatro meses al año, el resto del tiempo vive en Barcelona y yo lo veo con gusto porque es muy culto, muy informado, sabe mucho de historia mexicana, y el otro día me envió un tratado: Los orígenes de Victoriano Huerta, que escribió y no sé de dónde sacó toda la información.

Huerta era un hombre malísimo que salió de un pueblo chiquito en Jalisco, no era nadie Victoriano Huerta, por eso fue un hombre tan malo. Era un horror, un asesino.

Otra excéntrica que me fascina fue Nahui Ollin, la del doctor Atl, aunque lo malo es que todos pagan muy caro su excentricidad. ¿Tú conoces a la Marquesa Cassati que Roberto Montenegro pintó en Venecia en 1915? Se paseaba por la calle con unos leopardos y era muy bella, fue amiga de Boldini, de Von Dongen, por allá por 1925.

Ahora México es muy burgués, la gente educada es muy burguesa y si eres demasiado original te desprecia y si eres demasiado inteligente les aburres, porque no te entienden y ellos nada más quieren hablar de chismes y de los problemas con las criadas, como bien lo dijo Ira Furstemberg de von Hohenlohe, quien consideró que los burgueses mexicanos no tienen conversación. En Francia, aristócratas como Marie Laure de Noailles y su marido apoyaban al cine, al surrealismo, a la pintura, al teatro pero en México, ¿quién? ¿Quién hace eso? Nadie.

Antonieta Rivas Mercado también era una excéntrica, muy sui generis para su tiempo…

Es que se necesita una gran dosis de valor para serlo, ¿no?

Sí, de ambición y dinero. Que seas independiente. Si no eres independiente, no puedes ser excéntrico. En México tampoco puedes tener un salón como se tenía en París, porque la gente es tan impuntual que no hay modo de recibir a la duchesse de Clermont Tonnerre, por ejemplo, o la que se volvió la duchesse de Guermantes, de Proust, que te recibía cada lunes exactamente en su casa de cinco a siete, pero en México la gente llega las ocho y media, ya cuando la duchesse está en otro mundo.

Muchos jóvenes que se detenían durante un buen rato a examinar los cuadros y luego regresaban al día siguiente a estudiarlos visitaron la exposición de Pedro Friedeberg en Bellas Artes. Permaneció tres meses. Aunque en Bellas Artes los organizadores no ponen un libro para que los visitantes apunten sus opiniones, los comentarios fueron muy elogiosos. «No se me ocurrió a mí poner una libreta, y si no la ponen los de Bellas Artes, pues yo no la voy a poner. Luego también te escriben insultos.

«Antes exponía mucho en San Miguel, donde hay una galería de arte de una señora española muy divertida, Carmen Massip, quien desafortunadamente murió, y allí muchos me elogiaban, pero muchos otros ponían groserías, aunque a mí me divertían más que las alabanzas. Además, creo que tus enemigos tienen razón, porque todos tenemos un lado blanco y uno negro».

(Muchas torres de Pisa) San Pascual Bailón, El Niño de Atocha, la Mano milagrosa, retratos de Friedeberg hechos por José Luis Cuevas, pero unos se parecen y otros no.

¿No quieres un agua de jamaica, un café, un tequila?

No, estoy bien. Perdóname, yo creía que estaban tirando tu casa.

No, se cayó toda una vez, hace un año, todo el techo; me fui de viaje y entre tanto las termitas se comieron las vigas de madera, porque esta casa tiene 85 años, y cuando regresé estaba toda la casa en el piso.

Es una casa maravillosa.

Vivo aquí desde hace 10 años, porque antes vivía en San Miguel Allende, donde me quedé 17 años. Antes viví en Paseo de la Reforma en el edificio maravilloso de Valente Souza. Todas mis casas me han gustado, pero ésta la encuentro particularmente encantadora, porque es la de mi tercera edad. Tengo 114 años pero me siento de 18. Ya los números no cuentan, ¿qué importan los números? Esta casa es mi tercera colección, porque cada vez que me divorcio le regalo una colección a mi esposa. Me he casado tres veces, primero con Nancy, quien era de Honolulú; luego con Wanda Sevilla, y luego con una maravillosa persona que se llama Carmen Gutiérrez, que vive en San Miguel Allende y con quien tuve dos hijos espléndidos. Ahora estoy solo y me encanta estarlo, aunque vivir así es difícil, pero vivir a deux es aún más difícil. No es infernal, pero es un poco latoso.

¿Cómo fue el grupo de «los hartos»?

