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Crumb retrata la pesadilla de las familias estadounidenses, a finales de los 60: hippies que hipnotizaban a sus hijas (Foto: Archivo)
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iudad Juárez, Chihuahua. 8 de octubre de 2013. (RanchoNEWS).- El negocio del cómic es extraño, reflexiona Robert Crumb (Filadelfia, 1943). Profesional desde los años 60, ha logrado su mayor éxito en 2009. «Y es mi trabajo menos creativo. Sencillamente, me dediqué a ilustrar el primer libro del Antiguo Testamento.» Se refiere, naturalmente, a su Génesis (Ediciones La Cúpula). Aparentemente, nada que ver con la temática que le hizo famoso: personales obsesiones sexuales, ironías sobre la contracultura, evocaciones retro. Pero Génesis «ha vendido diez veces más que cualquiera de mis tomos anteriores. Con unas reacciones inesperadas: en Alemania, por ejemplo, pinchó. Y hubo cristianos fundamentalistas que se quejaron de que ¡no sugiriera el advenimiento de Jesucristo!». Una nota de Diego A. Manrique para El País:
Hoy, Crumb no se arrepiente de la experiencia: aprendió mucho. «Me asombra pensar que les leyes pensadas para un pueblo de pastores, gente inevitablemente salvaje y primitiva, rodeada de tríbus hostiles, todavía rijan a buena parte de la humanidad. Ahora me puedo reír pero no tiene gracia.»
Crumb ha hecho una de sus raras escapadas al mundo urbanizado. Ha dejado su casa en el sur de Francia y se halla en España para recibir el Premio BBK La Risa de Bilbao, otorgado por el festival Ja! de literatura y humor. Pregunta, eso sí, si la dotación económica viene de las arcas del Estado. No, el dinero lo pone un banco. «Mejor así, no estoy seguro que los que pagan impuestos quisieran que su dinero terminara en...alguien cómo yo. No, en serio: me siento agradecido de entrar en una lista de buenos escritores premiados. Para mí, lo esencial es el relato, la historia. Es cierto que he mejorado técnicamente como dibujante pero lo que todavía me motiva es narrar».
Asiente Santiago Segura, que participa en la entrevista y que le regala un pack completo de Torrente, con subtítulos en inglés (también le pide dedicatorias en tres libros). Unas horas después, Segura conversará en público con Crumb y ya manifiesta el ardor del verdadero fan. La charla deriva hacia Hollywood, un mundo que Robert detesta. No se trata únicamente de que le robaran uno de sus personajes más queridos, Fritz El Gato,para hacer dos películas que le indignan (más de lo que se merecen, pienso). También está la repugnancia que sintió al acudir a una ceremonia de entrega de los Oscar, por encargo de la revista Premiere. «No exageré en mis dibujos, los asistentes me parecían depredadores, reptiles. Daba asco contemplar cómo se transformaban físicamente cuando se les acercaba una cámara.»
Entiende, sin embargo, que el negocio del cine requiere perseverancia. «Yo tuve mala suerte pero admiro a tipos que saben jugar al juego de Hollywood. No me interesa gran parte del cine de Spielberg pero me impresionó su película sobre Abraham Lincoln. Está claro que es la obra de un hombre maduro, que sabe que la vida está llena de pactos y renuncias. Como le ocurrió al propio Lincoln. Emancipar a los esclavos no fue un acto de pura bondad: se trató de una jugada política, en la que influyó tanto la marcha de la Guerra Civil como las presiones de los negros libres».
También recomienda Blue jasmine, la nueva obra de Woody Allen. Pero, en general, en casa de Crumb, la programación audiovisual tiende a las primeras películas habladas, antes de que la industria del cine organizara su código de autocensura. «Los dibujos animados de Betty Boop son soberbios, rebosan imaginación e inventiva. También es cierto que no hay inocencia: transmiten ideología. No estaban destinados exclusivamente para los niños, estaban pensados para toda la familia. En las películas con actores, me encanta encontrarme con la sorpresa de músicos actuando, la típica escena del club nocturno o el vagabundo que se pone a cantar».
Crumb es posiblemente el miembro más destacado de la secta de coleccionistas de pizarras, discos de 78 rpm. «Ya sé que se han puesto de moda pero, cuando yo empecé, si querías conseguir grabaciones de jazz o blues, tenías que patearte los barrios negros, preguntando por las casas de personas mayores que podían tener placas antiguas. Ahora hay un mercado mundial vía Internet, donde puedes encontrar lo que quieras, aunque los precios sean aterradores.»
¿Qué encuentra Crumb en esos sonidos lejanos? «Una expresión auténtica. Un mundo en el que todos cantaban o tocaban algún instrumento. Esa era la norma antes de que llegaran la radio y el juke-box. Desde entonces, la música en directo está en retroceso. Y lo que se graba cada vez es más artificial». Hay esperanza, asegura. «Me encuentro con músicos muy jóvenes que dominan perfectamente el lenguaje del primer jazz de Nueva Orleans o el cancionero de las Apalaches. No podemos negar que Internet ayuda a la preservación de culturas olvidadas».
El de las pizarras es un mundo inacabable, explica. «Cuando yo me instalé en Francia, descubrí que había una cosa llamada bal musette, esencialmente la música de baile más popular y elemental. Antes de conseguir los discos, me encontré con miles de postales de grupos con acordeón, que tocaban en pequeños locales, sin amplificación. Ves las baterías y parecen de juguete.»
Habla sobre la grandeza de Django Reinhardt y el fenómeno que supuso la llegada de Josephine Baker. «Me interesa especialmente el momento en que entra el hot jazz en Europa. Afectó especialmente al público más cosmopolita, el resto de la población siguió con sus valses, polcas, mazurcas y demás.» No entra en el tango o en el flamenco, aunque sí posee algunos discos de La Niña de los Peines.
Habrán comprendido que Crumb prefiere tratar asuntos generales. Así que hay que agarrar al toro por los cuernos y preguntar si cree que la vida ha sido buena con él. «Desde luego. Hace cuarenta años, yo estaba permanentemente en crisis. Follaba mucho pero era una víctima de la revolución sexual, tomaba alucinógenos que me hundían física y mentalmente, no estaba seguro de mi rumbo profesional. Se supone que habíamos inventado los underground comics pero ya veíamos que aquello no daba para vivir decentemente. Nos aconsejaban que nos dedicáramos a la ilustración, que entráramos en la pintura, que nos comercializáramos. Pero yo no tenía otro tema que no fueran mis vivencias.»
La apuesta por la autobiografía ha funcionado, resume. «Tengo largas relaciones con pequeñas editoriales en diferentes países, cómo La Cúpula en España. Pagan poco pero son fiables. Y me han permitido cumplir mis humildes deseos. Tengo una buena colección de discos. Puedo tocar mi guitarra, mi banjo, mi mandolina. Tengo una esposa que me quiere. Disfruto del sexo. Tengo hasta nietos. Me reconocen con premios como el de hoy. No, no volveré a Estados Unidos. Estoy bien de salud pero soy un hombre mayor que cada vez necesitará más cuidados. Y Obama nunca llegará a implantar la sanidad universal.»
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