Rancho Las Voces: Textos / «Cartas a Henry 8» por Susana V. Sánchez
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miércoles, mayo 31, 2017

Textos / «Cartas a Henry 8» por Susana V. Sánchez

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Henry James. (Foto: Susana James)

C iudad Juárez, Chihuahua. 31 de mayo de 2017. (RanchoNEWS).- Continua Susana su dialogo epistolar con Henry, si usted llega por primera vez a esta correspondencia le sugerimos leer las primeras cartas en estos enlaces a continuación. Primera entrega Segunda entrega Tercera entrega Cuarta entrega Quinta entrega Sexta entrega. Séptima entrega.

Carta # 8

Septiembre 7, 2013

Querido Henry:

Los días que han transcurrido desde mi última carta han sido simplemente frenéticos. Después de que el doctor nos indicó tu inminente fin, llegó un señor, muy amable por cierto, a hablar conmigo. Era el representante del departamento de Hospice, dependiente del Hospital donde estás internado. Me explicó todos los procedimientos, tanto médicos, como los protocolos que se requieren para que una persona que ya está en franca agonía se vaya a su casa. Después me mostró los papeles que debía firmar para aceptar este servicio. Firmé todos los papeles sabiendo que ésta es la primera vez que no tengo tu consejo ni tu respaldo para firmar documentos que no sé en realidad a qué me pueden comprometer. El señor de Hospice me indicó que este servicio está cubierto por el seguro médico. Pero yo, después de todos estos años a tu lado, y de todas las facturas médicas que hemos tenido que pagar por concepto de co-pagos y porcentajes que nos toca pagar, no sé en realidad qué cosas vayan a quedar pendientes, pero la verdad, ahorita es lo que menos me importa. El dolor, sin embargo, es terrorífico porque es la primera vez que no te tengo a ti para aconsejarme; es la primera vez en casi 30 años que no tengo el amparo de tu enorme inteligencia, de tu sabiduría, pero sobre todo del amor que me has entregado desde que nos volvimos a encontrar. Este señor ha venido varias veces para que le firme otros papeles y para darme toda clase de instrucciones y de indicaciones.

Hoy todo el día, ha estado aquí uno de tus amigos a quien yo no conocía y al cual llamaban Kaliman durante la juventud. Es un hombre de nuestra edad y venía acompañado de una jovencita a la que le calculo la edad de Chris, parecen una pareja ya añeja, pero él desde luego presentó a la muchacha como su amiga. El tal Kalimán afirmó ser cristiano, así que de entrada me cayó súper mal. Se estuvo todo el día contigo, te estuvo sosteniendo en muchos momentos porque tú te negabas a acostarte; a pesar de tu enorme debilidad quisiste estar sentado casi todo el día. Tengo que agradecerle a este hombre su compañía porque tú parecías muy sosegado. También estuvo viniendo mucha gente a visitarte; principalmente los amigos que has tenido desde siempre. Aunque también han venido tus familiares de Juárez, a algunos de ellos, por cierto, yo no los conocía. Me hice la reflexión de que en tu paso por el mundo tocaste para bien las vidas de muchas personas. Lo sé porque hoy vi hasta qué punto has sido un hombre muy amado. Todos tus amigos, lo han sido prácticamente durante toda tu vida y hoy están viniendo a despedirse de ti. Todos te han traído cosas simbólicas, más que para ti, para ellos. Elba, la viuda de Juanjo, te trajo una rana de peluche; Homero te trajo una biblia muy gastada o sea su propia biblia. En fin, toda la gente ha querido demostrarte su amor, cada quien a su manera. A mí el cansancio físico, pero sobre todo el dolor de lo que nos está pasando me ha tenido como alelada. Me sorprendo a mí misma ocupándome de cosas insignificantes y absurdas como si en ello me fuera la vida. Estoy tontamente alisando las sábanas o reacomodando las cosas que están en el buró. Quisiera que ya se fuera el tal Kalimán y que nos quedáramos solos para hablar contigo, decirte un torrente de cosas importantes que tengo atoradas en la garganta, pero te veo con ese pequeño hilo de vida que te ata todavía a este mundo y enmudezco… y ese traficar de tanta gente que me aturde. Chris y su esposa se han venido desde muy temprano todos estos días. Él llega con su computadora para trabajar desde aquí, pero esencialmente está contigo, siempre preguntando qué se te ofrece; si algo te duele.

 ―Hijo querido estás devolviendo el amor que recibiste de tu padre.

Hoy por la mañana, vino una fulana de Hospice a darme instrucciones sobre el espacio físico de la casa que debo de desocupar, para poder instalar una cama de hospital y todas las cosas que se van a requerir. Yo le estuve contestando como autómata. Tú tenías los ojos cerrados y la respiración muy superficial, como si estuvieras dormido; pero al salir ella del cuarto abriste los ojos y me preguntaste por qué estaba contratando a Hospice, me preguntaste si yo sabía lo que eso significaba. Yo afirmé con la cabeza y te contesté que si sabía y que ahora tu hígado tenía 30 tumores. Vi en tu cara el enorme desaliento que te invadió. Me di cuenta de que aún conservabas la esperanza de sobrevivir y vencer a esta enfermedad, como has vencido a tantas enfermedades que te han tocado durante la vida. Sé, vida mía, que de golpe fui yo la que te asestó el golpe de muerte. De inmediato me arrepentí de lo que dije, pero el mal ya estaba hecho. Fue una conversación que sólo duró unos cuantos segundos, unos cuantos malditos segundos que hubiera querido borrar por toda la eternidad. De nada ha servido todo el esfuerzo por tragarme las lágrimas, por guardar la compostura, por fingir que todo está bien y que solamente es una más de tus gravedades y que pronto nos iremos a casa a seguir nuestra vida. Sé que eres demasiado inteligente como para pretender engañarte sobre tu salud para siempre. Pero yo soy como un elefante borracho en cristalería, ando dando tumbos y dañando todo lo que encuentro a mi paso. Nunca me perdonaré esas estúpidas, malolientes, sarnosas, soeces, indecentes y malditas palabras que pronuncié. Lo de menos es culpar a la tipa que vino y que sin ningún miramiento comenzó a darme instrucciones dentro de tu cuarto de enfermo, como si estuviera hablando de algún asuntillo sin importancia. Efectivamente, es una empleada incompetente. Pero yo, yo que soy tu esposa, tu compañera, la mujer que ha vivido a tu lado por tantos años… no tengo palabras para describir la culpa que siento y la miseria en que he vivido todas estas horas. Porque sé que ahora sí te entregaste a tu agonía y no harás el menor esfuerzo por vivir. Quisiera arrodillarme a tus pies y pedirte perdón, pero sé que eso solamente agravaría tu estado de ánimo y de todas maneras no servirá para que yo misma me perdone. Le pido a Dios que me dé su luz y me perdone tanta estupidez. Pero sobre todo que a ti te dé la paz para poder despedirte de esta vida sin dolor y sin resentimiento. Ojalá vida mía me puedas perdonar y que estas malditas palabras no logren borrar al final el amor que nos tuvimos durante todos estos años que llevamos juntos.


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