Rancho Las Voces: Textos / «Cartas a Henry 10» por Susana V. Sánchez
La vigencia de Joan Manuel Serrat / 18

miércoles, mayo 31, 2017

Textos / «Cartas a Henry 10» por Susana V. Sánchez

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Henry James. (Foto: Susana James)

C iudad Juárez, Chihuahua. 19 de febrero de 2017. (RanchoNEWS).- Continua Susana su dialogo epistolar con Henry, si usted llega por primera vez a esta correspondencia le sugerimos leer las primeras cartas en estos enlaces a continuación. Primera entrega Segunda entrega Tercera entrega Cuarta entrega Quinta entrega Sexta entrega. Séptima entrega. Octava entrega. Novena entrega.

Carta # 10

9 de Septiembre del 2013 por la madrugada.

Poco después de que llegué a casa, llegó Lucy, mi amiga y me invitó a cenar. Acepté como lo he hecho todo últimamente de una forma mecánica, sin pensar en nada. Solamente he querido satisfacer esta hambre terrible que he tenido todo el día. Es incomprensible como el cuerpo, como un tirano, nos demanda puntualmente la satisfacción de sus necesidades y nos obliga a ponerlas en primer plano aún en los momentos más terrible. Cuando estaba cenando, me llamó Chris y me informó que su papá acababa de morir. A pesar de tu gravedad, no esperaba que fueras a irte en el preciso momento en que yo me retirara del hospital, después de tantas horas de estar a tu lado. ¿Por qué vida mía? Es como si hubieras esperado precisamente que yo no estuviera junto a ti para partir en el viaje a la eternidad. Por supuesto, dejé la cena comenzada y le pedí a Lucy que me llevara al hospital, pero siento ya un gran resentimiento contra ella y una gran culpabilidad contra mí misma, contra mi cuerpo y sus estúpidas demandas de alimento, de limpieza, de sueño, en fin de todo lo habido y por haber.

Cuando llegué al hospital, había mucha gente de tus amigos y tus familiares en el vestíbulo, pero gracias a Dios nadie me habló, ni me detuvo. Yo solamente quería correr a verte porque sabía que eran los últimos momentos que iba a tener tu cuerpo a mi lado, aunque tu alma ya no estuviera presente. Te fuiste, mi bien, tal como has vivido. Sin quejas, sin aspavientos, nada más tranquilamente y así se plasmó en tu rostro esa tranquilidad, esa bondad con la que has vivido. Me recordaste a un anciano que murió en los tiempos en que yo viví en Madera, durante el tiempo que acompañé a mi papá, cuando perdimos a mi mami. En ese tiempo no había funerarias en el pueblo; entonces, la gente velaba a sus deudos en una cama o en una mesa. A veces les solicitaban a los médicos de la localidad una preparación del cuerpo para poder esperar a los familiares que aún no llegaban. Mi papá odiaba este trabajo porque afirmaba que él era médico, no embalsamador. Pero el caso es que esta familia que era muy numerosa, eran sus clientes y le insistieron tanto que les hiciera ese favor, que no tuvo más remedio que ir a preparar el cadáver. Yo lo acompañé en esa ocasión porque el ayudante que normalmente le colaboraba estaba de vacaciones. Para mí, fue una sorpresa contemplar a ese señor recién fallecido. A pesar de ser un anciano cuyo rostro tenía las huellas de la vejez y la enfermedad, la muerte lo había vestido con una rara dignidad llena de belleza. El hombre parecía un patriarca bíblico en un cuadro de Da Vinci. No pude evitar comentárselo a mi papá que estaba de un humor de los diablos. Él volteó a ver al anciano pensativamente y estuvo de acuerdo con mi observación. Entonces, los dos concluímos que en la muerte, a las personas se les refleja en la cara lo que ha sido su vida. Mi papá reiteró que efectivamente, él había tenido la oportunidad de observar miles de cadáveres debido al ejercicio de su profesión; y estuvo de acuerdo que en la muerte, el cuerpo y sobre todo el rostro de las personas retratan lo que han sido durante su vida.

