El analista político y crítico cultural publica Elogio del olvido (Debate), una alerta relativista sobre los peligros de utilizar la memoria como un imperativo moral. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 23 de marzo de 2017. (RanchoNEWS).- Ajeno en gran medida a la polémica que siempre despiertan su libros, David Rieff (Boston, 1952) se erige como un agudo y pesimista observador de la realidad contemporánea. En su último libro, Elogio del olvido (Debate), el politólogo estadounidense resucita el debate que ya exploró en Contra la memoria (2009) sobre el, en su opinión exacerbado, culto a la memoria histórica del mundo actual, planteando cómo el recuerdo puede ser tóxico, y a veces, lo conveniente es olvidar. Ejemplos no le faltan, pues analizando varios de los conflictos más definitorios de la historia reciente como el de Irlanda del Norte, la Guerra Civil española, el genocidio armenio, la Guerra de los Balcanes, el Holocausto judío o el 11-S, Rieff concluye que la memoria colectiva no es tanto un imperativo moral como una opción. Una línea de pensamiento que choca frontalmente con el actual consenso cuasi universal de que lo moralmente correcto es recordar. Andrés Seoane lo entrevista para El Cultural.
Para abrir boca, Rieff parte de la tan conocida como aceptada máxima del filósofo y ensayista George Santayana: «Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo».
¿Por qué se rebela contra esta visión?
Creo que recordar debería ser una opción entre otras. Este libro es una argumentación contra la idea de un deber moral absoluto de recordar, aunque del mismo modo no pretende ser un alegato a favor del deber absoluto de olvidar. Cuando hablamos de memoria no existe esa obligación moral en términos absolutos, kantianos. El título del libro es engañoso, es una provocación. Elogio del olvido, sí, pero elogio de la posibilidad del olvido, de su necesidad en contextos específicos.
Lo que propone el autor es una flexibilidad moral de carácter pragmático que permita poder acudir al recuerdo o al olvido según sea conveniente, pues como asegura, «hay situaciones, contextos históricos, en los cuales sí es mucho mejor recordar, como por ejemplo en Sudáfrica, que tiene una situación política en la cual el recuerdo del racismo, del apartheid, es positivo». Pero del mismo modo, el politólogo señala «multitud de ejemplos del otro lado, como el conflicto Israel-Palestina, un contexto en el cual el recuerdo sirve de arma de guerra, la memoria ayuda al fanatismo, a la idea de que la victoria de un lado o de otro debe ser absoluta».
La historia, al igual que la actualidad, nos ofrece gran cantidad de ejemplos de esta dualidad, pero el autor reconoce no saber en qué momento el recordar se convirtió en un imperativo, cuándo se hizo norma que el recuerdo es algo bueno per se. «No sabría decirlo exactamente, pero es un debate que existe desde la Grecia clásica, donde ya hubo ciudades que tras las guerras decretaban el olvido como fórmula para seguir conviviendo con sus vecinos; o incluso antes. Si ocurre desde siempre podríamos decir que es inherente a la condición humana, pero esa sería una visión muy ambiciosa de las posibilidades filosóficas de los seres humanos», añade pesimista.
Por lo tanto, ¿se hace evidente que nunca podemos tener la certeza de cuándo optar por un camino u otro?
¿Cuándo tenemos certezas en la vida? Nunca. La vida pública no es tan diferente de la vida privada, en la que no se sabe nada de forma certera. Yo propongo una posición condicional cuando hablo de los usos y abusos de la memoria, hablo en términos condicionales y no absolutos, porque para mí el absolutismo moral, de Platón o de Kant, es un error.
Del mismo modo que considera un error ridículo la pretensión humana de trascender al tiempo, de legar recuerdos a largo plazo. «La humanidad como tal no recuerda nada, la memoria es individual. No existe la memoria de la humanidad, existen memorias individuales que además no son muy fiables. Entonces cuando hablamos de la memoria colectiva, de la memoria de naciones, de la memoria de la humanidad, hablamos en términos metafóricos. Se trata de actos de apropiación del pasado al servicio del momento actual». Rieff, hijo de la escritora Susan Sontag, se define en sentido filosófico como un pragmatista norteamericano, por lo que para él el debate debe trascender a la moral y plantearse no en una dicotomía entre bueno y malo, sino entre útil o inútil. «Valoro la memoria en función de su utilidad, si es útil o inútil, si sirve a la paz o la guerra, a la justicia o a la injusticia. Soy un antikantiano, y cuando alguien me habla de imperativos morales me provoca escepticismo, me hace sospechar profundamente», añade receloso.
