Henry James. (Foto: Susana James)
C iudad Juárez, Chihuahua. 31 de mayo de 2017. (RanchoNEWS).- Continua Susana su dialogo epistolar con Henry, si usted llega por primera vez a esta correspondencia le sugerimos leer las primeras cartas en estos enlaces a continuación. Primera entrega Segunda entrega Tercera entrega Cuarta entrega Quinta entrega Sexta entrega. Séptima entrega. Octava entrega.
Carta # 9
8 de Septiembre del 2013
Querido Henry:
Tal como lo había sospechado. Desde aquella pequeñísima y horripilante conversación, te retiraste a un lejano lugar de tu mente y cortaste toda comunicación con la gente que te rodeaba, incluyéndome a mí. Exceptuaste, sin embargo a tu mamá. Me alegro Henry, me alegro que hasta el final hayas mantenido ese fortísimo lazo de amor y de mutua comprensión que siempre te unió con la autora de tus días. Esa noble mujer para quien significaste la salvación. Sólo el hecho de tu existencia, el ser ese pequeño bebé, del cual fue indispensable que se ocupara, la distrajo de su terrible dolor ante la tragedia de la muerte de su primogénito. Tú Henry, fuiste su amparo y su resguardo contra la adversidad y la franca locura por la inesperada pérdida de su hijo mayor. Desde que eras un pequeño de meses tuviste la misión de ser un ángel de la guarda en la vida de tu madre. Y después, cuando llegaron tus hermanos siempre fuiste un amigo y un compañero y consejero para cada uno de ellos. Hoy los he podido ver ante la inminencia de tu partida, con el dolor ante la pérdida del hermano; pero también con el desamparo que nos agobia por la partida de un querido y fiel amigo. Tú mamá, a pesar del dolor tan grande que siente se ha sentado al lado de tu cama de enfermo y ha conversado contigo, como siempre. Estoy asombrada de la fuerza moral que emana de esta mujer a quien el tiempo arrollador ha convertido en una persona físicamente tan frágil.
Al verla tan anciana, no he podido evitar sentirme en la orfandad otra vez. Hace tantos años que perdí a mi propia madre… pero cuando me casé contigo jamás hubiera sospechado que también estaba entrando en mi vida una segunda madre. Esta maravillosa dama que se convirtió en mi suegra, y a la cual no me gusta jamás llamarle suegra porque en realidad ha sido una madre para mí. Es extraño, como la palabra suegra tiene unas connotaciones tan negativas y tan hostiles. Sin embargo, a través de mi vida yo he conocido muchas suegras maravillosas que han establecido excelentes relaciones con sus nueras. Yo, realmente, no tenía ninguna expectativa. Aunque conocía ya a tu mamá porque, como tú sabes, fui amiga de una de tus hermanas desde mi época de estudiante, sin duda, no es lo mismo conocer a una señora que ser su nuera. Esos primeros días de casados que pasamos en la casa de tus papás fueron unos días realmente buenos para mí. Ella me trató con tanto cariño y con tanta familiaridad, como si ya nos hubiéramos tratado desde hace mucho tiempo. Tu mamá es una persona tan sabia y tan inteligente como tú. Cada conversación con ella ha sido para mí como una lección de vida. Las anécdotas que me platica son tan interesantes, pero más aún las opiniones que tiene sobre las cosas, sobre los hechos y sobre la gente me resultaron tan novedosos y algunas de sus afirmaciones verdaderamente originales y fuera de serie. Uno espera que la gente de cierta edad tenga pensamientos anticuados, pasados de moda y bueno…todos esos epítetos que a todos nos agrada endilgarles a los demás. Sobre todo, creo que somos muy injustos con la gente mayor, considerándolos a todos cortados por el mismo rasero. Se nos olvida que son personas distintas y originales que en la mayoría de los casos ni siquiera se parecen entre sí, como es el caso de nosotros con respecto a nuestros contemporáneos.
Hoy, Christy ha estado en una condición francamente frenética. Cada vez que se me ha ofrecido alejarme un poco de tu cuarto, me llama por teléfono para saber dónde estoy. Hoy prácticamente no he podido desayunar y, cuando Zoila mi amiga me llevó a la cafetería del hospital para invitarme a comer tuve que dejar la charola servida porque Chris me volvió a llamar en un estado de franca desesperación. No tuve valor de decirle que andaba solamente tratando de comer algo. Me regresé a tu cuarto y permanecí allí como en un estado de sonambulismo. Sigue viniendo mucha gente a verte, pero ya no me doy clara cuenta de quienes son. También constantemente me están hablando por teléfono. Yo ya aprendí mi lección y me salgo del cuarto para contestarle a la gente que habla para preguntar por ti. Paco, mi amigo de toda la vida fue uno de los que me habló desde Chicago. En verdad, no sé cómo es que todo mundo se ha enterado de tu enfermedad y de tu extrema gravedad. Yo nada más le estoy contestando a todo ese mundo maquinalmente, como si fuera una grabadora. Tú de vez en cuando abres los ojos y volteas a verme con una mirada llena de preguntas, pero luego los vuelves a cerrar. No sé si es por agotamiento o por la morfina que te están aplicando continuamente. En todo caso, no importa. Lo único que me preocupa es que estés bien atendido, limpio, sin dolor y lo más cómodo que sea posible. No me atrevo a iniciar una conversación porque comprendo que ya no tienes fuerzas para sostenerla y lo último que quiero es atormentarte con mi propia angustia. Sé que los días venideros, ese hecho me va a perseguir y me atormentará posiblemente para el resto de mi vida. Cuando nos volvimos a encontrar iniciamos una conversación que solamente se terminó en estos últimos días de tu internamiento en el hospital. Una de las razones es que desde que nos fuimos juntos a Dallas noté hasta qué punto te estaba afectando ya tu cerebro maravilloso la enfermedad. En el aeropuerto, creíste ver a personas inexistentes. Ése fue uno de los momentos más escalofriantes de todo el proceso de tu enfermedad. Cuando te sucedió eso comprendí que era el preludio de la soledad que me esperaba desde ese momento en adelante. Como a las 7 de la tarde, Chris me dijo que me fuera a casa a bañarme para que pudiera volver para pasar la noche contigo. Aproveché estos momentos para escribir esta líneas.
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