Rancho Las Voces: Cine / Entrevista a Sam Shepard
La vigencia de Joan Manuel Serrat / 18

miércoles, julio 06, 2011

Cine / Entrevista a Sam Shepard

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El actor y dramaturgo interpreta a Butch Cassidy en Blackthorn. (Foto: El Cultural)

C iudad Juárez, Chihuahua, 4 de julio 2011. (RanchoNEWS).- Leyenda viva de la cultura americana, el polifacético Sam Shepard, dramaturgo, actor, cineasta y músico, protagoniza Blackthorn. Sin destino, el segundo filme de Mateo Gil. Da vida a un envejecido Butch Cassidy en un brillante western, de producción española, que se atreve a revisitar los mitos del viejo Oeste. Shepard ha hablado con El Cultural sobre el filme, su presente y también su pasado. Una entrevista de Carlos Reviriego:

Como todo western que se precie, Blackthorn se resuelve en el terreno de los mitos. Empezando por Sam Shepard (Illinois, 1942). Polifacético como Boris Vian –dramaturgo, novelista, actor, ensayista, músico, cineasta–, legendario como un poeta beat –figura esencial de la contracultura de los sesenta, ha trabajado con Dylan y los Rolling Stones–, prolífico como Miles Davis –ha escrito más de cuarenta piezas de teatro y colaborado en filmes de Malick (Los días del cielo), Antonioni (Zabriskie Point) o Wenders (Paris-Texas)–, desde su estatuto de radical outsider ha sido celebrado como el nuevo Tennessee Williams y laureado con el Pulitzer, el Obie y una nominación al Oscar. Que comparta su vida con la actriz Jessica Lange desde 1983, no hace sino añadir una aureola de celebridad no deseada a su legendaria carrera.

Las celebridades pueden amedrentar, pero los mitos intimidan. El carácter del señor Shepard, te dicen, es imprevisible: puede ser muy afable o puede ser frío y taciturno. Puede que consigas hablar con él o puede que no. Hay que ser tenaz. Llegado el momento, te dan su número de móvil y te desean suerte. La primera vez no la hubo. La segunda, días después, al menos contestó: «Mira, amigo, ahora no puedo hablar, ¿por qué no lo intentas en una hora o así? Sorry dude». Al cabo de una hora consigues arrancarle trece minutos. Hay cierta algarabía al fondo, sus respuestas son cortas, a veces automáticas, pero eso es algo que también sabías: Sam Shepard no es un charlatán. En un momento dado, es él quien hace las preguntas: «¿Has vivido en Estados Unidos?» / «¿Conoces a Mateo [Gil], a Miguel [Barros], a Eduardo [Noriega]...?» / «¿No crees que el mundo está aterrorizado?». Súbitamente, antes del cuarto de hora de cortesía, interrumpe una pregunta: «Lo siento, no tengo mucho tiempo para dedicar a mis hijos. Estoy ahora con ellos y debo colgar. Si quieres seguimos otro día...». Al cabo de una semana, tras varios intentos frustrados, hubo un tercer contacto. Por fortuna, no estuvo frío y taciturno.

Lo cierto es que Mateo Gil, que no dirigía un largometraje desde que debutara en 1999 con Nadie conoce a nadie, no podría haber pensado en nadie mejor que en Sam Shepard para incorporar a un Butch Cassidy crepuscular. Al menos desde que Paul Newman ya no está entre los vivos. «Pero ha sido como interpretar a un personaje totalmente distinto, porque el Butch que interpretó Paul era mucho más joven», aclara Shepard. Eso fue en Dos hombres y un destino, en 1969, cuando George Roy Hill reunió a las dos estrellas del momento –Paul Newman y Robert Redford– en un western con toda la artillería del género filtrado por el sentimiento pop y liberador de la época, que terminaba con uno de los fotogramas más icónicos del cine moderno: el momento en que el ejército boliviano acribilla a balazos a Butch Cassidy y Sundance Kid.

La película mostraba tal fascinación por ambos proscritos que no se atrevía a filmar sus cadáveres, congelaba la imagen en el instante previo a su muerte, un 6 de noviembre de 1908. El western de Mateo Gil, que precisamente ha rodado en Bolivia, se concibe en torno a esa imagen. «Lo que más me gustó del guión es que estaba muy bien estructurado y, sobre todo, la premisa de la que partía –explica Shepard–. Resucitaba a Butch Cassidy veinte años después de su presunta muerte, fantaseando con qué hubiera sido de él llevando una vida en América del Sur con otra identidad para, al final de sus días, regresar a su patria».

Hay algo extraordinario en la pulcritud y la pulsión perfeccionista de Blatckthorn, propia de un rendido admirador de Stanley Kubrick como es Mateo Gil. De hecho, con todas sus virtudes –el extraordinario guión, la gestión del tiempo, el deslumbrante aspecto visual, etc.-, el filme corre el riesgo de deslizarse por el frío academicismo, como si fuera un perfecto ejercicio de replicado de las convenciones del género. Es un western realizado por el alumno más aplicado de la clase, aquel cuya letra nunca se sale de las plantillas caligráficas. «Al principio fue algo difícil trabajar con Mateo –explica Shepard– porque él preconcibe demasiado las cosas. Tiene unas ideas muy formadas y los primeros días se me hizo difícil encontrar espacio de maniobra. Pero luego hubo cierto movimiento por su parte y pudimos entendernos y trabajar juntos sin problemas».

