Rancho Las Voces: Fotografío aquello en lo que creo: Maya Goded
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martes, mayo 02, 2006

Fotografío aquello en lo que creo: Maya Goded

Pieza de la exposición Sexoservidoras

Miguel Angel Ceballos

C iudad de México. Martes 02 de mayo de 2006.(El Universal).- La documentalista comenzó de niña con el dibujo, pero pronto se dio cuenta que detrás de una cámara podía dar testimonio de la realidad de los marginados y conciliar su interés por lo social y lo político

El poder del lenguaje visual de Maya Goded ya lo intuía desde que era niña, cuando iba a comprar las tortillas y se ponía a dibujar a todas las mujeres que estaban en la fila como si fueran pajaritos hablando sobre un cable. "Así fue mi niñez: pintar para expresarme."

-¿Cómo descubres tu vocación de fotógrafa?
-Cuando era pequeña tenía problemas de lenguaje, me costaba mucho trabajo hablar. Quizá era algo emocional, porque mi familia es de refugiados españoles y siempre estuvieron ligados con la política. Mi padre era una arquitecto activista que estuvo en la cárcel en 1968. Entonces, desde niña, me gustaba dibujar, siempre he sentido que me expreso mejor visualmente que con palabras.
Lo de la fotografía llegó después. Mi tío es el cinefotógrafo Ángel Goded y se me antojaba lo que él hacía, por eso, al llegar a la UNAM, estaba indecisa entre estudiar sociología o artes visuales, quería combinar ambas cosas.
Cuando empecé a estudiar en la Escuela Activa de Fotografía me di cuenta de que eso me quedaba muy bien para combinar la preocupación social y política que siempre me ha interesado. Mi familia siempre ha sido muy participativa políticamente, desde que era pequeña en la casa se hablaba de política y cuestiones sociales.
Además, siempre me encantó viajar, y sabía que quería hacerlo cuando fuera más grande.

-¿Cómo fue el primer viaje ya como fotógrafa?
-El primer trabajo que hice fue en la Costa Chica de Guerrero. Mis padres, cuando eran jóvenes y se conocieron, decían que querían ir a ese lugar porque -me contaban- yo tenía un tío-abuelo que era piloto aviador y que volaba la ruta Acapulco-Pinotepa. Un día el tío Antón se estrelló, y aunque yo no lo conocí, lo admiraba mucho porque era un aventurero, y a mí siempre me han gustado ese tipo de personajes. Será por la influencia de mi madre, que es una antropóloga que estudió mucho a los mayas (de ahí mi nombre), pero me interesaba mucho viajar, y me fui a la Sierra Tarahumara, en donde hice varios recorridos acompañada de una amiga que estudiaba antropología.


-¿Qué buscabas en esos viajes?
-Una de las fotógrafas que más admiro es Graciela Iturbide, y cuando la conocí, ella me decía que dedicarse a la fotografía requiere de tiempo completo. Me contó que a ella le había servido mucho trabajar en el Instituto Nacional Indigenista (INI). En ese entonces conocí al etnólogo José del Val y comencé a trabajar en el INI. Esto fue muy bueno para mí porque, aunque me pagaban un sueldo pequeño, me daban viáticos para vivir en algunas comunidades y tomar fotografías. Así fue mi formación.
Después me dieron la beca del Fonca y trabajé en Guerrero, Oaxaca, Veracruz y otras zonas. Siempre busqué laborar en donde no se necesitara tanto la rapidez, aunque a veces creo que me hubiera gustado experimentar el fotoperiodismo. Me sentía más cómoda en trabajos donde tenía tiempo de convivir con la gente para después fotografiarla, eso es lo que más me gusta porque siento que no soy muy buena para lo rápido.
Ahora mismo colaboro con varias revistas del extranjero y lo tengo que hacer muy rápido. Me gusta enfrentarme a situaciones en las que hay que solucionar cosas inmediatamente, aprendes mucho, pero extraño poder profundizar en algo.
Trabajé en la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, en donde hice un trabajo sobre indígenas presos políticos. Justo en ese entonces comenzaba el movimiento zapatista y yo tenía ganas de ir, pero no me dejaron. Por ese tiempo también me embaracé y renuncié.

