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martes, marzo 23, 2021

Libros / «El gran adiós. Chinatown y el ocaso del viejo Hollywood» de Sam Wasson

Polanski y Nicholson durante el rodaje de Chinatown (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 23 de marzo de 2021. (RanchoNEWS).- Uno de los momentos más tensos, violentos y, sí, también más divertidos del rodaje de Chinatown (1974), la obra maestra neo-noir de Roman Polanski, tuvo lugar cuando Jack Nicholson, viendo la final de un partido de baloncesto con su equipo favorito, Los Angeles Lakers, se negó repetidamente a acudir a escena al llamado del director… Finalmente, un iracundo Polanski destrozó el televisor de la estrella a golpes de escoba y ambos se enzarzaron en una discusión a gritos, durante la cual se arrancaron parte de sus ropas. Nicholson, con el traje destrozado, salió del set insultando al «pequeño polaco» y se metió en su coche, mientras Polanski le seguía y subía al suyo. Comenzó entonces una persecución digna de la película que estaban rodando, que terminó cuando los dos coches quedaron a la misma altura con las ventanillas bajadas, director y actor se miraron con furia y… arrancaron a reír a carcajadas. Poco después habían aparcado y estaban charlando amigablemente, partiéndose de risa al pensar que el resto del equipo debía estar aterrado, creyendo que se habían matado entre sí o que, como mínimo, Chinatown había terminado poco después de comenzado su rodaje. Así eran las cosas entonces. Y así las relata el periodista e historiador de Hollywood Sam Wasson en su espléndido libro El gran adiós. Chinatown y el ocaso del viejo Hollywood, recientemente publicado en nuestro país por Es Pop Ediciones.

Al amparo del melancólico Raymond Chandler, escritor inglés que se convertiría en cronista de la más estadounidense de las ciudades, Los Ángeles, y en piedra angular, junto a Hammett, James M. Cain, Ross Macdonald y un puñado más, del estilo americano de literatura criminal por excelencia: la moderna novela negra (entonces conocida como hard boiled), El gran adiós narra con pelos y señales todo el proceso creativo de una película que, a su vez, también encontraba su fuente de inspiración en las historias del detective Philip Marlowe creadas por Chandler, llevándolas, sin embargo, a un grado de cinismo y desencanto extremos. En efecto, Chinatown, cuyo guion original le valdría un Oscar a su autor, el entonces joven talento Robert Towne, retomaba el personaje arquetípico del «detective privado» como caballero sin espada, ejemplificado por Marlowe, precedido por el cínico Sam Spade de Hammett, seguido por el más sensible Lew Archer de Macdonald y llevado al terreno del tópico, al límite de la auto-parodia, aunque no carente de encanto, por el Mike Hammer de Spillane, para reificarlo en un personaje que, inserto en el mismo espacio geográfico y cronológico que el detective de Chandler, plasmaba en realidad la sensibilidad desencantada, paranoica y ácidamente crítica de los Estados Unidos post-Vietnam, Watergate, Altamont y Manson.

Jesús Palacios reporta para El Cultural