Una forma griega

La epopeya de Mateo Gil maneja con rigor los hilos profundos del western, desde su moral primitiva a la poética del hogar y la revisión de los mitos. «Para mí el western siempre ha sido la forma griega americana, un género épico, como nuestras novelas de caballería», explica Shepard, a quien a menudo se le etiqueta como un cronista del oeste americano. Es un territorio, parece creer, que ha fracasado a la hora de mantenerse a la altura de su potente mitología. En su obra, «el sueño americano» debe tratarse con circunspección, como un falso concepto que ha sido traicionado. «El imperio americano ha estado en declive desde 1876. El 11-S ha quedado como un estigma, como el principio de nuestro fin, pero no es algo que ocurrió de la noche a la mañana. En verdad, todos los imperios coloniales han estado en declive desde la industrialización. Ustedes mismos, los españoles, tienen una larga experiencia al respecto». La referencia no es gratuita. El personaje Eduardo Apocada (Eduardo Noriega) de Blackthorn, un ingeniero de minas español que emprende la huida junto a Butch Cassidy (que vive bajo la identidad de James Blackthorn) tras robarle dinero al mayor empresario boliviano, representa el salto generacional, el final de unos tiempos románticos gobernados por cierta clase de honestidad para dar paso a la moral de la supervivencia y el egoísmo.

¿Es que en nuestro mundo ya no hay espacio para los ideales?

No creo que eso sea cierto. La lección que yo extraigo de los últimos días de Butch Cassidy es que hay que ser valiente hasta el final. Sé que es algo pretencioso, pero es una consigna en mi vida. Hay que adentrarse en todos esos territorios que te dan pánico. Roberto Bolaño, para mí el único escritor contemporáneo que merece la pena, lo decía siempre, una y otra vez. No hay que ser temeroso.

¿Cree que la sociedad norteamericana está asustada?

El mundo entero está con pánico. Ahora mismo Arizona está en llamas. Estamos viviendo una era apocalíptica, en todos los sentidos. Creo que no puedes ser un artista honesto si no reaccionas ante lo que está ocurriendo, ante la crisis global, que no es sólo económica, sino sobre todo de carácter ético.

En gran medida, el sentimiento crepuscular de Blackthorn da por obsoletos los valores morales del western tradicional. La sombra de Sam Shepard reaparece en los recientes cantos del cisne del género americano por excelencia. En el más importante de ellos, El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007, Andrew Dominik), Shepard daba vida a otro outlaw del viejo oeste como Frank James. Pero un par de años antes, escribió el filme de Wim Wenders Don't Come Knocking (2005), donde interpretaba a una vieja estrella del western vencida por el tiempo, alcohólico y desencantado, como un oscuro avatar de Henry Fonda. Los ecos autobiográficos del filme (su alcoholismo ha sido carne de prensa amarillista durante años) se acentuaban con la intervención en la cinta de su mujer Jessica Lange.

Sin nostalgias

«Siempre hay algo nuevo que añadir al western, y la película con Wenders fue una forma de hacerlo, con una mentalidad revisionista. Me encantó trabajar en ella, porque se rodó en Butte, Montana, una ciudad muy vieja que se ha echado a perder con la nueva economía. Y además disfruté mucho trabajando con mi mujer –recuerda Shepard–. Yo no diría que es una película nostálgica, como tampoco lo es Blackthorn. La imaginería con la que trabaja pertenece a la cultura popular americana del último siglo, pero lo que importa es cómo te enfrentas al presente y no cómo repasas tu pasado. De eso también habla el filme».

Respecto a su pasado, Shepard ha hablado extensamente de la tormentosa relación que mantuvo con su padre alcohólico, y que ha sido la mayor influencia biográfica de una obra literaria profusa en conflictos paterno-filiales. De hecho, en la pieza dramática que le valió el Pulitzer, Buried Child (1979), describía la fragmentación del tradicional núcleo familiar americano en un contexto de profundo desencanto. En los intermitentes flashbacks de Blackthorn, Mateo Gil y Miguel Barros (guionista del filme) apuntan la posibilidad de que Butch Cassidy tuviera un hijo con Etta, la mujer que acompañó a ambos proscritos en sus bandidajes, y que regresó a Estados Unidos embarazada supuestamente de Sundance Kid. «Es un inteligente giro en la historia, pues ya sabemos que en realidad Etta, como la Catherine de Jules y Jim, vivió un romance compartido, así que su hijo pudo ser de cualquiera de los dos», señala Shepard. La existencia de un hijo que no conoce en EEUU es además la principal motivación de Cassidy para, tras 30 años de exilio, emprender el imposible regreso al hogar. «Como el de Butch, mi hogar ha estado en la carretera, donde sea que me encuentre... Cuando siente que se acerca el final, Butch tiene el deseo de conocer a su hijo y regresar a su país. Yo no sé dónde está mi verdadero hogar».

Mayor información: Sam Shepard


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