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Ilustración de Abraham Solís. (Foto: Excélsior)
C iudad Juárez, Chihuahua. 10 de mayo de 2015. (RanchoNEWS).- Rubem Fonseca cumple mañana 90 años. Para celebrarlo, se escapó, literalmente, con su hija a Petrópolis, una ciudad a 68 kilómetros de Río de Janeiro. Periódicos brasileños como O Globo y Folha de São Paulo tienen tiempo preparando ediciones especiales para saludar al célebre cumpleañero, famoso por su permanente rechazo a los reflectores. De escritor de culto pasó a ser una referencia clave de la literatura brasileña. Como apunta Thomas Waldemer, director del Departamento de Estudios Latinos de la Universidad de Iowa, «Fonseca es quizá el escritor vivo más estudiado fuera de Brasil. Es considerado un maestro de la ficción policial a escala mundial y sus libros forman parte del canon de la literatura latinoamericana», escriben Fernando Islas y Juan Carlos Talavera desde la Ciudad de México para Excélsior.
La figura de Rubem Fonseca –autor, entre otros libros, de El salvaje de la ópera– ha sido un misterio para sus lectores. Salvo sus amigos, nadie sabe gran cosa de él. Y sus amigos, en todo caso, saben lo mismo de su obra que sus lectores. «Es muy esquivo», señala Felipe Ehrenberg, quien fuera agregado cultural de la embajada de México en Brasil. «Rubem habla mucho, pero habla muy poco de él. Nunca se promueve», remata la editora Lourdes Hernández Fuentes, una de sus grandes amigas. «Ahora, no es una persona cerrada», aclara. «Lo único que tiene es miedo de la idea de celebridad. Me platicaba que las veces que iba a un restaurante con Chico Buarque les daban una mesa aislada, pero las personas comían volteando hacia ellos para no perder un solo gesto de Buarque ‘¿Entonces, qué clase de escritor sería yo si no pudiera observar, porque me están observando?’, me decía».
Romeo Tello ha sido el cómplice mexicano de Fonseca, primero como lector, después como su estudioso y finalmente como su traductor y prologuista. «En 1982, en el suplemento Sábado del diario unomásuno, Eric Nepomuceno publicó una antología de cuentos brasileños, eran unos cinco, seis cuentos de autores distintos. Y uno de ellos es El cobrador, ahí es donde conocí a Fonseca», recuerda Tello, quien al tiempo que se hacía de ediciones españolas y argentinas del maestro brasileño, trazó la ruta para una tesis de maestría: La violencia como estética de la misantropía en la obra de Rubem Fonseca. «Empecé a estudiarlo. Me gustó mucho su prosa, la manera como planteaba los problemas sociales, la agilidad de los relatos, todas las características que tanto se han mencionado de Fonseca», cuenta Tello, que conoció a su héroe en 1992, cuando vino a un homenaje a Juan Rulfo que organizó Bellas Artes.
«Cuando lo conocí ya tenía la tesis y le regalé un ejemplar, y después vino al examen profesional. Luego lo vi en Río y lo volví a ver acá, cuando vino a recibir el Premio Juan Rulfo. Entonces, ha sido una gran amistad, pero nos hemos visto muy pocas veces. Nos escribimos con mucha frecuencia y sigo considerando que es un escritor imprescindible para la literatura brasileña y la literatura actual», refiere Tello.
Si como reza el axioma, ‘el escritor es lo que está en sus libros’, Rubem Fonseca es el mejor intérprete de sí mismo. Nadie como él para escribir y callar. Lo demás es silencio y ruido.
Un escritor que le cobró a la censura
Cuando Rubem Fonseca fue jurado del Premio Casa de las Américas, era una época en la que Brasil no tenía relaciones con Cuba. A su regreso, tuvo que contestar algunas preguntas molestas. «García Márquez tenía la foto oficial de Fidel Castro con Rubem Fonseca, que además lo presentaron como Comandante Fonseca», refiere Lourdes Hernández Fuentes.
Hay un punto de inflexión en la obra de Fonseca. En 1976, por orden del entonces ministro de Justicia, el libro de cuentos Feliz año nuevo fue retirado de las librerías. «Eso sólo nos habla de lo tarados que son los organismos de censura», señala Romeo Tello. «Cuando vino la ejecución del acto de censura, sus libros se empezaron a vender. En Brasil circularon muchísimas ediciones pirata de Feliz año nuevo, porque todo mundo quería saber de qué trataba ese libro que tanto había molestado a los censores», refiere.
«Rubem, en lugar de amedrentarse o escribir con alegoría, primero le mete una demanda al Estado que ganó, consiguió que le pagaran, y segundo, en vez de quedarse callado, publica El cobrador. O sea, su respuesta a la censura es publicar todavía un libro más corrosivo, si fuera posible decir eso. El propio título lo dice: les cobró», observa Hernández Fuentes.