Tú mi amor, no eres aún un anciano, sin embargo, la falta de salud te ha cobrado un tributo prematuramente. Cuando llegué al cuarto, éste se había inundado de una extraña paz. Tu cuerpo ya no tenía la crispación que lo había poseído durante todos los días de tu internamiento. Tu rostro, sobre todo, había adquirido esa belleza de espíritu que siempre te caracterizó. Toda la dignidad y la valentía con la que has vivido te salieron, no solamente a la cara, sino que tu cuerpo entero estaba rodeado de un gran halo de paz. Me senté junto a tu cama y tomé tu mano, desgraciadamente ya estaba adquiriendo la rigidez de la muerte, a pesar de estar aún tibia. Ese hecho me recordó las palabras de mi papá de cómo una vez que el hálito divino de la vida abandona el cuerpo, éste se vuelve materia inanimada, comienza el regreso a la integración con la tierra; con el polvo del que habla la religión católica cuando nos imponen ceniza en la frente durante los miércoles que señalan el comienzo de la cuaresma. Acaricié tu cara, tus patillas y tu bigote tan masculinos; esas características que tanto me gustaron de tu físico; también toqué tus labios con las yemas de mis dedos. En ese momento, me cayó en la consciencia que nunca más escucharía tu voz, ni tus bromas cotidianas que tanta alegría le han dado a mi vida. Sentí un gran vacío en el estómago, como si estuviera cayendo en un precipicio sin fondo. Hoy, amor mío, comencé puntualmente a sentir la soledad brutal de mi viudez. A pesar de toda la gente que iba y venía; a pesar de que Chris, mi hijo querido estaba a mi lado; de que Chayo y José Luis, mis hermanos me acompañaban; de que tus hermanos y tu mamá estaban presentes, he sentido la más terrible de las soledades, el vacío más espantoso y el pánico me atenazó la garganta. No sé verdaderamente que será de mi vida de aquí en adelante. Sin embargo, pocos minutos pude entregarme a estos sentimientos, aun cuando no me abandonarán, estoy segura, por un larguísimo tiempo. Otras consideraciones me esperaban.

Casi de inmediato, vinieron los enfermeros y me preguntaron si quería los servicios funerarios que el hospital tiene previstos para estos casos. Otra vez se puso en marcha esto que se ha convertido en contestar maquinalmente a todas las disposiciones que tengo que hacer y que por lo tanto exigen de mí decisiones casi instantáneas. Cuando vino el señor encargado de la disposición de los cuerpos, me preguntó si quería que preparara tu cuerpo para el funeral o si quería que fueras cremado inmediatamente. Escogí la cremación inmediata porque esto ya lo habíamos discutido tú y yo durante muchas ocasiones a lo largo de nuestro tiempo juntos. Sé muy bien que no hubieras querido una exhibición de tu cuerpo ya exánime. Me lo pediste encarecidamente muchas veces y por supuesto cumpliré con este deseo. Sin embargo, no le tomé parecer a nadie, ni a nuestro hijo, ni a tus hermanos; simplemente tomé la decisión en base solamente a lo que habíamos conversado tú y yo íntimamente. No sé si en el futuro esto será motivo de resentimiento o disgusto. Simplemente estoy tomando decisiones, una tras otra en esta vorágine en la que estoy envuelta y obligada a dar respuesta a tantas preguntas y a tantas cosas. ¡Ojalá las personas que se sientan afectadas me puedan perdonar si me equivoco! Firmé otro rimero de papeles y fui a despedirme de ti por última vez, para que pudieran llevarse tu cuerpo porque el hospital sólo da un plazo de dos horas para que las personas fallecidas se vayan de sus instalaciones. Insignificante plazo para tomar estas dolorosísimas decisiones.

Hoy, lo único que puedo hacer es obedecer la educación que me dio mi madre:

Haz las cosas, tienes que hacerlas aunque te duela mucho, aunque estés cansada, aunque tengas que arrastrarte. Susana, ponte de pie y haz las cosas. ¡Gracias madre, por prepararme para enfrentar y afrontar la vida y también la muerte!


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