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Aurora Bernárdez y Mario Vargas Llosa, ayer en el homenaje a Julio Cortázar. (Foto: Carlos Rostillo)
C
iudad Juárez, Chihuahua. 4 de julio de 2013. (RanchoNEWS).- «¿Encontraría a la Maga?» (Rayuela)
¿Quién es ¿ ¿Dónde está? ¿La han visto? Y las miradas del pequeño salón la buscaban sin encontrarla. Hasta que Aurora Bernárdez con su pelo blanco entró despacito mientras creaba un camino de murmullos, se acercó a la mesa principal, se sentó en la silla acomodándose su vestido blanco estampado de paraguas, zapatos y mariposas rosadas para escuchar en silencio a Mario Vargas Llosa, a su lado, hablar de su marido: Julio Cortázar. Atendía serena los elogios y recuerdos, cuando el Nobel de literatura terminó de hablar, ella lo miró, y tras un suspiro le dijo con una sonrisa:
- Cuánto me ha gustado conocer a Aurora y a Julio, por el retrato que has hecho de nosotros.
Reporta para El País Winston Manrique Sabogal
Las risas de las 67 personas que estaban en el salón hicieron reír sonoramente a los dos. Así quedaba abierto oficialmente el juego de dos viejos amigos que una noche de diciembre de 1958 se conocieron en París. Ahora, 55 años después, evocaban no solo esa amistad, sino la del amigo más importante de entonces, aquel hombre de cabeza rapada, grandes manos que movía al hablar y de juventud indestronable que gozaba de la admiración de todos los que lo conocían. Aquella velada, el veinteañero Vargas Llosa estuvo hablando con una pareja toda la noche, sorprendido por la inteligencia de ambos y el ingenio de los dos para expresar ideas e intercambiar opiniones que hechizaban a todos. Solo al despedirse supo que se trataba de Cortázar y su mujer.
Con el tiempo el escritor argentino se convertiría en uno de los mejores amigos y en uno de los modelos y mentores de Vargas Llosa. Y las invitaciones que le hacían los Cortázar a su casa en verdaderos momentos de felicidad. Revelaciones de una conversación inédita entre dos amigos que, a veces, como adolescentes, se quitan la palabra uno a otro empujados por el entusiasmo de contar qué hicieron, qué han hecho, qué recuerdos siguen en su vida intactos. Y como dos amigos se siguen preguntando cosas que antes no se habían atrevido y que aprovechan en este homenaje Cortázar y el Boom Latinoamericano, en uno de los cursos de verano de El Escorial de la Universidad Complutense de Madrid, organizado por la Cátedra Vargas Llosa.
Las palabras se asoman por momentos en Rayuela. Entran y salen rápidamente de ella. Entran y salen, también, de la cómo era Cortázar («una de las personas más inteligentes que he conocido y con ideas muy originales sobre la literatura», cuenta Vargas Llosa); de cómo era su casa parisina («A la entrada tenía una pizarra con recortes de periódicos y más cosas pegadas con alfileres»); de qué autores habían traducido ambos («Aurora a Sartre, a Durrel y su Cuarteto de Alejandría, y a Italo Calvino»).
En aquella aún reciente noche de 1958 el mito y la leyenda en torno a Cortázar ya empezaban a tener forma. El Nobel peruano aprovecha el entusiasmo de Aurora Bernárdez para seguir en el juego de Yo pregunto y tú dices la verdad. «¿Es verdad que ustedes se presentaron a las pruebas de traductores de la Unesco en París y sacaron los dos primeros puestos, y que les ofrecieron un contrato fijo pero que rechazaron con el argumento de que preferían tener tiempo para leer y escribir?»
Sí. Y, tal vez, el primer puesto lo obtuvo Julio. Y le había podido servir para curarse del complejo de inferioridad. Aunque, después, cuando hicimos el curso para sacar el carnet de conducir lo obtuve yo primero.
Y, entre risas, las anécdotas se suceden en París, en Roma…
Porque Julio, como todo argentino que se respete, creía que el italiano era su segunda lengua. Pero no…
Su modestia era legendaria. Su viuda solo recuerda un atisbo de vanidad:
Recién llegados a París trabajó en una distribuidora de libros y un día llegó a casa, y muy serio, me dijo: «Yo soy el que hace mejor el paquete de libros». Y era verdad.
Más risas y más anécdotas que dan paso a la obra cumbre de Cortázar, Rayuela, cuyo éxito arrasó el mundo privado que los dos habían construido y cuidaban con celo. Lo convirtió en una figura pública.
El libro cayó como una bomba. Pero también tuvo adversarios que seguían atentos al otro Cortázar, al de los cuentos, que no es ni mejor ni pero, sino con otra visión.
Hasta que llega la pregunta que todos los lectores de Rayuela quisieran hacerle a Aurora Bernárdez: ¿Es usted la Maga?
No, dice ella sonriendo con su voz suave.
Y Vargas Llosa insiste: «¿pero si hay una persona física que se le parezca esa eres tú?»
No (dice ella de nuevo sonriendo pero categórica). No creo para nada eso, ni de lejos. La maga es un montón de palabras en un papel… Puede haber muchas. Pero tal vez puede estar inspirada en una amiga nuestra, pero ella se ofendió porque creyó que la palabra maga se refería a bruja… (Y Aurora Bernárdez ríe con picardía).
Cortázar, según Vargas Llosa, es uno de esos autores de gran generosidad, aconsejaba, por ejemplo, sobre los manuscritos que le enviaban los jóvenes escritores, «tenía una integridad intelectual y literaria que nunca traicionó». Pero el mundo Cortázar cambió, coincidieron Bernárdez y Vargas Llosa, unos años después de Rayuela debido a varios viajes que hizo él, por un lado a Cuba y a la India, en 1968, según su viuda:
En la India de golpe tuvo conciencia del dolor de estar vivo. Es cuando descubre que el hombre sufre muchísimo, y empieza a ser más político. Luego se va a la Argentina donde hay una historia política lamentable, aunque ahora no es que haya mejorado mucho. Él tenía migrañas y fue a un médico que, tras examinarlo, le dijo que lo que tenía no era una enfermedad, sino un estado de opinión.
Finalmente Vargas Llosa le pregunta: «¿Qué crees que va a quedar de Cortázar, su legado?»
No tengo idea. Hay que esperar otros 50 años más… Creo que Julio quedará en el repertorio de esos escritores ausentes que estarán siempre presentes.
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