Rancho Las Voces: Literatura / Entrevista a Ngugi wa Thiong’o
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miércoles, mayo 31, 2017

Literatura / Entrevista a Ngugi wa Thiong’o

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El escrito keniata Ngugi wa Thiong’o, retratado ayer en Barcelona. (Foto: Joan Sánchez)

C iudad Juárez, Chihuahua. 8 de mayo de 2017. (RanchoNEWS).- Un niño africano descalzo que acostumbraba a trepar a una montaña de desperdicios en su aldea de campesinos y pastores para ver el mundo encontró en La isla del tesoro una lectura memorable. ¿Cómo era leer la gran novela de Stevenson, con su trama de complejas lealtades, siendo un kikuyu desposeído en la Kenia colonial y teniendo un hermano en el Mau Mau y un hermanastro ex Real Fusilero Africano en la milicia local progubernamental? Ngugi wa Thiong'o ( Kamiriithu, 1938) sonríe. «Para mí era una historia, una gran historia. Me hizo querer ser Jim Hawkins, ver tierras lejanas, piratas. Cosas que ni sabía lo que eran. Es el gran poder de la narrativa», escribe Jacinto Antón para El País desde Barcelona.

¿No le parecía algo muy ajeno, del mundo de los blancos, tan alejado del suyo? «No creo que hubiera contradicción, lo que yo leía era una historia, y yo vengo de una tradición en la que se cuentan historias. Para mí ese libro, uno de los poquísimo disponibles que había en la escuela, era una forma de contarme a mí mismo historias como las que oía contar de noche. Otro libro que tuve fue una edición en kikuyu del Antiguo Testamento: lo leía no como un texto religioso sino como una suma de historias increíbles».

Ngugi (que renunció a su nombre en inglés, James Ngugi, y retomó el africano) es uno de los grandes escritores y pensadores de África. Preso en 1977 por la dictadura de su país, se exilió a EE UU. Candidato continuadamente al Nobel de Literatura, es autor de novelas tan conocidas como Un grano de trigo (Debolsillo), ensayos (como la famosísima compilación de conferencias Descolonizar la mente, también en Debolsillo), teatro o sus maravillosas memorias, una de las lecturas más hermosas y emotivas que quepa imaginar: la primera entrega, sus recuerdos de infancia, Sueños en tiempos de guerra, la ha publicado Rayo Verde. El miércoles dará una conferencia en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) sobre emancipación y escritura en África.

¿Cómo consigue llegar un niño descalzo de un humilde y oscuro poblado a escritor universal, profesor en las grandes universidades estadounidenses y candidato al Nobel? Parece algo digno de Grandes esperanzas, que por cierto es otro de sus libros favoritos.

Es verdad, me gustó tanto... Lo leí en la universidad y todavía hoy con compañeros de entonces cuando nos vemos nos saludamos a gritos '¡eh, Pip!' Me siento muy agradecido a la vida. El secreto quizá esté en el optimismo. Y en mi madre. Tuve una madre que me inculcó la creencia de que podía llegar a todo. 'hagas lo que hagas, hazlo lo mejor que puedas', me insistía. 'Esfuérzate siempre. El conocimiento es nuestra luz'. Era una mujer increíble. Tengo una gratitud inmensa hacia ella. Cuando pienso la enormidad de las cosas que consiguió. También me imbuyó un fuerte sentimiento moral de lo que está bien y lo que no.

Su madre era una de las cuatro esposas de su padre (que tuvo 25 hijos: para alguien ajeno a la tradición entender la red de parentescos de ese clan kikuyo es algo digno de Lévi- Strauss), que la echó de casa y a sus hijos con ella. En sus memorias relata la reconciliación final con su progenitor, que acaba dándole consejos dignos de Palabras para Julia en la cima del viejo estercolero.

¿Otro secreto es el perdón?

Es muy importante. Si no perdonas arrastras esa carga. Perdonar es darte a ti mismo el permiso de ser libre. El odio es corrosivo. Pero perdonar no es olvidar. Mi padre, en todo caso, luchó mucho en su vida. Nunca he dejado de valorar todo lo bueno de mi padre.