Era una época «anti» muy difícil, todo tenía que ser mexicano; la globalización le hizo mucho bien a México en ese aspecto, porque se abrieron mucho a un mundo europeo, por lo menos. A los gringos los trataban los mexicanos con mucha renuencia, aunque los imitaran en todo, porque México es un país muy contradictorio. Piensa en lo que significa que el país más rico del mundo viva en el país más pobre de Latinoamérica, nosotros somos el país más pobre en población, tenemos más pobres que Nicaragua, Guatemala, Honduras, Perú Argentina, Venezuela o Ecuador; eso me parece terrible, o por decirlo de otro modo, surrealista. Y además me parece tremendo que los mexicanos estemos muy orgullosos de que aquí viva el hombre más rico del mundo, nos parece glamoroso.

Iniciamos «los hartos» Chucho Reyes, José Luis Cuevas, Mathias Goeritz, Antonio Souza; Alice Rahon estaba muy enojada porque no la invitamos, agredió a la gallina Inocencia, que también estaba harta: una gallina roja que puso un huevo para la exposición… Mathias quería que todos fueran creadores, pero anónimos, como en la Edad Media, como los constructores de las catedrales góticas, de quienes nadie sabe sus nombres o los tienen grabados en el interior de las piedras para que no se vean.

Pero tú no te consideras a ti mismo un artesano, ¿o sí?

Sí, ¿por qué no? Claro que sí. Si yo viviera en el año 1200 estaría en un monasterio dibujando estas iniciales maravillosas que no están firmadas, estos libros hechos a mano que no están firmados y sus iluminaciones fantásticas.

Pero, ¿de qué vivirías?

¿Pues de qué vivían esos monjes? De la caridad pública. Óyeme, tu grabadora es antediluviana…

¿Atacaron a «los hartos»?

No, no los tomaban en serio; éramos como chiste, pues es un chiste, era como un movimiento neodadaista.

¿Cuál es la función del esnobismo? ¿Qué significa?

Antonio, por ejemplo, decía una frase de Valéry: «La noblesse est la condition mistique de la liqueur seminale». También decía otra frase de Maeternick o de alguien así que dice: «L’homme ne commence qu’au baron», porque tiene el título de barón. Bajo eso ya no hay nada. Yo estoy totalmente de acuerdo con el esnobismo, creo en la aristocracia, no sólo la de los reyes, sino la aristocracia de aquí… y la de la poesía y de la música y del arte, sólo que veo que 90 por ciento de la humanidad no tiene ningún feeling.

¿Sientes que en México hay un feeling para tu obra, hay una respuesta?

Ahorita sí; a mi exposición en Bellas Artes asistieron 200 mil personas y muchos jóvenes que se detenían ante cada cuadro porque hay mucho que leer y que estudiar y les gustaba, no sé si les gustaba pero les interesaba mucho por lo menos. Siempre, desde hace muchos años, tuve un poco de reconocimiento entre cierta gente. En México no, pero en Nueva York, de mucha gente.

Es que a las Amor, después de la cena las hacían leer y recitar… ¿Quienes fueron tus amigos pintores?

Pancho Corzas, quien murió de pulmonía, pero bebía muchísimo, cuando no podía abrir las botellas les rompía el cuello de la impaciencia, y aunque le cayera vidrio al vino se lo tomaba; generalmente bebía vino. Fui con él a Buenos Aires y se compró muchas cajas de vino y luego se le olvidaron en el hotel, gastó como 500 dólares en vino, todavía estaba muy bien de la cabeza. De Gironella no fui amigo, una o dos veces vino a la casa y bebió mucho y nos divertimos mucho y él tenía una novia que era muy amiga de Wanda, que se llamaba Magdalena Classing, quien era una chica muy guapa; él a veces era muy simpático, pero cuando empezó a meter sus latas de sardinas en sus cuadros se volvió muy sangrón.

Admiro a Magritte, es genial, es de los más grandes del siglo XX. Steimberg es mi favorito, para mí es mejor que Picasso, son más chistosos sus libros con todas sus caricaturas, cómo caricaturizó a los italianos, a los franceses, a los gringos, incluso a los mexicanos, con una línea nada más. Sus dibujos, que salían en el New Yorker, son increíbles. En México tenemos pintores maravillosos, como Nahum B. Zenil; se me hace como una especie de Frida Kahlo en gay. También Castañeda, que vive en Madrid y quien hace una pintura sicológica, y Cauduro, quien pintó unos murales en el Palacio de Justicia, es muy bueno, muy bueno.

