Página del cómic Philémon (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 2 de marzo de 2017. (RanchoNEWS).- Todo depende del apetito de cada uno, como cantaban Prefab Sprout, pero es innegable que el hambre por algunas cosas aumenta de forma proporcional a su escasez. Como niño de los 70, recuerdo algunos objetos elusivos que adquirían volumen emocional según pasaba el tiempo y se negaban a caer en mis manos: las Nike de Kyle Reese en Terminator; las figuras Mego de superhéroes; aquella maqueta de Los Novios. En ocasiones la captura acarreaba en su interior el alien de la decepción. No era fácil estar a la altura de expectativas acumuladas durante años (o décadas) de idealización maníaca. Kiko Amat escribe para el suplemento Babelia de El País.
El tebeo Philémon, de Fred (1931-2013), fue uno de esos artilugios idealizados de mi niñez. Por supuesto, en aquella época no respondía por su nombre francés. Los lectores lo llamábamos Filalici, el nombre con que había ido apareciendo en las páginas de la pionera revista infantil catalana Cavall Fort, mes a mes, de 1980 a 1989, por rigurosa entrega postal. La francesa Pilote las había publicado originalmente de 1965 a 1987.
Pertenezco a la generación que ya accedió a los cómics en formato completo y extensión de álbum, así que lo de leer Filalici a plazos se me antojaba tan perverso como adictivo. Su esquiva periodicidad (no podías leer Filalici cuando se te antojaba; tenías que esperar a que llamara a tu puerta) azuzó mi idea mítica del tebeo. Muchos lectores soñaban con el día en que aparecería Filalici en «largo», como Astérix o Tintín. Pero eso nunca sucedió, y Philémon se esfumó de las páginas de Cavall Fort; al contrario que su recuerdo, que solo hizo que irse hinchando día tras día en nuestros corazones.
Casi treinta años más tarde, Philémon se edita para el mercado español, y sigue estando a la altura del pedestal que erigimos en 1980. Es un tebeo raro, valiente, con un imaginario coherente, surrealista y onírico (en bueno, no en tabarra). El trazo de Fred es nervioso y temperamental (más Franquin que Hergé), y sus tramas son primas carnales del Little Nemo in Slumberland de Windsor McKay. En apariencia juguetonas, de aventuras, pero que inoculan entre viñetas (viñetas que Fred, al igual que McKay, organiza de forma revolucionaria) el vago regusto a hiel con el que uno despierta tras una cripto-pesadilla.
Philémon es un chaval de campo francés con una indumentaria más icónica (e inmutable) que la de Angus Young –tejanos ajados y camiseta a rayas- quien cada dos por tres cae a un mundo alucinante. Este mundo se rige por normas grotescas, habitan en él criaturas inauditas, e incluso las disposiciones geográficas presentan alteraciones chocantes. Una de ellas es la que da título a la primera aventura larga de Philémon: El náufrago de la A. Pues en ese mundo anónimo, las letras que señalan OCÉANO ATLÁNTICO en los mapas son un archipiélago de islas reales, cada una con forma de letra y particularidades locales.
Fred erige su universo a partir de ahí, colocando al protagonista en una odisea-en-duermevela que, a veces junto al náufrago Señor Bathélemy, a veces con su asno parlante Anatole (una especie de contrapunto práctico a las fantasías de Philémon; como el Hobbes de Calvin), le llevará de isla a isla, de sociedad en sociedad. Fred utiliza ese marco onírico de modo parecido a como Jonathan Swift utilizó la metáfora de las islas con que topaba Gulliver: exponiendo de extranjis las lacras políticas y sociales de su propio país: los Critiacuáticos, que torpedean los barcos-teatro con los que topan; los galeotes de la orwelliana galera ballena, que se amotinan para trabajar más; los policías y la autoridad en general, que el autor siempre pinta como malévolos, o lerdos, o las dos cosas. Pero Fred, como apunta Jorge García en el postfacio, rehúye el panfleto y expone sus ideas de libertad, otredad, desobediencia y pensamiento plural con sutileza, sin incrustarlos en el gaznate del lector tal que si este fuese un ánade dispuesto para el fuagrás.
Philémon es, en suma, un delicioso tebeo, apto para varias edades. Los niños pueden disfrutar con los lances y bichos raros que pueblan sus páginas. Los adultos, como sucede con Gumball o Futurama, podemos pinzarlo por el subtexto, el interlineado mordaz, y maravillarnos con las cáusticas sátiras que yacen tras los viajes. Philémon: Un regreso que no es chasco, sino todo lo contrario.
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