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Sem título del brasileño Éder Oliveira en la Bienal de São Paulo. (Foto: Leo Eloy)
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iudad Juárez, Chihuahua. 5 de septiembre de 2014. (RanchoNEWS).- La 31ª edición de la Bienal de Arte de São Paulo, una de las citas culturales latinoamericanas de mayor repercusión, demuestra que ya se fue el tiempo en el que el arte indignaba solo por estar al margen de lo cotidiano. También la realidad —sobre todo la realidad— puede molestar. A juzgar por las 250 obras de la gran exposición que abre sus puertas al público hoy, lo que buscan los artistas es mezclarse con la sociedad y ser comentaristas o críticos mordaces de los escándalos que en ella se producen. Ejemplos: las manifestaciones antes y durante el Mundial en Brasil, los conflictos raciales en Ferguson o las masacres en Gaza, además de otras incómodas cuestiones políticas y sociales del momento. Una nota de Camila Moraes para El País:
Ya en la entrada del pabellón de la Bienal, en el Parque do Ibirapuera, el colectivo boliviano Mujeres Creando recibe a los visitantes en su llamado Espacio para abortar, dividido en pequeñas cabinas que simulan úteros que invitan a las mujeres a entrar, dar su testimonio y abogar por la descriminalización del aborto.
Más adelante, el visitante se encuentra con un núcleo de artistas cuya vocación primera es subvertir los iconos católicos, como el peruano Giuseppe Campuzano y su Museo Travesti de Perú, que incluye una Nuestra Señora Aparecida (la patrona de Brasil) de rasgos masculinos. Hay también un espacio que reproduce imágenes y noticias sobre la violencia en la Argentina de los años 70 —Violencia, de Juan Carlos Romero— y un videoclip en el que los integrantes de un grupo turco de rap son supuestamente acribillados —Wonderland, obra de Halil Altindere—.
Doce de los 100 artistas seleccionados por la Bienal son brasileños. Entre ellos destaca el realizador Gabriel Mascaro, autor de la película No es sobre zapatos, que muestra la violencia y las estrategias de los grupos que la engendraron durante las protestas que explotaron en el país en junio de 2013, a través de imágenes grabadas por policías militares infiltrados. Mascaro señala que sintió «angustia» al trabajar en «esos momentos de vulnerabilidad inmensa», pero no revela cómo consiguió tener acceso a las imágenes.
Antes de que la Bienal abriera sus puertas, otro vídeo ya había provocado polémica: Inferno, de Yael Bartana. En esta obra de 2013, aún inédita en el país, la artista de origen holandés-israelí desafía los límites entre realidad y ficción al simular la destrucción del nuevo megatemplo de la evangélica Iglesia Universal do Reino de Dios en São Paulo. Tras haber sido objeto de una denuncia del Ministerio Público por incitar el prejuicio religioso (que al final ha sido archivada), se espera que la obra sea una de las más buscadas por los visitantes.
Para esta edición, los cinco principales curadores, todos extranjeros, eligieron a artistas posicionados al margen del mercado y encontraron un sugerente título: Cómo hablar de cosas que no existen. «Nos centramos en el presente y en modos de existencia menos aceptados dentro de una sociedad normalizada. Con eso, claro que hay polémica», explicó la curadora española Nuria Enguita.
La primera de las polémicas fue extra-artística. La provocó la ofensiva israelí en Gaza, que llevó a 55 artistas a firmar una carta contra el apoyo financiero de Israel a la muestra —90.000 reales (cerca de 31.000 euros) del presupuesto total de 24 millones (unos 7.700.000 euros)—. La movilización, capitaneada por el artista plástico, arquitecto y escritor libanés Tony Chakar, consiguió que la organización devolviera el dinero.
Pablo Lafuente, el otro español del grupo de comisarios artísticos, opina que no hace falta que los visitantes tengan conocimiento artístico para encontrar su lugar en esta Bienal. «Nuestro objetivo ha sido propiciar encuentros abiertos y generar discusiones a partir de obras y artistas que sean capaces de relacionarse con cuestiones contemporáneas e intervenir en ellas», afirma.
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