Rancho Las Voces: Textos / «El coleccionista como creador» por Manuel Vicent
La vigencia de Joan Manuel Serrat / 18

martes, mayo 26, 2015

Textos / «El coleccionista como creador» por Manuel Vicent

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For the love of God, pieza del artista Damien Hirst. (Foto: REUTERS)

C iudad Juárez, Chihuahua. 26 de mayo de 2015. (RanchoNEWS).- A la hora de la verdad el campeón del mundo de velocidad Usain Bolt no se distingue de sus zapatillas; Al Capone de su sombrero borsalino (modelo Chicago 32); Dalí de su bigote, o Andy Warhol de su peluquín. Hoy no eres nadie si no consigues ser una marca, tú mismo o cualquiera de tus complementos. En la gloria de los asesinos, nadie ha llegado tan alto como Jack el Destripador; su navaja, con la que buscaba la verdad en las entrañas de sus víctimas, hoy alcanzaría un precio desorbitado si se rematara en una subasta. Dalí consiguió vender por 9.107 euros un pelo engominado de su bigote a Yoko Ono. Durante un acto público, en una librería de Nueva York, una admiradora de Andy Warhol subió a la tribuna, le arrebató la peluca y salió corriendo con la intención de subastarla en Sotheby’s, donde tal vez hubiera superado en precio a la famosa serigrafía de Marilyn o a la de Mick Jagger sacando la lengua. Por otra parte, habrá que preguntarse qué era Warhol sin peluca, Capone sin sombrero, Dalí sin bigote y Usain Bolt sin zapatillas. Un texto de Manuel Vicent para El País.

En el mundo del arte hay coleccionistas fabulosamente ricos que constituyen una marca y sus gustos deciden el valor de una obra en las subastas de Christie’s y de Sotheby’s donde suelen pujar agazapados detrás de un teléfono, salvo en los casos en que les conviene exhibirse como un pavo real en medio de la sala para doblegar la vanidad de un competidor. Como Nerón en el coliseo decidía con el pulgar la vida o la muerte de un gladiador, del mismo modo, un coleccionista llamado Charles Saatchi, sin tener necesidad de incendiar Roma, llegó un día a conmover el mercado del arte con solo levantar o bajar la mano en una subasta para pujar por la obra de un artista que él mismo había fabricado. A Charles Saatchi le bastaba con atiborrar de dólares a un artista por el ombligo para que este empezara a andar.

Charles Saatchi nació en Bagdad, en junio de 1943, en el seno de una adinerada familia de judíos sefardíes. Junto con su hermano Maurice, se trasladó a Londres y ambos fundaron la agencia de publicidad Saatchi & Saatchi, que llegó a ser la más importante del planeta en los años ochenta. Charles pronto comenzó a fluctuar sobre ese filo que separa el arte, el negocio y la comunicación, hasta el punto que es difícil deslindar en este personaje lo que tiene de publicista, mecenas o marchante. De hecho, se considera que es el único coleccionista que ha sido capaz de crear un movimiento artístico, el shock art, entre la provocación y la fiesta.

Hubo un periodo del arte contemporáneo en que su pudo decir: Dios creó al hombre, Giorgio Armani lo vistió, Leo Castelli lo hizo artista y Jean Paul Getty lo compró para su colección. Hoy los tiempos son más confusos hasta el punto que Dios podría ser un modisto de alta costura lleno de frivolidad, Jean Paul Getty ya no podría pagar ni por la oreja cercenada de su nieto y el que modula con hondura el barro de Adán sería Charles Saatchi, quien después de llevarlo a su galería de Londres lo sometería a su capricho. Este marchante comenzó visitando los estudios de los artistas jóvenes. Desde el primer momento su dedo tuvo la misteriosa fuerza del creador. Te consagraba con solo tocar tu frente con el índice. Bastaba con que en el mercado del arte se dijera a Saatchi le interesaba un artista para que la obra de cualquier principiante comenzara a cotizase al alza, a veces de forma imparable. Bastaba con que en el ambiente previo de las subastas se rumoreara que Saatchi no lo deseaba para que un pintor consagrado iniciara el descenso hacia el anonimato.

Damien Hirst fue una de sus criaturas. Lo descubrió en Londres en una exposición de artistas jóvenes, en 1988. Saatchi pasó por allí y aunque no adquirió ninguna de sus obras, entre el publicista, marchante o mecenas y el artista se estableció una excitación mutua que ha constituido una de las locuras creativas del arte contemporáneo. Saatchi adquirió su obra Mil años, una gran caja transparente con gusanos y cientos de moscas revoloteando en torno a la sangrante cabeza de una vaca. Solo era el principio. Poco después Saatchi le impulsó con un adelanto de 22.000 euros a crear La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo, un tiburón, de algo más de cuatro metros de longitud, suspendido en un tanque transparente de aldehído fórmico, fue adquirido por unos 9,5 millones de euros por el multimillonario estadounidense Steve Cohen. La relación de Saatchi y Hirst terminó por desavenencias en 2003. La obsesión por la muerte ha hecho de Damian Hirst uno de los hombres más ricos del mundo. Una calavera humana incrustada de diamantes, una pareja muerta follando dos veces, un toro y una vaca flotando en formaldehido. La fortuna de este artista calculada en 1.000 millones de euros arranca del dedo de Saatchi. Su galería de Londres era a medias un museo y una sala de fiestas donde cualquier creación era admitida siempre que fuera chocante y despertara airadas protestas, silencios dubitativos, elogios retribuidos y sonrisas inteligentes, que presagiaban la llegada de sucesivas descargas de dinero. Bajo el título de Sensation realizó una muestra con el solo objetivo de provocar la reacción del público. Uno de los cuadros expuestos fue el retrato de gran formato de Myra Hindley, asesina en serie de niños, realizado por el pintor Marcus Harvey. Fue una de las campañas de publicidad de Saatchi &  Saatchi, que consiguió más de 200.000 visitantes. Para completar el cuadro a Saatchi solo le faltaba un divorcio escandaloso. Se había casado con Nigella Lawson, presentadora de un programa de cocina de la BBC, y su separación se produjo en medio de escándalos de droga. Un dato más que añadir a la moderna historia del arte.


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