Una visitante frente a 'El pensador', de Rodin, en la Alte Nationalgalerie de Berlín, que volvió a abrir sus puertas el 12 de mayo. . (Foto: John Macdougall)
C iudad Juárez, Chihuahua. 15 de mayo de 2020. (RanchoNEWS).- La situación de confinamiento impuesta por la pandemia de la covid-19 ha puesto en evidencia, entre otras cosas, que nuestros movimientos siempre están supeditados a determinados regímenes de movilidad. La vida en la ciudad nos impone rutas preestablecidas, pequeñas aventuras, obstáculos y fronteras. También cuando viajamos o cuando visitamos espacios cerrados al tiempo, como el del museo, nos sometemos de manera más o menos consciente a esos caminos preestablecidos. Teniendo en cuenta que buena parte del público de los museos está formado por turistas, podría trazarse con facilidad una línea continua entre esos regímenes de movilidad que imponen los dispositivos turístico y museístico. Ahora este circuito se va a ver gravemente afectado por las restricciones al desplazamiento, pero esta situación crítica ha traído a primer plano la estrecha interrelación existente entre los espacios culturales y la movilidad turística.
Se trata de una relación incómoda, el turismo tiene mala prensa y, en apariencia, no puede haber nada más ajeno a una visita al museo que una visita turística. Pero ya vemos cómo esos dos visitantes se desplazan cómodamente por el mismo circuito. Lo cierto es que turismo y museo nacen a la par, surgen en el periodo romántico y desde entonces siempre han tenido, hasta hoy mismo, un destino común. El mejor modo de entender su imbricación es siguiendo la pista del movimiento, pero no tanto en el sentido del desplazamiento como en otro más elusivo: ese nuevo estado de movilidad forzado por el capital que tiende a ponerlo todo a circular y, en consecuencia, a dejarlo todo fuera de lugar.
El texto de José Díaz Cuyás es publicado por el suplemento Babelia de El País
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