Rancho Las Voces: Cine / El documental «David Lynch. The Art Life» de Jon Nguyen, Rick Barnes y Olivia Neergaard-Holm
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viernes, marzo 31, 2017

Cine / El documental «David Lynch. The Art Life» de Jon Nguyen, Rick Barnes y Olivia Neergaard-Holm

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Un momento de David Lynch. The Art of Life. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 31 de marzo de 2017. (RanchoNEWS).- Llega David Lynch. The Art Life, un relato de los años de crecimiento del director de Terciopelo azul y Mulholland Drive donde nos encontramos episodios de su vida desconocidos incluso para su legión de incondicionales. El documental coincide con el regreso de Twin Peaks y la publicación de El hombre de otro lugar, de Dennis Lim, y David Lynch. El onirismo de la modernidad, de Javier Memba. Carlos Reviriego escribe para El Cultural.

La fascinación que ejercen determinados artistas se asemeja a un daguerrotipo de su propia obra que borra las fronteras entre el creador y la creación. David Lynch, sin duda, es uno de ellos. Pareciera que los andamiajes oníricos y misteriosos que sustentan películas tan inabarcables para la lógica de la percepción como Cabeza borradora, Carretera perdida o Inland Empire solo pudieran explicarse (o razonarse) si entra la peripecia vital del propio Lynch en la ecuación. Nada más lejos de la verdad. El autor de Tercipelo azul, practicante y promotor de la meditación trascendental, ha insistido una y otra vez que su fuente energética es la felicidad, desbaratando el mito del creador torturado y del malditismo como necesario peaje hacia el genio. David Lynch. The Art Life, un documental solo posible bajo su consentimiento y participación activa (con todo lo que ello conlleva, para bien y para mal), da forma a esta idea con imágenes de su infancia feliz y su descubrimiento de la creatividad interior.

Los directores de la película -Jon Nguyen, Rick Barnes y Olivia Neergaard-Holm- ya entraron con sus cámaras en la casa-estudio de Lynch, en los montes de Beverly Hills, cuando éste rodaba Inland Empire. De allí salió la película Lynch (2007), que daba acceso a los numerosos fans del cineasta norteamericano a ciertos procesos de creación, a su disponibilidad para transformar la imaginación en materia, a sus métodos interdisciplinares entre las artes que practica, sea la pintura, la música o el cine. Esta nueva película, resultado de varios retratos de la intimidad creadora del director a lo largo de tres años, formaría por tanto un díptico con aquella o, visto el resultado, una segunda parte de un proceso en marcha que pretende recorrer transversalmente la educación sentimental del autor de Una historia verdadera. El documental recorre su infancia y rebelde juventud, el abrigo familiar, su primer matrimonio, el nacimiento de su primer hijo y los cortos primerizos para terminar en el rodaje de Cabeza borradora -«la época más feliz de mi vida»-, cuando Lynch entró en pleno contacto con su subconsciente creativo.

Plástico, oblicuo, siniestro...

Un cigarro y un micrófono y su voz contándonos de primera mano las experiencias formativas que han cincelado su extraña imaginación. Su trabajo plástico, oblicuo y siniestro, ocupa el plano con frecuencia, pero no para ser comentado o analizado por Lynch -protagonista absoluto de esta película que no considera necesaria la intervención de «especialistas» o gente de su entorno-, sino para establecer conexiones con las historias de su formación que nos cuenta en off, creando una imaginería intrigante, embaucando al espectador en un juego de implicaciones y representaciones del subconsciente. Todo muy lynchiano, reforzado además por un score a la Badalamenti de Jonatan Bengta y el excelente trabajo fotográfico de Jason S. Si algo busca (y encuentra) la película es la fabricación de una atmósfera propicia y pertinente, una especie de banco de imágenes con las que estimular el análisis crítico-paranoico. Un trabajo, puede decirse, que convierte la hagiografía en un modelo a seguir.

