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La protagonista, Anna Netrebko, le cedió el turno final en los aplausos.(Foto: El Mundo)
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iudad Juárez, Chihuahua. 6 de agosto de 2013. (RanchoNEWS).- No ha transcurrido ni un mes entre la embolia pulmonar por la que Plácido Domingo fue ingresado de urgencia en Madrid y el triunfo de esta noche en el festival de Salzburgo. Que redunda en la leyenda del monstruo por la importancia de la plaza y porque nunca antes Domingo había cantado el papel de Giacomo en Giovanna D'Arco, aunque los hitos musicales, indiscutibles, impresionan menos que el prodigio de la naturaleza: igual que el cáncer de colon fue para el cantante como un resfriado, la embolia pulmonar la ha interpretado como un simple estornudo. Una nota de Rubén Amón enviado especial de El Mundo:
Se entiende así el revuelo y los clamores que recogió Domingo a propósito de su reaparición. Fue necesario verlo para que el público se tranquilizara. Fue necesario escucharlo para convencerse de que no era un doble. Y fue necesario esperar al último compás para congratularse con la virilidad de este tótem operístico.
En caso contrario, no sería el cantante madrileño un fenómeno sin comparaciones en la historia de la ópera. Esta vez introdujo el papel número 144 de su carrera. Y no lo hizo por ánimo de competir en un placer onanista, sino porque Domingo no puede estarse quieto. Lo refleja, disculpen el anglicismo, un lema personal que podría figurar en su propio escudo de armas: If I rest, I rust (Si me detengo, me oxido).
Semejante inconformismo tuvo una sorpresa en clave de devoción que le proporcionó Anna Netrebko. Es ella el eje de la ópera y Juana de Arco hecha música, pero la autoridad y la credibilidad con que defendió el papel titular de la ópera no la impidieron ceder a Domingo el último lugar en el trance de los saludos.
Agradeció el detalle el cantante y entendieron los espectadores que Domingo pertenece a otra especie. Es decir, que los aplausos y los clamores no provinieron de la piedad ni de la condescendencia al sujeto convaleciente, sino de los méritos con que el artista se identificó con Verdi e hizo de su papel un ejercicio de sugestión y de sensibilidad.
Especialmente en el dúo final con la Netrebko y en el aria del segundo acto. La introdujo el violonchelo sobrentendiendo la afinidad al color y a la pastosidad de la voz del cantante, aunque Domingo siempre ha sostenido que su voz es como el chocolate a la taza, espeso, denso, intenso, aromático, embriagador para quien lo degusta Se entiende así la narcolepsia de los espectadores salzburgueses. Y la sincronía con que se pusieron de pie en cuanto la Orquesta de la Radio de Múnich despidió la ópera de Verdi con un gesto expiatorio del maestro Paolo Carignani.
Un duelo
Fue suya la versión en concierto de la ópera de juventud Verdi, como fue suyo el mérito de disciplinar los recursos que había sobre el escenario. Se impuso el oficio a la sensibilidad y prevaleció el criterio castrense sobre el artístico, pero es cierto que el verdadero espectáculo del festival estaba en la competencia de las estrellas.
Comenzando por Anna Netrebko, cuya evolución musical redunda en una voz más oscura, poderosa y dramática. Se envolvió en un traje solar para eclipsar como es debido la rivalidad de sus colegas, aunque no se lo pusieron fácil ni el carisma de Domingo ni la revelación de Francesco Meli en el papel del rey Carlos.
Debutaba el cantante italiano en Salzburgo y confirmaba su proyección de tenor lírico en un escalafón bastante necesitado de referencias. Meli aporta buen gusto y una magnífica dicción, pero además destaca en el fraseo y en la valentía con que acomete los pasajes agudos, previniéndose de que la Netrebko estuviera dispuesta ayer a acabar con el cuadro y a posicionarse de paso en la «pole» de la cuestión sucesoria.
Aludimos al hueco que dejaría vacante Plácido Domingo como máxima figura de la ópera. Y no porque anoche aportara razones al debate de una hipotética retirada. La voz está en su sitio y los tifosi también, como se desprende de los elegantes codazos con que matronas y mitómanos colapsaban el acceso al camerino del figurón.
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