Ngugi, cuyo abuelo paterno era masai, reivindica incesantemente su lengua, el kikuyu o gikuyu y ha publicado parte de su obra en ella. También ha reflexionado sobre el uso de las lenguas de los países colonizadores. «Todas las lenguas, tal y como las concibo son positivas. Ahora aprendo español, aún no como para leer a García Márquez o a Cervantes. Las lenguas en sí son buenas, el problema viene cuando se trata de crear una falsa jerarquía entre ellas. O se postula que para que exista una lengua otras tienen que desaparecer. Lo malo son las relaciones de poder. Escribo en kikuyo pero no estoy en contra del inglés. El monolinguismo es un veneno, el dióxido de carbono de las culturas, mientras que el bilingüismo es el oxígeno».

Es curioso hablar con alguien del que conoces tantas cosas, incluido cómo fue su circuncisión y cuándo se calzó sus primeros zapatos. (El escritor ríe).

¡Los zapatos, sí! Los primeros me los regaló mi hermana para ir al instituto. Aún hoy me cuesta caminar llevando unos.

¿Cuál es el gran problema de África, que nunca acaba de despegar?

No se puede prosperar si todo lo que haces es dar y nunca recibes nada. África no deja de entregar sus recursos, lo hace desde el esclavismo, luego con el colonialismo y ahora otra vez. Hay que descolonizar la mente, sobre todo la de la clase dirigente. ¿Sabe que hay 14 países africanos cuyos fondos nacionales siguen siendo controlados desde París? Eso lo dice todo.

El Mau Mau, movimiento guerrillero diabolizado por los británicos, aparece con tintes mucho más positivos en las novelas y memorias de Ngugi, donde se muestra en cambio el gran sufrimiento de la población negra de Kenia ante la represión colonial, cuando que te encontraran un cartucho en el bolsillo o te señalara un confidente encapuchado significaba la condenaba a la horca. El propio Ngugi sufrió humillaciones y abusos. «Ya el nombre que le dieron los ingleses, Mau Mau, sugiere algo tenebroso y salvaje, en realidad el movimiento se llamaba Tierra y Libertad. Y se representaba con dos dedos alzados».

El apartheid, recuerda el escritor, funcionaba plenamente en la Kenia de antes de la independencia: «A un hombre negro que tuviera relaciones sexuales con una blanca se lo condenaba a latigazos y los lugares en que vivíamos se los denominaban reservas».

Ngugi tiene especial ojeriza a los exploradores europeos que descubrían África. Y le molesta el uso aún frecuente para los pueblos africanos de la palabra « tribu», con sus connotaciones negativas. «¿Cómo puede ser que un cuarto de millón de islandeses sean una nación y 40 millones de yorubas una tribu?».

El mundo africano de las memorias y novelas de Ngugi está desprovisto de animales salvajes, algo que forma parte en cambio del imaginario europeo al pensar en Kenia. Lo más que aparecen son gallinas, ganado, o los topos de los que el niño Ngugi se convierte en gran cazador. «No crecí con leones o jirafas delante de casa», ironiza. «Es verdad que Kenia tiene una gran fauna y que eso forma parte de Kenia. El problema es que siempre se ve África o Kenia desde un punto de vista de animales y naturaleza y se obvia, muchas veces malintencionadamente, la presencia humana. Y si se la menciona es para mostrar niños famélicos con moscas en los ojos, esos que gustan tanto de fotografiar los occidentales. O las mujeres en ropa tradicional. ¡No, no! Todo eso es África, pero también las autopistas, los rascacielos, los caminos embarrados. Si quieres entender la complejidad de África y de Kenia, tienes que comprenderlo todo».

Es difícil hablar de Kenia y no mencionar a la familia Leakey.

Son una gente muy interesante. Con muchas contradicciones. No puedes verlos desde un solo punto de vista. Colaboracionistas, sí, pero crecieron hablando kikuyu. Y el padre, Louis, lo escribía fenomenalmente. También forman parte de la historia plural y variada de Kenia.

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