Rancho Las Voces: Textos / Francisco Cubas: «En tierra de crótalos y otros cuentos»
La vigencia de Joan Manuel Serrat / 18

jueves, septiembre 25, 2014

Textos / Francisco Cubas: «En tierra de crótalos y otros cuentos»

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Portada del libro. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 24 de septiembre de 2014. (RanchoNEWS).- Agradezco mucho la invitación del Colegio de Posgraduados para presentar el libro En tierra de crótalos y otros cuentos, de Gilberto Rangel Nassri (a quien perdonarán que hoy despoje de sus títulos académicos para hablar de él como autor).

Celebro mucho la presentación de este trabajo literario (que además está acompañada de un concierto) en una institución científica, porque representa una verdadera anomalía en el panorama actual del conocimiento. Como todos sabemos, las humanidades enfrentan desde el siglo pasado una crisis de sentido y de financiamiento.


Frente al arrollador éxito práctico de las llamadas ciencias duras y la tecnología derivada de ellas, el vacilante discurso de las humanidades ha llegado a parecer decadente y superfluo. En las universidades de los países desarrollados, dominadas hoy en día por el voluntarismo económico, desaparecen aceleradamente las carreras y materias dedicadas a la filosofía, la literatura, la estética, la musicología, etc.

En México, donde el desarrollo es un proyecto inagotable, esos espacios no desaparecen, porque nunca fueron creados, y como muestra podemos mencionar a Tabasco, donde no existe conservatorio, ni carrera en letras, ni en artes visuales, ni en filosofía, por citar sólo las disciplinas más conspicuas.

El homo economicus que hoy domina el planeta no ve en el estudio de las artes más que una pérdida de tiempo, una actividad banal e irresponsable que no responde a las exigencias del presente.

Y sin embargo las humanidades son indispensables para el desarrollo de una personalidad independiente, para una coexistencia civilizada y el desempeño de una ciudadanía consciente y responsable. En suma, para continuar en la búsqueda del ideal que se formuló por primera vez en las polis griegas hace más de 2 mil años y que conocemos con el nombre de ser humano.

Es evidente que la ciencia ha ofrecido inmensos avances a la vida de todos nosotros, pero tiene también sus límites. La ciencia puede ayudarnos a producir alimentos suficientes para toda la población del planeta, pero no puede erradicar el hambre. Puede poner a un hombre en la luna, pero no puede brindar una vida más digna a los millones de pobres que viven en la tierra. Podrá tal vez algún día dar con una cura contra el cáncer, pero no puede ayudar a las 8 mil personas que mueren diariamente de enfermedades curables porque no reciben tratamiento alguno.

La solución para esos problemas, si es que existe, tendrá que salir de las disciplinas humanas, de la política, la antropología, la sociología, la comunicación. Nunca está de más recordar que limitar nuestro interés a una sola área del conocimiento nos empobrece necesariamente, como expresó el romano Terencio en su célebre frase: «Soy humano, y nada de lo humano me es ajeno».

Pocas materias son tan refractarias a la ciencia como el lenguaje, un sistema abierto y dinámico de una complejidad tan enorme que uno de sus mayores misterios es la facilidad con que todos podemos aprenderlo siendo niños. Pero además de la imposibilidad de sistematizarlo, el lenguaje tiene como característica principal una tendencia irrefrenable hacia la mentira, la inexactitud, la simulación, la ficción. Esto, que podría a primera vista parecer un defecto insuperable, lo convierte sin embargo en una de las principales herramientas conque el hombre enfrenta y supera su realidad.

Como afirma George Steiner: «El lenguaje es el instrumento privilegiado gracias al cual el hombre se niega a aceptar el mundo tal y como es. El hombre tiene la facultad, la necesidad de contradecir, de desdecir el mundo, de imaginarlo y hablarlo de otro modo».

Si nos enfrentáramos hora tras hora directamente con la realidad moriríamos aplastados bajo su peso. Como dice el poeta T.S. Elliot, el hombre sólo puede soportar la realidad en pequeñas dosis. Los modos verbales condicionales y subjuntivos nos permiten oponernos a la frialdad de los datos comprobables. Gracias a ellos podemos decir una frase como esta: «Si todos nos pusiéramos de acuerdo mañana podríamos solucionar el problema del cambio climático». El aparentemente simple hecho de que podamos concebir, formular tales proyecciones en el tiempo futuro nos permite crear antimundos, otredades, alteridades, espacios fabulosos donde cabe la esperanza y donde podemos plantearnos la ilusión de un nuevo comienzo.

La literatura nace precisamente de esa hambre de ficción que todos llevamos dentro. Y un buen ejemplo de ello es el libro que hoy nos reúne, En tierra de crótalos y otros cuentos. Una colección de 26 cuentos que Gilberto Rangel Nassri ha elaborado lentamente, con un esfuerzo serio y prolongado en el que se trasluce un profundo respeto por la palabra escrita y sus posibilidades.

Todos los cuentos, salvo los últimos tres del libro (que son los más ambiciosos formalmente) son muy breves, con un promedio de tres páginas de extensión. En la gran mayoría de ellos el autor prescinde de las descripciones detalladas y las claves geográficas, es decir del realismo, para concentrarse en las peculiaridades de los excéntricos personajes (muchos de ellos apellidados Morales) que desfilan por el libro.

