Rancho Las Voces: Artes Plásticas / Entrevista a Sophie Calle
La vigencia de Joan Manuel Serrat / 18

martes, mayo 19, 2015

Artes Plásticas / Entrevista a Sophie Calle

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Todo tiene un aire de broma absurda en torno a la artista francesa. También la muerte, la de su madre o la suya. Su historia 'pasa' la primavera en Barcelona. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 19 de mayo de 2015. (RanchoNEWS).- Sophie Calle (París, 1953) es la artista de la ausencia. En sus acciones, fotografías, películas y novelas de pared aborda lo que no se puede ver, lo que cuesta recordar, lo que se ha perdido o ya no está. Casi 20 años después de la exposición que le dedicó la Fundación La Caixa, la artista francesa ha vuelto a Barcelona con Modus Vivendi, una completa retrospectiva instalada en el Palacio de La Virreina que recoge algunos de sus trabajos más importantes desde mediados de la década de los 80. Hablamos con la artista francesa, inmersa ahora en los preparativos de su propio funeral. La entrevista es de Benjamín G. Rosado para El Mundo.

¿Cómo recuerda sus comienzos?

Recuerdo que quería seducir a mi padre, que era coleccionista de arte y conocía a Martial Raysse, Arman, Christian Boltanski... Llegó a comprar un Twombly por algunos cientos de dólares. Con 26 años comencé a fotografiar en mi cama a gente que encontraba por la calle. Con Les dormeurs [Los durmientes] conseguí despertar el interés de algunos críticos. En español, la palabra hace también referencia a las traviesas de una vía de tren. Tiene gracia que aquello diera un sentido a mi vida...

¿Por qué empezó a seguir a gente por la calle?

No lo sé. Supongo que no tenía nada mejor que hacer. Estaba aburrida de aburrirme. El caso es que las fotos gustaron. Pero descubrí que lo de perseguir a gente ya lo había hecho Vito Acconci antes que yo, así que me planté en el estudio del artista en Nueva York. Me dio su bendición y me dijo que él había jugado con el espacio geográfico, y yo con las emociones. Así entendí que a quien había estado persiguiendo, en realidad, era a mí misma.

Por si hubiera alguna duda, le pidió a su madre que contratara a un detective privado para controlar lo que hacía.

Quería contrastar mis propias vivencias con el relato riguroso y frío de un observador en la distancia. Comparar, por ejemplo, mis impresiones sobre un cuadro de Tiziano con las fotos que pudiera hacerme en una sala del Louvre. He de reconocer que como detective era nefasto. No tardé ni diez minutos en percatarme de que alguien me seguía los pasos.

Cada acción tiene sus propias reglas. ¿Alguna vez las ha infringido?

Estuve muy cerca con Libreta de direcciones. Encontré una agenda de teléfonos por la calle y me cité con la gente que aparecía en ella para que me hablara de su dueño, que casualmente estaba de viaje en Alaska. El resultado de cada entrevista se publicaba diariamente en Libération. Llegué a enamorarme de aquel hombre y a fantasear con el momento del encuentro. Me fascinaba todo lo que me contaban de él: su trabajo, su barrio, sus amigos... Estaba hecho para mí. No podía imaginar que a su regreso se pondría furioso y amenazaría con llevarme a juicio. Al final optó por publicar en el mismo periódico una foto mía desnuda.

No fue la única polémica. Llegaron a acusarla de haber robado un cuadro...

Aquello fue una broma. En 1990 me invitaron a exponer en el Instituto de Arte Contemporáneo de Boston. Convoqué a la prensa cerca de allí, en el Museo Isabella Stewart Gardner, frente a uno de mis cuadros favoritos, El concierto de Vermeer. Unas semanas después, el cuadro desapareció, y yo comencé a trabajar en Last Seen, que recoge el testimonio de las personas que lo vieron por última vez. Pero le prometo que no fui yo [risas].

En una de las salas de La Virreina proyectan No sex last night. ¿Cómo surge esta alocada road movie por Estados Unidos?

En aquella época estaba enamorado de un norteamericano. La relación no funcionaba, ya ni siquiera nos hablábamos. Pero él soñaba con hacer una película, y yo encontré en las cámaras un pretexto para pasar más tiempo a su lado. Viajamos desde Nueva York a California en un viejo Cadillac sin dirigirnos la palabra. Sólo le hablábamos a las cámaras, cada uno a la suya y en su idioma. Cuando llegamos a Las Vegas nos casamos. Más tarde, al comprobar el contenido de las cintas, averigüé que lo hizo para dar un clímax a su película. Como tantos otros de mis trabajos, no fue algo premeditado sino que surgió sobre la marcha.

¿Cómo sabe entonces cuándo empieza y cuándo termina un proyecto?

En realidad nunca estoy segura. Hay proyectos a los que he dado vueltas y más vueltas, como Cash machine, que tardé en concluir 16 años, y otros, como el videoclip de Walk it back de R.E.M., que sólo me llevó una tarde hacerlo. Usé los vídeos que tenía en el iPhone. Ese día había grabado una mosca, al estilo de Marguerite Duras, aunque la mía no agonizaba...

Ahora que lo dice, ¿qué pasó con el encargo que le hizo a Vila-Matas para vivir la historia que él inventara?

Si no obedecí enseguida sus designios literarios no fue porque no me gustara la historia de Rita Malú. Lo que pasó es que, entre medias, se cruzó la muerte de mi madre.

¿Cómo vivió aquello?

Dormí durante tres meses a los pies de su cama. Lo organizamos todo para que el funeral fuera una gran fiesta. Elegimos el vestido, encargamos el epitafio, preparamos el banquete... Cuando yo no estaba en la habitación, había una cámara grabándola. No quería perderme sus últimas palabras. Me pidió que cuando llegara el momento le pusiera música de Mozart, pero no fui capaz de identificar el último suspiro. Durante 11 minutos no supe bien si estaba viva o muerta. Aquello me desconcertó.

¿Por eso se empeña ahora en preparar su propio funeral?

Yo también quiero que mi funeral sea una gran fiesta. Hace años que preparo un ensayo, pero todo se ha complicado desde que renuncié al panteón familiar en Montparnasse. No quiero que me entierren con la mujer de mi padre ni al lado de mi hermano. Y ahora en Francia no se pueden comprar sepulturas hasta que no estás muerto. Muerto de verdad. He conseguido que me admitan en un cementerio de Bolinas, en California, que es donde hice mis primeras fotografías. Pienso que así cerraría el círculo, pero también sé que complicaría mucho los trámites funerarios. Al parecer, los cuerpos se mandan por UPS y las cenizas por FedEx. No sé qué hacer.



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