«Eso que llamamos 'memoria colectiva' no existe, es una mitología basada en memorias individuales que debe valorarse en función de su utilidad, porque los mitos son parte fundamental del imaginario humano. La clave es que no sean nocivos, sino positivos», continúa el autor de El oprobio del hambre. «Hay momentos en los cuales la conmemoración es útil y otros en los cuales es inútil o despreciable, depende de la situación. Cuando un museo estadounidense documenta la esclavitud es algo útil, debido al contexto. Pero tengo mis dudas sobre la conmemoración de la Nakba (el éxodo de los árabes palestinos, literalmente desastre, catástrofe) por parte de los palestinos, que para mí es un arma de guerra».
Asegura que en nuestras sociedades de hoy el recuerdo se transforma en mito y tiene un peso demasiado grande, ¿un exceso de memoria puede suponer una injusticia para el presente?
Sí, claro, hay versiones de memoria que tratan de hacernos esclavos del pasado, como en los Balcanes, donde sirvió como arma de guerra, como gasolina. Los serbios se mataban y masacraban a los bosnios por la memoria de batallas y guerras de los siglos XIV y XV.
Pero tampoco es el olvido exacerbado la solución, porque ¿no nos deja a merced de que el recuerdo fabricado, esa mitología creada ex profeso, se adueñe de la opinión o de la manera de ver las cosas de la gente?
El olvido generalizado favorece la manipulación, igual que los recuerdos interesados, ¿pero podría usted darme ejemplo de un momento en la historia en el cual no haya habido manipulación? La manipulación es parte del ADN de la política. Podemos hablar de frenar esa manipulación, de enfrentarla, pero no de destruirla. Una vida política sin manipulación es una utopía.
En un momento dado, Rieff pone la Transición española como ejemplo de este «pacto del olvido» entre dos ideologías que posibilitó la convivencia. «En gran medida, el acuerdo alcanzado al inicio de la democracia española llegó sobre las alas de la reescritura y del olvido. Si hoy en día es cuestionada y vista como algo que ya no sirve al pueblo, es porque tal vez, tanto el olvido como el recuerdo son mortales, y puede que ahora que las heridas son más viejas sea más útil para España entrar en una época de recuerdo, no sé. Hay momentos para recordar y momentos para olvidar». Pero en otras partes del mundo «la cuestión sobre si se debe dejar de elogiar el recuerdo y comenzar a elogiar el olvido es más acuciante», advierte.
El politólogo, que también ha ejercido como corresponsal de guerra en zonas de conflicto durante más de dos décadas con el consiguiente bagaje de experiencias violentas, hace suya la expresión de Nietzsche al afirmar que recuerdo y olvido son una 'decisión activa', es decir, «podemos decidir no conmemorar, decidir no hablar del pasado. Creo que la memoria, que recordar, es una actividad activa en el mismo sentido. Si hablamos de los Balcanes en este momento, hay muchas personas que no "recuerdan" lo que pasó. Es por eso que me interesa tanto el Edicto de Nantes del siglo XVI, en el que el rey Enrique IV dice que el pueblo debe olvidar. Sabe bien que el pueblo no va a olvidar en el sentido estricto, pero está diciendo: debemos parar, vamos a parar de servirnos de estos recuerdos», explica. Y considera que eso es igual de posible en la actualidad, como ilustra con el ejemplo de Irlanda del Norte. «Fue una guerra en la cual no hubo vencedor ni perdedor, y los protestantes y los católicos decidieron aceptar que nunca van a poder ponerse de acuerdo sobre el pasado, por lo que lo mejor sería pensar en el presente y en el futuro. Si no la guerra nunca hubiera terminado».
El autor elige para cerrar este ensayo unos poemas de Szymborska que hablan justamente del postulado contrario al de Santayana, del imperativo ético del olvido, algo que traducido al argot coloquial podríamos traducir por la expresión 'la vida sigue'. «Es un ejemplo de una manera muy moral de hablar del olvido. En el contexto de las guerras creo, como Szymborska, que la paz depende en cierto sentido del olvido. Que el olvido es mucho más importante para la paz que la justicia».
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