C iudad Juárez, Chihuahua. 7 de marzo de 2021. (RanchoNEWS).-El encuentro con tres novelas inéditas de Hebe Uhart, escritas entre fines de la década del ochenta y mediados de los noventa, confirma el singular aire de familia de su narrativa: un registro minucioso y empático del habla con expresiones, refranes, tonadas y neologismos; las mujeres que se desplazan de pueblos a ciudades más grandes y se «elevan» o ascienden y observan cada detalle con el delicado asombro de la novedad, por más minúscula que sea; la resonancia de «ocupar» un lugar o estar «ubicada»; el interés por las fronteras, dónde termina algo y empieza otra cosa; las maestras que enfrentan muchos obstáculos, especialmente si están en el campo. La diferencia más significativa de esta trilogía titulada El amor es una cosa extraña -que incluye Beni, Leonilda y El tren que nos lleva-, publicada por Adriana Hidalgo con edición al cuidado de Pía Bouzas y Eduardo Muslip, es que las historias narradas están atravesadas por la dictadura cívico-militar.
«La representación directa de climas y acontecimientos de la dictadura fue algo que Hebe rehuía representar, como si la violencia política fuera algo que le resultara improcesable, o para lo cual ‘no tenía el pulso’, como solía decir», recuerdan Bouzas y Muslip en el epílogo. En El tren que nos lleva, la voz narradora de la maestra está emparentada con la novela Señorita y también con algunos cuentos de La luz de un nuevo día. La maestra que pide que la manden a una escuela «prácticamente de campo» en Moreno --toma dos colectivos y un tren-- piensa en los sentidos posibles de una frase de Perón: «Nadie se puede realizar en una comunidad no realizada». Esa maestra carga un paquete que pesa ocho kilos con cuadernos, escuadras, lápices y medias para los chicos. Otra de las maestras de la escuela con la que habla, Dina, tiene muchos hermanos, todos un poco menores, que estaban en diversos partidos, «todos para la liberación del pueblo». El miedo de Dina impacta en la narradora cuando observa a los soldados que recorren la estación de tren con perros. «¿Qué hice yo? ¿Qué tengo que cubrir? Pensaba: ‘Llevé unos paquetes al campo, organicé la biblioteca, ayudé en el teatro de las monjas’. Me decía: ‘Mejor no pienso en el tren lo que hice, me va a venir cara de estar pensando en eso’».
Silvina Friera escribe para Página/12