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La escritora y académica publica El fin (Anagrama), un libro de relatos en el que rinde homenaje a Chéjov y a Henry James. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 13 de mayo de 2015. (RanchoNEWS).- En los relatos que componen El fin (Anagrama), de Soledad Puértolas (Zaragoza, 1947), todos los personajes se despiden. Pero más que el fin, o la despedida, en estos cuentos está, explica la autora de Historia de un abrigo, «la sensación de que puede suceder algo inquietante, esa sensación de límite que te hace romper con todo, o con parte de lo anterior». La escritora, académica desde 2010 (y «muy feliz» con el nombramiento de Clara Janés, de quien fue valedora), no se ha desviado de sus temas habituales, solo que ahora, dice, ha sido «más consciente de algunos matices»: «Siempre he escrito sobre situaciones reveladoras. Me gustan esos momentos en los que de pronto se desencadena un cambio; puede ser a partir de un suceso que significa un límite, o alguna situación que modifica tu manera de pensar». Reporta Alberto Gordo para El Cultural.
Raymond Carver tenía en su estudio, junto al escritorio, una frase de Chéjov: «Y de repente, todo se volvió claro para él». Correspondía al final de uno de sus relatos. Se trata de esa conclusión tan habitual, con sus mil variaciones, en la narrativa breve de estirpe chejoviana: el instante en el que se produce la revelación. Puértolas, como Carver, eligió la escuela del maestro ruso y sus textos dan cuenta de esas iluminaciones. De hecho hay un relato, El fraile impío, que ya en el subtítulo se reconoce en deuda con el autor de La dama del perrito.
¿Está de acuerdo con la división de Harold Bloom entre cuentistas kafkianos y chejovianos?
Todas las simplificaciones son peligrosas. Pero es verdad que, en líneas generales, existe un tipo de cuento abierto, más interesado en buscar misterios en la vida que en hacer construcciones cerradas. Esos son los cuentos que a mí me interesan. Supongo que soy muy fácil de identificar con los chejovianos.
Soledad Puértolas nunca ha dejado de escribir cuentos. Lo hace incluso cuando, como ahora, está escribiendo una novela. Mientras corregía los textos publicados en El fin, ultimó otras muchas piezas, tantas, dice, como las que componen este libro. No es habitual semejante fidelidad al género breve, no al menos en este tiempo, cuando el relato es para muchos un campo en el que entrenar antes de lanzarse a la novela. «Sigo interesadísima en los relatos, casi es lo único que leo de entre las novedades. Creo que me gustan tanto por la libertad que me permiten», explica la escritora. ¿En qué sentido? «El cuento por suerte está liberado de esa construcción, a veces un poco falsa, que vemos en las novelas actuales. Creo que la novela se ha convertido en un artefacto para vender; es un género que peligra por culpa del mercado».
Además del homenaje a Chéjov, hay otro (Tres piezas breves) dedicado a Henry James, un cuento ya publicado que Puértolas ha ido modificando, ajustando y corrigiendo a lo largo de los años. El cuento comienza con la llamada de Andrés Hidalgo, representante de actrices, a Margarita Cuevas, intérprete retirada que sueña con retomar su carrera y triunfar. «Me propusieron hace años escribir un cuento dedicado a James y, tiempo después, comprobé que estaba impregnado del mismo ambiente que hay en este libro. Porque el fin es sobre todo un ambiente», dice Puértolas, que añade a su canon particular a Alice Munro («los que la leíamos desde hace años sabíamos de su importancia antes de que le concedieran el Nobel»), a Richard Ford o James Salter o a las escritoras del gótico sureño, como Carson McCullers o Flannery O'Connor, de las que, sin embargo, comenta, no toma «su visión un poco siniestra» de la vida. Y después sonríe: «Ya es bastante con la maldad que tengo alrededor».
Sus cuentos suelen partir de hechos cotidianos que luego adquieren una transcendencia bastante insospechada. ¿Qué le atrae de este flanco, aparentemente insulso, de la realidad?
Es que me interesa la vida. Casi todos los hechos de la vida, si los miras y los enfocas bien, guardan una gran profundidad. Observe el relato que da comienzo al libro, Películas: un chico se encuentra con una mujer mayor que él, abatida en el portal por un fuerte dolor. Ese pequeño incidente, lo que implica acompañarla y ayudarla, todo eso pasa a un siguiente plano y esas dos personas establecen una relación muy especial, con la madrugada, la desolación del escenario y el tiempo en el que viven. Es cuestión de saber mirar los detalles.
Hace tiempo no era extraño encontrarse con relatos en los periódicos y las revistas. Ahora no es habitual. ¿A qué cree que se debe?
A que hay poco presupuesto, supongo, o a que la prioridad del lector no es esa. Estamos regidos por unas categorías en las que no importa lo interesante, sino lo que, a priori, tiene más posibilidades de venderse.
Hay mil teorías de por qué el cuento no acaba de llegar al gran público, pero parece claro que, más allá de razones literarias, la industria editorial no está interesada en fomentar su lectura. ¿Qué opina usted?
Es muy difícil dar un porqué; pero, en líneas generales, creo que el lector de hoy busca engancharse a una historia. El cuento es muy exigente porque es un género que te deja desvalido y tienes que dejar un espacio para la reflexión o el descanso entre pieza y pieza. El lector que lee así no lo tenemos aquí, en nuestro país. Es verdad lo que dice de la industria editorial. Para ellos es más cómodo publicar novela porque cuentan con un lector fijo predispuesto a engancharse. El lector de cuentos no es así, creo que va un paso por delante en su educación lectora. Ese es el lector que me interesa, el que lea cuento y lea novela de esa forma: en ese tipo de lector deposito yo lo que quiero contar.
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