En la exhibición de esculturas mexicas se presentan los resultados de varios años de investigación acerca del color en los siglos XV y XVI. En la imagen, aspecto de la exposición, cuya curaduría está a cargo de Leonardo López Luján, director del Proyecto Templo MayorFoto Marco Peláez. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 24 de mayo de 2017. (RanchoNEWS).- Azul/verde, rojo, blanco, negro y ocre, los colores del universo, los colores del centro y los puntos cardinales, los colores de la paleta que escultores y pintores de Tenochtitlán utilizaron en murales y esculturas. Sólo cinco. Ericka Montaño Garfias reporta para La Jornada.
Esos colores son ahora el tema de la exposición Nuestra sangre, nuestro color: la escultura polícroma de Tenochtitlán, que se inauguró el pasado viernes en el Museo del Templo Mayor.
En la muestra se presentan los resultados de varios años de investigación acerca del color en los siglo XV y XVI e incluye piezas originales, algunas ya casi sin color, otras con apenas algunos rastros y otras pequeñas con los colores bien conservados.
La exposición, que concluirá en agosto, ocupa la planta baja del museo y se divide en diez módulos en los que se aprecian 28 piezas, todas del acervo del recinto localizado en el Centro Histórico y que se reúnen por primera ocasión.
Hay piezas originales, de pequeño y gran formatos, y es posible ver los colores con los que estaban pintadas obras como Tlaltecuhtli y Coyolxauhqui, un Chac Mool, o la reproducción de un guerrero estelar y un cráneo llenos de color al lado de los originales con sus colores deslavados.
Con esta muestra culmina el ciclo dedicado al estudio del cromatismo que comenzó con El color de los dioses: policromía en la antigüedad clásica y Mesoamérica, que se realizó en el Museo del Palacio de Bellas Artes, y el coloquio internacional El cromatismo en el arte grecorromano y mexica.
Ahora «nos centramos específicamente en la civilización mexica y en particular en la escultura de su capital imperial, la antigua Tenochtitlán, que es la ciudad que se encuentra bajo nuestro pies y que a la llegada de los españoles vivía su máximo esplendor y tenía casi 200 mil habitantes», explicó el director del Proyecto Templo Mayor y curador de la muestra, Leonardo López Luján.
«En las reproducciones que verán, muchas de ellas realizadas con alta tecnología, hemos recreado los colores originales que por desgracia en las esculturas que encontramos en el Centro Histórico no siempre se conservan bien por el paso del tiempo. La acción de la naturaleza, la mano del hombre han hecho que esos colores originales queden deslavados y en algunos casos hayan desaparecido por completo. Recurrimos a las réplicas tridimensionales para que el público vea cómo hace más de cinco siglos estas esculturas estaban pintadas con una paleta bastante reducida».
Veinticinco años de investigación
Durante el recorrido se encuentran paneles que explican desde los primeros estudios cromáticos que se realizaron en 1970 hasta los materiales empleados para dar color a las esculturas y murales, pezas que generalmente estaban a la intemperie.
«Investigadores como Roberto Sieck Flandes hicieron las primeras restituciones cromáticas, pero sin analizar las esculturas, como hacemos ahora, buscando ese color que está capturado en los poros, sino lo que hacían era ver los mismos motivos en los códices, a partir de eso hacían las reconstrucciones que, si bien son bellas y se han popularizado en camisetas, llaveros, ceniceros y todo lo que se vende a los turistas, no corresponden con la realidad».
Lo que se ha descubierto en 25 años de investigación, añadió López Luján, «es que hay dos paletas pictóricas diferentes: por un lado, la de los códices que tiene gran cantidad de pigmentos, casi todos ellos de origen orgánico, y por otro y muy diferente, es la paleta pictórica de la escultura y pintura mural que es mucho más reducida y se limita a cinco colores casi todos ellos inorgánicos: rojo, blanco, azul, negro y el ocre».
Esos colores básicos «corresponden a la simbología de los pueblos mesoamericanos que asociaban esos cinco colores con el centro del universo y los cuatro puntos cardinales y muchos pueblos de la actualidad siguen con esa idea; si visitan a los mixtecos, nahuas, a los tlapanecas, les van a decir que los cinco colores del universo son los colores de la planta del maíz: azul/verde de sus hojas, que tiene que ver con el centro del mundo y los otro cuatro colores con los cuatro tipos de mazorcas que se exhiben en esta exposición».
Nuestra sangre, nuestro color: la escultura polícroma de Tenochtitlán contó con la cocuraduría de los investigadores Fernando Carrizosa, Michelle de Anda, María Barajas, Ericka Lucero Robles y Diego Matadamas.
A la par de la exhibición se efectuará un ciclo de conferencias los sábados 10, 17 y 24 de junio y el primero de julio acerca de la recuperación de los murales de Teotihuacán o la estabilización de los colores en las esculturas del Templo Mayor.
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