-Cuando enfocaste tu trabajo en la ciudad, ¿qué te sedujo de ella?
-Lo hice un poco por curiosidad y me agradó. También lo hice por la maternidad, pero la verdad es que siempre me gustó mucho la ciudad porque me encantan los bares, los lugares que hay en el Centro para bailar salsa, danzón, los de ficheras... me gustan mucho.
Cuando me embaracé, la necesidad de entender a las mujeres, y en última instancia a mí misma, se volvió más urgente. Buscaba los secretos y significados que llevamos encerrados en nuestro cuerpo.
Durante mis recorridos, guiada por este cuestionamiento, acabé sentada en una banca en el corazón del centro de la ciudad, detrás del Palacio Nacional, en el barrio de La Merced.
Yo quería encontrar mi propia forma de ser madre y llevar una vida de familia. Así que salí a la calle a buscar a otras mujeres, a platicar de esto con ellas, y siento que todo lo que fotografié en esos años me hizo entender cómo son madres otras mujeres, cómo llevan su sexualidad.
Quería hacer un trabajo que me permitiera ahondar en las raíces de la desigualdad, la transgresión, el cuerpo, el sexo, la virginidad, la maternidad, la infancia, la vejez, el deseo y nuestras creencias. Quería hablar de amor y desamor. Quería saber de mujeres. Fotografié prostitutas, sus gentes, el barrio.

-A casi 10 años de distancia de que iniciaste ese trabajo, ¿qué te dejó la relación con las prostitutas de La Merced?
-Salí fortalecida. Yo soy una persona que se cuestiona todo el tiempo. Las mujeres que fotografié son muy luchonas y siento que fue una lucha paralela para decir: esta soy yo, esta es la forma en la que quiero vivir. Al final le dediqué mi libro a Carmen, una mujer de La Merced que ha sido muy importante en mi vida. Ella ha luchado por una vida más digna y, junto con otras mujeres, ha conseguido un espacio en el Centro para las trabajadoras sexuales mayores de edad, en donde podrán dormir en una cama y no en la calle. Fue un privilegio ver cómo ellas consiguieron todo eso, porque en este país pocas cosas se realizan.

-¿Qué debe tener un tema para que te interese?
-Debo sentir curiosidad por él. Las fotos que he tomado siempre van acompañadas de una curiosidad personal muy fuerte, espero que no se me acabe, aunque a veces siento que sucede. Esta curiosidad es muy importante para mi fotografía porque, si no, se convierte en un mero trabajo.

-¿Te planteaste como un reto entrar a la agencia Magnum?
-En realidad no, nunca me lo imaginé. Cuando regresé de España, luego de vivir allá durante dos años, quise trabajar en una agencia extranjera porque en los medios de aquí es muy complicado. Siento que los fotógrafos aquí estamos muy aislados, es muy difícil encontrar fotógrafos mexicanos que trabajen en agencias extranjeras.
A raíz de que me entregaron el Premio Eugene Smith, conocí a Robert Pledge, un fotógrafo de Contacto, quien me animó, junto con Paolo Pellegrin, a intentar entrar a Magnum Photos. Lo intenté y aún sigo nominada.
He aprendido muchísimo, he creci do como fotógrafa porque es muy enriquecedor poder enfrentar mi trabajo al de fotógrafos de todo el mundo, tener la perspectiva de cómo se ve la fotografía desde otros lados. Son fotógrafos que nunca te van a aplaudir, pues hay una crítica muy fuerte. Y está bien, porque sentí que por un momento en México había mucho apapacho hacia mi trabajo. Cuestionarlo constantemente me ha servido.

-¿Por qué te lleva tanto tiempo cerrar un tema?
-Bueno, es que tardo en redondear las cosas, tardo en fotografiar. Me gusta investigar y pasar tiempo en el lugar donde estoy porque creo que debe haber una conexión con la gente que quiero fotografiar, y no me gusta forzarla.
He fotografiado aquello en lo que creo, he vivido como quiero, y no por complacer a nadie. Por eso he estado luchando. Al tratar los temas de la mujer, su sexualidad, la violencia, siempre hay críticas y problemas, porque de repente el trabajo no es lo más importante, sino los temas. A mí siempre me ha gustado lo complicado y me interesa hablar de eso.