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Ludvik Vaculik, novelista y disidente checo. (Foto: Marcel Lí Sáenz)
C iudad Juárez, Chihuahua. 15 de junio de 2015. (RanchoNEWS).- Ludvik Vaculik, redactor del famoso manifiesto Dos mil palabras, editor de los libros clandestinos o samizdat de los disidentes checoslovacos durante el régimen comunista e influyente periodista falleció a los 88 años en Praga el pasado 6 de junio. Ha sido un hombre de acreditado temple cívico, de notorio sentido del humor y celebrada inteligencia y autor, entre otros libros, de una obra maestra de la literatura traducida a varias grandes lenguas aunque no a las españolas. En su vida privada era aficionado a la jardinería, al canto coral y a la conversación. Ignacio Vidal-Folch reporta para El País.
Ludvik Vaculik nació en Brumov, (Moravia, Checolsovaquia) en 1926, hijo de un carpintero. Se empleó en una fábrica de zapatos y después de la segunda guerra mundial se mudó a Praga, donde empezó una carrera periodística en la radio y en la prensa escrita. Durante cuatro o cinco años fue un miembro convencido del Partido Comunista, pero en seguida el régimen totalitario se le hizo insoportable, como puso de manifiesto en su novela más conocida, El hacha (1966), en la que mediante un ficticio álter ego –un periodista cuarentón que regresa a su pueblo natal en Moravia, donde el hallazgo de unas cartas de su padre le invitan a la revisión crítica del pasado-- cuenta el entusiasmo inicial y la desilusión de su generación por el nuevo Estado. Al año siguiente, el virulento discurso que pronunció en el congreso de los escritores checoslovacos reclamando libertad de expresión y denunciando la falta de libertad y el inmovilismo del gobierno de Antonin Novotny le costó la expulsión del partido. En enero de 1968, Novotny y su equipo fueron desplazados del poder por el equipo de Alexander Dubcek, que puso en marcha las reformas liberalizadoras que serían conocidas como la Primavera de Praga. Al día siguiente de que se implantase una de esas medidas, la abolición de la censura previa, tres periódicos y una revista publicaron el manifiesto redactado por Vaculik por encargo de destacados intelectuales de la Academia de las Ciencias, titulado Dos mil palabras a los trabajadores, campesinos, científicos, artistas, y a la ciudadanía, donde animaba a ejercer la crítica y a organizar manifestaciones y huelgas para enviar al ostracismo a la vieja guardia del Partido y acelerar las reformas emprendidas por Dubcek. El inaudito manifiesto, que fue firmado por miles de personas, demostraba que el partido ya no controlaba la opinión pública y en opinión de algunos analistas contribuyó a precipitar la invasión de los ejércitos del Pacto de Varsovia, que comenzó el 20 de agosto de 1968. Dos mil palabras ha pasado a la historia como un hito en la historia de la emancipación de la conciencia de checos y eslovacos del molde totalitario.
Tras la caída de Dubcek comenzó la larga época de la normalización o restauración de la ortodoxia comunista. Desde 1973 hasta 1979 Vaculik dirigió la editorial clandestina Petlice («cerrojo») en la que publicó cerca de cuatrocientos libros prohibidos, obras de disidentes como Vaclav Havel, Jiri Grusa o Ivan Klima, con la abnegada colaboración de secretarias anónimas que tecleaban cada texto con cinco copias al carbón, que el mismo Vaculik se encargaba de distribuir puerta a puerta y que circulaban de mano en mano. Teniendo en cuenta las infiltraciones policiales en el reducido grupo de disidentes al que Vaculik nutría con las ediciones Petlice cabe sospechar que la autoridad conociese sus actividades y las considerase un peligro insignificante, pero esos libros artesanales dieron a conocer a sus autores en círculos cada vez más amplios y contribuyeron decisivamente a la formación de una intelectualidad insumisa.
Uno de los periodos más desesperantes de la normalización fue 1979. Faltaban diez años para la implosión del campo comunista y ningún signo alentaba la esperanza de un cambio para mejor. Ese es el periodo en el que se ambienta el formidable artefacto literario --documento histórico y costumbrista, dietario, cajón de fantasías, experiencias y meditaciones, retrato de época con figuras perfilado con precisión y claridad-- que es la obra maestra de Vaculik: La clave de los sueños, donde da testimonio de su vida cotidiana, sus cuitas y amores y temores y los de sus amigos disidentes, entre otros Vaclav Havel, Jiri Pithart, Milan Uhde, los proscritos que entonces entraban y salían de la cárcel y a los que diez años después la Revolución de terciopelo encumbraría respectivamente a presidente de Checoslovaquia, presidente del Gobierno checo y ministro de Cultura.
Entrevisté a Vaculik para este diario en el año 2004 y le pregunté qué opinión le merecía entonces La clave de los sueños, si estaba orgulloso de haberlo escrito, 25 años antes. Me respondió que no podía releerlo: «Lo escribí en un tiempo muy doloroso, es demasiado amargo y triste».
Desde 1989 hasta su muerte, Vaculik ha publicado varias novelas y ensayos, además de La última palabra, su influyente columna en el diario Lidové Noviny, celebrada como una institución útil y amable, donde cada semana, durante varias décadas, analizaba todos los aspectos de la vida cultural y política checa.
Ha tenido una vida larga, entera y lograda. Pero cuando pienso en él prefiero imaginarle en los años de la normalización. Lleva las eternas gafotas de miope y ya ha cumplido los cincuenta pero aún no han encanecido la despeinada mata de cabello y el característico bigote. Va sentado en un tranvía, va preocupado, lleva bajo el brazo la cartera con las seis copias del último libro de Petlice que hoy se ha propuesto repartir.
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