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Un proyecto en sentido inverso a la digitalización. (Foto: Eduardo Salgado)
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iudad Juárez, Chihuahua. 23 de septiembre de 2014. (RanchoNEWS).- Hace seis años se inventó el Kindle, algo que parecía imposible: una biblioteca electrónica que permite comprar, almacenar y leer libros en un dispositivo de 292 gramos de peso. Hace seis años también, el encuadernador y bibliotecario Luis Enríquez comenzó la invención del Libro-Atril, algo que también parecía imposible: un libro que se mantiene abierto en la página que quieras mediante un mecanismo de madera de unos cuantos centímetros y permite que la persona lo lea mientras está sentado, acostado o parado. Una nota de Verónica Díaz para Milenio:
En sentido inverso a la digitalización del mundo editorial, Enríquez forma parte de un trío de mexicanos que producen libros artesanales bajo la consigna aquella del sabio romano Plinio El Viejo: «Muchas cosas se reputan imposibles antes de haberse realizado».
Así fue que un día Martha Romero, otra de las encuadernadoras de este colectivo, se preguntó: «¿Y si hacemos un libro al revés?». Y lo hizo. En lugar de que un escritor llegara con su texto con el editor para luego entregarlo al formador, Romero construyó primero el libro, un pliego de cuatro metros, más o menos.
Luego llamó al escritor Vicente Quirarte para que escribiera en él. Fueron doce poemas (con ilustraciones de Enríquez, por cierto) que completaron este libro del cual se hicieron 12 ejemplares.
A partir de entonces surgió el proyecto De atrás para adelante. «Por lo general —explica Luis Enríquez— los encuadernadores somos ejecutores de una idea. Es cierto que trabajamos de manera artesanal con libros de arte, pero siempre para realizar lo que el artista tiene en mente. Nuestro proyecto, en cambio, propone el sentido inverso: diseñar la estructura, pasarlo al formador editorial y hasta el final el contenido».
El primer libro oficial del proyecto se llamó Ella. Él. El otro, escrito por Jorge F. Hernández. Los puntos en el título son importantes porque separan tres libros diferentes. Técnicamente se trata de una encuadernación tripartita. A la hora de leerlo, lo que pasa es que son tres libros en uno. «Jorge pudo haber escrito en él cualquier historia; eligió que fueran tres diferentes pero la estructura te da la libertad de escribir en ella cualquier forma literaria», explica Martha Romero.
El trío coincide en que no se pueden llamar una editorial. «Para empezar porque están hechos a mano, casi no usamos máquinas y entonces nuestros tirajes son de unos cuantos ejemplares», explica Enríquez. «Y no los hacemos para comercializarlos; sí nos importa recuperar la inversión pero no a la manera de una editorial poniéndolos a la venta en librerías», completa la restauradora egresada del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Paulina García, tercera integrante del colectivo llamado Ingenio Encuadernación.
Por ejemplo, en la construcción del libro de Vicente Quirarte, que se llama Armados, no hubo necesidad de pagarle a nadie. Romero le entregó su trabajo de encuadernadora a Quirarte a cambio de sus 12 poemas, y a su vez Enríquez le entregó sus ilustraciones a Romero a cambió de su trabajo. «Se trató de un trueque; y los ejemplares los repartimos entre nosotros y hay uno en la Biblioteca Británica y otro en la Biblioteca Nacional».
Y se hacen a mano porque de otra forma sería libros imposibles. No hay máquina, por mencionar otro caso, que pueda hacer los dobleces de la encuadernación tripartita. «El libro de Jorge F. Hernández fue hecho para que el diseño fuera impreso a máquina pero el encuadernado está hecho a mano, hay una serie de pliegues que deben hacerse a mano», explica Romero.
Hicieron 500 y representa una nueva puerta para el colectivo. «No queremos quedarnos en las piezas únicas», dice Enríquez.
Hasta ahora su trabajo se ha centrado, en efecto, en ediciones para concurso, en las que se les entrega el libro en ramas (las hojas sueltas) y ellos hacen una propuesta de encuadernación. Hasta ahora, siempre que participan son seleccionados y exhibidos. Han producido la encuadernación bisagra, la costura sobre costura, la tripartita. El límite es su imaginación.
El siguiente paso es la producción masiva. «No en el sentido comercial, sino, como en el caso de Ella. Él. El otro, para no quedarnos en las ediciones únicas, de bibliófilo o concurso, sino de un trabajo que pueda llegar a más gente», reflexiona Martha Romero.
Sus creaciones han participado en concursos y convocatorias internacionales y han recibido reconocimientos en países como Suiza, España, Estados Unidos y Ecuador.
Antecedente arqueológico
Es como un mito fundacional para los encuadernadores, incluyendo a los tres mexicanos que conforman Ingenio Encuadernación. Se trata de un libro que se abre de seis maneras diferentes, fue hallado en enero de este año en una biblioteca de Suecia y es una edición del siglo XVI de textos religiosos.
«Nunca lo hemos visto y no sabemos muy bien cómo funciona. Lo conocemos por fotos que se publicaron en un libro sobre libros», dice Luis Enríquez al tratar de describir este raro ejemplar del que solo se sabe que se une con ganchos en vez de costuras y que inspiró su libro Tripartita.
La fascinación que ejerce no solo tiene que ver con el ingenio, sino su hallazgo equivale al fósil de un dinosaurio, señala Martha Romero que es una de las cinco egresadas del programa de Arqueología del libro, doctorado que imparte desde hace tres lustros la Universidad de las Artes de Londres.
«Nos hemos dado cuenta —añade— que la materialidad del libro puede dar información muy relevante sobre el contexto donde se origina. Anteriormente, cuando la pasta estaba rota, se desechaba porque se privilegiaba el texto, pero ahora el arqueólogo del libro se dedica a sacarle información al encuadernado: cada elemento estructural aporta datos de la vida, el comercio y la sociedad en que se produjo» Es, en suma, un pedazo de historia.
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