La exclusiva imposible
A Fonseca le apasionan muchas cosas. La música, la literatura, el cine, el futbol, la cultura popular. Mandrake, el detective que protagoniza varias de sus historias, está efectivamente inspirado en el mago de la tira cómica. También es un apasionado de caminar por las calles de Río, como registra uno de sus relatos. Al salir de casa, sin embargo, «cree que se disfraza con una gorra», dice Felipe
Ehrenberg. «Cuando se encuentra con gente va a un boteco, que es como una cantina en la que dan botanas. Le gustaba mucho reunirse en la tienda de servicio de una gasolinería, cerca de su casa. Ahí lo conocen perfectamente bien», relata.
Llegado a este punto, se diría que Fonseca es muy amigo de los amigos, «pero no permite que saquemos la grabadora cuando él platica. Le parece terrible», señala Romeo Tello. «Preguntarle qué está escribiendo, no contesta. Preguntarle qué opinión tiene sobre tal cosa, no responde».
En un momento, Lourdes Hernández Fuentes y el escritor Marçal Aquino pensaron que lo podían entrevistar no de su obra, sino de sus lecturas y aficiones. Les dijo que sí y salieron a comer. Al final, nada. Hay acaso un solo antecedente. Rubem Fonseca estaba en Berlín cuando cayó el muro. El periodista Luiz Carlos Azenha, enviado de TV Manchete, lo escuchó hablar en portugués con Ute Hermanns, su traductora alemana, e interrogó al escritor sobre el hecho histórico sin saber de quién se trataba. De incógnito, en noviembre de 1989, Fonseca habló para la televisión brasileña.
«Monstruo de la literatura contemporáea brasileña»
Rubem Fonseca (Juiz de Fora, Minas Gerais, 1925) es un hombre rebelde al que le gusta caminar y hacer 25 lagartijas diarias. Es un autor que en más de medio siglo de escritura nunca ha sido atrapado por el canto de las capillas literarias, así que ha escrito lo que le ha dado la gana. Mañana cumple 90 años y sus amigos lo recuerdan como el maestro del cuento, el creador de una estética única para novelas de aventuras, un lector empedernido de poesía que vive a una cuadra de la playa Leblon, al sur de Río de Janeiro, desde donde ve futbol y sonríe con la leyenda que crece a su alrededor.
Creador del abogado Mandrake –personaje cínico, mujeriego y mordaz– y de una decena de asesinos, policías y prostitutas, Fonseca es el renovador del cuento moderno brasileño y el mayor representante del realismo visceral, un forajido erudito que vive fuera de los reflectores y se divierte con el mote de autor clásico. Así lo recuerdan Élmer Mendoza, Marçal Aquino y Paula Parisot, escritores que han gozado de su amistad.
Mendoza es el primero y recuerda los días que convivió con él en Brasil. «Es un hombre trabajador que se pone una gorra de los Yankees y sale a caminar por la mañana. Lleva una vida normal, pero es un autor de talla universal que ha conseguido una estética para la novela de aventuras».
Además en sus historias cruza con fortuna la barrera del humor suave y se interna en el humor profundo y salvaje. «¡Ahhh!, sus cuentos son muy divertidos. Recuerdo que una vez leí uno muy corto donde unos hombres jugaban a lanzarse enanos mientras otros los cachaban. ¡Qué bárbaro! Hay un momento en que te provoca un poco de gracia, pero como lector también te hace sentir algo terrible».
Fonseca es un escritor difícil de encasillar, porque también hace guiones y crónicas. Eso lo ha convertido en un narrador emblemático de nuestro tiempo, dice. «Además, le he aprendido muchísimas cosas. Le pregunté cómo elegía sus temas. Él dijo: ‘Yo sólo me pongo a escribir; no hago una elección intelectual de lo que voy a contar, me llega el tema y me pongo a trabajar en él’».
En otra conversación, Élmer le confió que quería escribir una historia sobre Chica da Silva, una esclava del siglo XVIII, amante de ricos, que cuando hacía el amor gritaba tan fuerte que todo el pueblo la escuchaba. «Le conté que yo estaba picado con esa historia, pero como Eduardo Galeano había hecho un registro de su personalidad en un libro, eso me restringía un poco».
Entonces, el brasileño reflexionó por 10 segundos y le respondió: ‘¿Sabes qué?, ponte a escribir. Cualquier tema que pienses es importante y ese tema tendrá tanta importancia como tú le des’».
Aquel día Élmer le enseñó a Fonseca cómo comer tacos estilo mexicano. Esa vez la chef mexicana Lourdes Hernández Fuentes cocinó tacos de cochinita, picadillo y arroz.