19 de estos cuentos están basados en tales personajes, en su mayoría de corte fantástico. Así, conocemos a un soñador por vocación, al mítico fundador de la oratoria política, al glotón que regresó de entre los muertos, al hombre cuyos pensamientos pesaban demasiado, al hombre cuyo rostro se componía de muchos rostros, al mismísimo Kafka (quien no podía faltar en un libro escrito por un entomólogo) padeciendo un extraño caso de dilatación, al hombre que a los 20 años decide no volver a pronunciar palabra (caso que me recuerda a Rimbaud), a una variación del proverbial hombre invisible, entre otros casos.

El procedimiento que el autor utiliza para presentarnos a estos personajes es similar al de Kafka, quien comenzó su obra más famosa con estas conocidísimas palabras: «Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto». Nunca explica por qué, ni cómo, simplemente nos obliga a aceptar este hecho sorprendente como cierto para poder seguir el relato. García Márquez cuenta en sus memorias que al leer esta obra se dio cuenta de que así contaba las cosas su abuela, con la cara dura, como si lo más fantástico fuera lo más natural, y adoptó ese procedimiento para escribir Cien años de soledad.

En el cuento titulado Una cara Gilberto Rangel Nassri comienza así: «Tenía la cara con aristas afiladas visto de perfil, y curvas visto de frente, en una rara combinación que lo alteraba por completo dependiendo del ángulo en que se le viera, haciéndolo parecer varias personas en una sola humanidad».

Al leer el inicio de este relato usamos aquello que el poeta inglés Coleridge denominó «suspención voluntaria de la incredulidad». Abrimos un libro de cuentos, sabemos que lo que nos dice no es cierto, pero lo leemos por un momento como si lo fuera. Asistimos a una obra de teatro, vemos a actores disfrazados recitando diálogos que otra persona ha escrito para ellos, pero los escuchamos como si fueran personas reales, con problemas reales. Vamos al cine y nos proyectan fotogramas de actores disfrazados recitando diálogos, pero nos emocionamos con sus aventuras. Suscribimos un acuerdo tácito con el autor, le prestamos nuestra credulidad por unos momentos para permitirle contarnos su historia.

El riesgo de escribir relatos tan directos y tan despojados de adornos como los de Gilberto Rangel Nassri, es que esa suspensión de la incredulidad es más frágil, y el lector está siempre muy cerca de interrumpir la lectura y tirar el libro ante cualquier error, pero me atrevo a decir que sus cuentos pasan la prueba, porque es evidente el trabajo que ha invertido su autor en ellos.

De estos textos, me han parecido muy destacables los relatos en los que el autor propone directamente una reflexión sobre el lenguaje, como Una ley, donde un joven decide callar para siempre ante los terribles abusos que se cometen con las palabras, De Odiseo a Odiseo, que contrapone el lenguaje épico de Homero al coloquial contemporáneo, Un merolico, donde se expone el poder de encantamiento de la lengua, El tío Francisco y Una carta, que nos muestran dos reacciones diferentes ante la separación de la lengua materna: la adaptación y la resistencia, Pablo Morales, que muestra la capacidad del lenguaje para embrollar el pensamiento y el significado, y finalmente, El best seller del mes que es una crítica al lenguaje de los tan socorridos libros de autoayuda.

Quisiera terminar mi intervención leyendo uno de los cuentos que más me gustaron, Mi comandante.

Como pudimos escuchar, el cuento es narrado por su personaje principal, en primera persona, lo cual nos sugiere una sensación de intimidad, de confidencia, casi podríamos estar tomándonos una cerveza con él mientras escuchábamos la historia. Otro aspecto a destacar es la simplicidad de la acción, el personaje recuerda un episodio que ocurrió en algunos breves minutos, durante una noche pasada. Lo que no se dice, lo que se deja implícito, es tan importante como lo que se dice. Sabemos, por el dato de la Sierra de la India, que el pueblito es Mapimí, en Durango, y deducimos también quienes integran ese convoy que recorre las calles sin oposición y hace a la policía esconderse. No necesitamos leer el nombre para saber quienes son. Si el autor escribiera todos los datos parecería una nota periodística. Una de las principales características de la literatura es que es el lector quien completa la obra, quien interpreta, infiere, deduce, y finalmente otorga sentido a lo que el autor ha querido transmitir.

Cada lector es diferente y cada lectura es diferente. Leemos las palabras que están impresas en las páginas, pero también las animamos con nuestras referencias personales, ya sean vitales o literarias. Cuando el subalterno le dice al personaje «No piense que anoche lo dejamos solo», recordé inmediatamente el título de un cuento de Juan Rulfo, La noche que lo dejaron solo. Es una situación similar, un cristero abandonado por sus compañeros al atravesar territorio enemigo. Están también la angustia, la soledad, la noche, y el absurdo de cualquier guerra, ya sea la cristera del siglo XX o la que supuestamente se libra contra las drogas en el siglo XXI. Estos ecos, estas similitudes, estas reflexiones, constituyen la actividad gozosa del lector de literatura. Una actividad que encuentra un material digno en este libro de Gilberto Rangel Nassri.

Muchas gracias a todos.

Texto leído el 14 de septiembre en Villahermosa, Tabasco, en la presentación del libro en dicha ciudad


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