Aun con todo, David Lynch. The Art Life abre algunas grietas en la intimidad del artista retratado en su estudio, contemplando en el vacío y el silencio el objeto artístico en blanco, esbozando en su mente acaso el producto final. Nos muestra cómo la creación en Lynch, al contrario de lo que podríamos imaginar, solo es posible desde el puro materialismo, la transformación de los objetos, la construcción desde la nada. Resulta fácil asociar al hombre de setenta años que amasa el óleo en sus manos y martillea los bastidores del lienzo con aquel que tuvo siete años en Montana y descubrió el placer de jugar con el barro, aquel niño a quien su padre inculcó la noción del «hazlo tu mismo y no esperes que nadie lo haga por ti». La infancia como un paraíso y como un laboratorio de talentos escondidos, de estímulos permanentes para crear un mundo propio en un espacio de apenas dos manzanas. Atravesando esta noción del arte como ejercicio de bricolaje y recreo infantil -de ahí quizá que su hija pequeña Lula Bogina, a quien está dedicada la película, sea la única persona que aparece en plano aparte de él-, el fime nos propone un relato de anécdotas de sus años de crecimiento hasta ahora desconocidas incluso por los más devotos de sus seguidores.

El universo lynchiano se despliega ante nosotros, aunque sea por evocación, cuando el autor de Mulholland Drive recuerda el día que una mujer ensangrentada corrió desnuda por su vecindario, y el impacto que eso dejó en sus retinas infantiles. O su primer día de colegio en Virginia, o cuando fumó marihuana por primera vez y detuvo el coche en mitad de la autopista hipnotizado por las líneas blancas y discontinuas del asfalto, o los días de encierro en Boston escuchando la radio sin interrupción.

Argumentos de leyenda

¿Debemos interpretar algunos de estos episodios como el germen de sus películas? Probablemente no; posiblemente solo formen parte de una galería de espectros convenientemente purgados en el recuerdo para sumar al arsenal de la leyenda, pero ciertamente la película sabe cómo utilizarlos en su favor. Y en el de Lynch.

No se puede obviar en cualquier caso el carácter promocional de una película, presentada en los fastos del Festival de Venecia, que se distribuye mundialmente en las vísperas del que se anuncia (y confiamos en ello) como uno de los acontecimientos culturales del siglo: el regreso de Twin Peaks. Si el paisaje troceado y enigmático del filme apela de algún modo a la propia poética de la serie de culto, construida sobre enigmas que se devoran a sí mismos, es acaso porque entre sus productores encontramos a Sabrina S. Sutherland, la instigadora del regreso de la serie a Showtime el próximo 21 de mayo. Sirva esta película como aperitivo.

Además del documental de Nguyen, Barnes y Holm se acaban de publicar dos libros sobre el director, David Lynch. El hombre de otro lugar (Alpha Decay), del periodista Dennis Lim, David Lynch. El onirismo de la modernidad (Ediciones JC), de Javier Memba. Con la intención de desentrañar todos los misterios de una obra que se despliega en el mundo del cine y la televisión -pero también en el arte y la música-, el libro de Lim recorre la vida de Lynch desde su infancia a la actualidad deteniéndose en los detalles de su biografía que pueden aportar algo para entender su estilo. El autor utiliza distintas perspectivas, que van del surrealismo y la posmodernidad a la ética y la religión, para terminar buscando las claves de una obra laberíntica con el bien y el mal como polos de referencia.

En David Lynch. El onirismo de la modernidad, Javier Memba se acerca a este icono de la postmodernidad que ha hecho de la estética uno de los pilares de su obra. Más próximo al cine de vanguardia, Lynch ha sacado adelante la mayor parte de su filmografía lejos del reducido circuito de cine independiente que le hubiera correspondido. Metido en la industria de Hollywood ha conseguido trabajar como si su cine fuese comercial. Eso también es un arte.

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