«Él comió dos y le expliqué que los mexicanos tenemos una forma particular de comer tacos, de doblar la tortilla. Estaba muerto de la risa porque él no proyecta lo grande que es, realmente no lo necesita. Fonseca es el monstruo de la literatura brasileña contemporánea».
¿Aunque se diga que Fonseca es ermitaño?, se le pregunta al autor de Balas de plata. «No lo es. Él sale a caminar por el malecón en Leblon y va a una tiendita. Todos lo conocen, pero como es parte de ellos no lo molestan, y él va con su gorra y su chamarrita azul. Disfruta el futbol con pasión brasileña».
¿Cómo concibe sus historias? «¡Nooo!, de eso no hablamos. Me dio pena preguntarle. Hablamos de temáticas, porque cuando te llega una nueva idea confías en ella al cien por ciento, pero conforme pasan los días le vas perdiendo la fe. Entonces uno se pregunta cómo identificar la historia que debes contar. Él me dijo que uno tiene que escribirlas todas, porque mientras no tomes el lápiz y te pongas a escribir, realmente no te puedes dar cuenta. Un escritor no puede descalificar una historia con especulaciones. Para mí esas ideas han sido oro molido», dice.
En otra ocasión, Élmer le dijo a Fonseca que su obra maestra es Buffo & Spallanzani. Entonces él lo miró largamente y le dijo: «¿Te lo parece?». «Sí y se lo demuestro a quien sea». Entonces el autor sonrió y cambió de tema, porque no es un hombre al que le guste hablar de sus libros.
Disfruta su leyenda
El acercamiento del también brasileño Marçal Aquino a Fonseca fue distinto. Le sucedió a los 12 años, cuando leyó sus primeros libros de cuentos. «Era la década de los 70 y empecé a leerlo. Desde entonces fue importante para mí. Sobre todo sus primeros cinco volúmenes de cuentos: Los prisioneros, El collar del perro, Lúcia McCartney, Feliz año nuevo y El cobrador, que me mostraron una nueva manera de describir Brasil».
Esos cuentos hablaban de una realidad que no había encontrado en otros autores. Ésa era la primera importancia de su obra, dice: el valor de colocar en las páginas de sus cuentos la realidad brasileña, pues hasta entonces las letras brasileñas estaba volcadas al regionalismo. Además, reconoce en su narrativa un carácter anticipatorio. «Porque cuando lees Feliz año nuevo descubres la vigencia de sus cuentos; es el visionario de la realidad y el autor de una literatura que nos mostró el país en que vivíamos».
¿Qué hay de sus novelas?, se le pregunta a Aquino. «Me sorprendió que la primera fuera El caso Morel, novela con una gran ambición literaria grande. Aunque mi favorita es El gran arte, donde integró por primera vez a Mandrake en una historia larga».
¿Puede definirse el estilo de Fonseca? «Yo creo que Rubem es un representante del realismo visceral, un realismo que llama las cosas por su nombre, pues entonces se hacía literatura regionalista. Y no se hacía porque estábamos bajo una dictadura. Pero él tuvo el valor y el coraje de poner las palabras en su lugar».
Por último, el autor de Yo recibiría las peores noticias de tus lindos labios recuerda dos detalles para comprender a Fonseca: es un lector muy cuidadoso de poesía y un erudito al que le gusta bromear y disfrutar la leyenda que crece a su alrededor. «Le divierte lo que se cuenta de él. Una vez acompañó a Lourdes Hernández a una librería de viejo. Ella preguntó por un libro de él. El vendedor no lo reconoció, porque llevaba gafas oscuras y aseguró que no tenía ejemplares, pues desde la muerte de Rubem Fonseca sus libros no paraban de venderse».
La ficción salva
Paula Parisot prefiere evocar al maestro que llegó a su vida cuando tenía 13 años y se asustó al leerlo. «Me impresionó el poder de su prosa moderna; aunque tiene una manera de escribir que parece sencilla es difícil de alcanzar, pues se necesita claridad de pensamiento en el lenguaje».
Es un gran novelista, pero sus cuentos son lo más brillante que tiene: en ellos nada sobra, apunta. «Y uno de los libros que más adoro es Pequeñas criaturas, porque ahí está uno de mis cuentos favoritos: El peor de los venenos».
«Pero cuando lo conocí no tenía certeza de que Fonseca fuera Fonseca. Él vivía cerca de la casa de mi mamá y cuando le hablé no fue muy simpático. Después se convirtió en mi universidad; si me preguntaras qué le aprendí… te diría que eso se resume a una frase: ‘la realidad mata, pero la ficción te salva’».
¿Dónde y cuándo?
Celebración de los 90 años de Rubem Fonseca. Lunes 11 de mayo. 19:00 horas. Entrada libre. Cupo limitado. Cita en el Centro Cultural Brasil-México: Insurgentes Sur esquina Eje 6 Sur Ángel Urraza. Ciudad de México.
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