El fundador de Pink Floyd retorna al rock y a los discos políticos con Is this the life we really want?. (Foto: Sean Evans)
C iudad Juárez, Chihuahua. 20 de mayo de 2017. (RanchoNEWS).- Es difícil que una espera prolongada a lo largo de 25 años merezca la pena. Y puede que Is this the life we really want?, el primer disco de rock de Roger Waters en el último cuarto de siglo, no constituya una excepción clara a esa norma, pero supondrá una alegría monumental para sus millones de fieles. El regreso del fundador de Pink Floyd, que no se entregaba a la escritura de canciones desde Amused to death (1992), es un disco denso, árido, enfurruñado y emotivo que remite a todos sus parámetros quintaesenciales y que, en consecuencia, entusiasmará a los seguidores clásicos y será objeto de honda incomprensión entre el público millenial. Solo la producción de Nigel Godrich, el ingeniero de referencia de Radiohead, sirve como tenue enlace intergeneracional para una obra que verá la luz en todo el mundo el próximo 2 de junio. Escribe Fernando Neira para El País.
«¿Es esta la vida que realmente queremos?». El mismo título y hasta la portada, con esas siete palabras como únicas supervivientes en un texto íntegramente tachado, dejan claro que Waters (Surrey, 1943) no buscaba un álbum cómodo. «No nos basta con triunfar, necesitamos que otros fracasen», dispara en el demoledor (y desolador) tema central, donde recuerda cómo, en estos años de «hipotecas basura», el mundo ha pasado de «las ocas engordadas, el caviar y los bares modernos» a los «hogares rotos». Y todo ello mientras la voz de Donald Trump («¡La CNN manipula noticia tras noticia. Yo gané!») sirve como prólogo desabrido.
La deshumanización, la evaporación de las ideologías o el sometimiento a la máquina son argumentos que sirven de hilo conductor para estas 12 canciones: 54 minutos de música ininterrumpida que invitan a escuchar sin más ocupaciones de por medio. De alguna manera, Is this the life… pertenece a otra época: es un álbum conceptual, no sirve para un consumo accidental ni fragmentado y carece de un single claro, un corte pegadizo remotamente parecido a, por ejemplo, Another brick in the wall. Pero implica una exhibición sónica apabullante, una experiencia para recuperar a aquel audiófilo que llevábamos dentro. Y supone lo más cercano a Pink Floyd que volveremos a estar nunca. La gira, que arranca el próximo viernes en Kansas y hará escala española en abril de 2018, se ha bautizado como una canción de la banda, Us and them.
Las alusiones al mítico universo estilístico del grupo son muy abundantes, empezando por el tictac del reloj en el tema introductorio, When we were Young, o esa guitarra acústica, reconocible desde el primer acorde, que abre la segunda pieza, no en vano titulada Déjà vu. El oyente irá descubriendo bombásticos coros femeninos, a la manera de The dark side of the moon, o unos teclados analógicos en Picture that que remiten a los tiempos de Wish you were here. Pero puede que el pasaje más abrumador en cuanto a la arquitectura sonora lo proporcione Bird in a gale, con sus voces repetidas en eco, el retumbar de campanas y una ambientación casi fabril.
Desde su traumáutica y judicializada ruptura con David Gilmour y el resto de integrantes de los Floyd, Roger Waters había publicado tres apreciables trabajos en solitario (The pros and cons of hitch hiking, Radio K.A.O.S. y Amused to death), ninguno de ellos muy exitoso, y una extensa ópera, Ça Ira (2005), que, como suele suceder en estos casos, no acabó de convencer ni a sus huestes rockeras ni al público familiarizado con la música culta. Ahora hay mucho trasfondo herciano en el nuevo trabajo, quizás porque su autor barajó la idea de un serial radiofónico. Godrich le convenció para desecharla y puede que esa sea una de sus grandes aportaciones, puesto que su mano es aquí mucho más sutil que en Chaos and creation in the backyard, el álbum con el que en 2005 reinventó a Paul McCartney. Otro ilustre coetáneo de Waters.
Genios reticentes
Las renuencias de Waters a la hora de ampliar su catálogo pueden recordar, y mucho, a las de Peter Gabriel, otro genio indispensable de aquella gran generación del rock sinfónico. El exlíder de Genesis esperó 10 años para procurarle a Us (1992) una continuación con Up. Lo peor es que hoy, tres lustros después, sigue sin entregar nuevo material inédito. No prolífico, pero menos remolón se ha mostrado David Gilmour, que por su cuenta ha grabado On an island (2006) y Rattle that lock (2015).
Dos años de grabación
Siempre minucioso con su obra hasta la extenuación, Roger Waters ha invertido casi dos años en la elaboración de Is this the life we really want? Las sesiones tuvieron lugar en los estudios californianos de Jonathan Wilson, una de las grandes figuras de la escena del Laurel Canyon, que también interpretó personalmente guitarras y teclados durante todo el proceso. Waters fue descartando y añadiendo ideas de manera frenética y no quiso dar por finalizada su obra hasta constatar cómo se resolvían las recientes elecciones a la presidencia de Estados Unidos. Nadie en Sony Music ha facilitado el presupuesto invertido para este trabajo, pero parece evidente que nos encontramos ante uno de los trabajos más caros de la década. Solo la gira mundial acabará contribuyendo a que los números cuadren.
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