Creo que tenemos mejores pintores que en Estados Unidos, como que hay una tradición muy arraigada, aunque estemos atrasados como un cuarto de siglo y eso es muy bueno para el arte, porque se conservan las tradiciones y las artesanías, y no hay esa eterna carrera de estar a la vanguardia, que creo que hace mucho daño.

A Helen Escobedo la admiro mucho y entiendo lo que quiere decir y todo, pero ella misma dice que quiere ser efímera y a mí me gusta más lo antiefímero, lo que dura, como la Capilla Sixtina o la Catedral de Chartres o la iglesia de Tonantzintla, que me parece el lugar más mágico de México como iglesia churrigueresca, son primas hermanas lo churrigueresco y lo barroco y lo rococó, ¿verdad?

Leonora siempre hizo grupo con los ingleses, no con otros. Los que llegaban a México de Inglaterra inmediatamente la buscaban, como Aldous Huxley; también María Félix iba a posar a su casa, para que la pintara; se quitaba todo, con los senos de fuera, unos senos muy bonitos… El British Council…

Y a ti Pedro, ¿eso te llama mucho la atención?

¿La impuntualidad?

No, el mundo de los duques…

Antes era yo muy proustiano y me lo sabía yo de memoria, pero ahora ya me aburrió un poco. Ahora el que me gusta mucho más, que me parece mucho mejor que Proust es un inglés que se llama Ausbert Sitwell, quien escribió su autobiografía en cinco tomos, que son maravillosos, porque me fascinó esa vida de la superaristocracia inglesa. Vivía en Londres pero viajaba mucho al sur de Italia y tenía un papá absolutamente extravagante que tenía un castillo medieval maravilloso lleno de lechuzas, cerca de Florencia, en Monte Guffoni, en 1923, y toda la familia que la pintó. Sargent veraneaba allí; la mamá se llamaba, Lady Londonnery, y el papá era sir George Sitwell. El padre de ellos hizo muchísimo dinero con los trenes y con todas las invenciones del siglo XIX, pero resultó una familia totalmente disfuncional, porque la madre sólo quería jugar bridge y sólo quería andar en los coches inmensos de la época, y el padre escribía tratados sobre quién había inventado qué en el siglo XIV.

La madre, que era muy amiga de la queen Mary (cleptómana), inventó en la Segunda Guerra Mundial enviarles huevos hervidos a los soldados en unos recipientes cúbicos, un portentoso invento, pero nadie le hizo caso. Si te gusta Proust, te va a gustar mucho Sitwell.

Wanda leía puras porquerías y Lala también era bastante frívola, pero muy ingeniosa al mismo tiempo. No sé de dónde sacaban tanto ingenio, le ponían apodos a todo mundo y siempre daban en el clavo. Eran dos mujeres muy perceptivas, muy inteligentes, pero yo no extraño esos tiempos, ya estoy como cansado, quiero trabajar más en mis cosas y ellas no me dejaban de tantos cocteles. Entre más viejo me vuelvo, más temprano me levanto y ahora trabajo desde las siete y media de la mañana y termino a la una. En los tiempos de Wanda Sevilla yo me levantaba a las 11.

Pinto cinco horas en la mañana y trabajo a pesar de las interrupciones, siempre las hay. Ya en la tarde me pongo a escribir cartas, porque como no tengo computadora tengo que hacerlo a mano, y debería yo tener secretaria. Los papeles son mortales. Escribo en inglés y todo eso es time consuming. En Nueva York, quien vende mis cuadros es Reina Henaine, quien es mexicano-libanesa y vive entre Nueva York y México. Hice dos exposiciones con Inés Amor. La galería que más éxito tiene en San Miguel Chapultepec ahora se llama Kurimanzutto y expone a Gabriel Orozco.

Fui muy amigo de Alice Rahon, menos de Wolfgang Paalen, pero mis padres eran muy amigos de Paalen. Mi madre tiene todos sus libros. Ella tiene 95 años, vive en Querétaro y está bien, un día sí y un día no, pero ahora voy a hacer algo bastante difícil que es llevarla a Alemania en barco, porque un sobrino nieto de ella se casa en Dresden y quiere ir y me tengo que ir con ella, pero nos vamos en barco. Tengo que llevarla a Nueva York en avión. Ya una vez de que te vas en barco todo es muy fácil, pero no sé qué va a pasar, porque ella me invitó a mí y yo invité a una de mis hermanas para que me ayude con mi madre, porque yo solo no puedo, aunque ya fui dos veces en el Queen Mary, que va desde Nueva York a South Hampton, pero ahora es un poco como La montaña mágica, de Thomas Mann, y el Titanic.


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