De i. a d, 1ª fila, Juan García Hortelano, Gabriel García Márquez, Salvador Clotas, José María Castellet, Mario Vargas Llosa (detrás 2i). Isabel Mirete (c). Carlos Barral (2 fila dcha.). Miembros del jurado premios periodismo biblioteca breve. Barcelona, 1970. (Foto: EFE)
Ciudad Juárez, Chihuahua. 6 de julio de 2017. (RanchoNEWS).– La Cátedra Vargas Llosa organizó esta semana un curso dentro de la programación de verano de la Universidad Complutense en El Escorial para celebrar el medio siglo de la publicación de la novela Cien años de soledad del colombiano Gabriel García Márquez.
El evento incluyó el diálogo que el Nobel peruano mantuvo con el ensayista colombiano Carlos Granés. A continuación reproducimos el diálogo según lo reportan los periódicos españoles: ABC, La Vanguardia, El País y El Mundo. Comenzamos con este último:
«García Márquez no era un intelectual, sino un artista. No estaba en condiciones de explicar el enorme talento que tenía a la hora de ponerse a escribir. De modo que funcionaba a base de intuiciones y pálpitos que no pasaban por lo conceptual. Tenía una disposición extraordinaria para acertar tanto». De esta forma comenzó anoche Mario Vargas Llosa su particular homenaje al Premio Nobel en el tercer aniversario de su fallecimiento y cuando se cumplen 50 años de la publicación de Cien años de soledad. Así, en el marco del curso García Márquez: más allá del realismo mágico, organizado por la Universidad Complutense, analizó e interpretó las diversas facetas de un escritor que, durante toda su carrera, se nutrió de la cultura popular, de los dilemas políticos de su país, de su paisaje y su folclore para escribir sus obras, reporta Pedro del Corral para El Mundo.
Vargas Llosa y García Márquez se conocieron durante la entrega del Premio Rómulo Gallegos, en Venezuela, en 1967. Sin embargo, no fraguaron su amistad hasta unos meses después, cuando el autor de El coronel no tiene quien le escriba se trasladó a Barcelona con su mujer, Mercedes. Casi siguiendo su estela, Mario y Patricia se instalaron en el barrio de Sarriá, fortaleciendo aún más su relación. «Cuando entré en su universo», dijo el Premio Nobel de Literatura 2010 en relación a Cien años de soledad, «quedé cegado. Leerla fue una experiencia deslumbrante. Me pareció una obra magnífica».
Se podría decir que Vargas Llosa sabe más sobre García Márquez que el propio García Márquez dada sus continuas referencias a su carácter, su personalidad y su relación con el entorno. «Creo que tenía un sentido muy práctico de la vida que descubrió en ese momento en que se manifestó a favor de Cuba», señaló sobre esa etapa en que el escritor comenzó a ser fotografiado con Fidel Castro. «Gracias a eso se libró del baño de mugre que recibimos todos los críticos del sistema. Es la izquierda la que tiene todo el control de la vida cultural en todas las partes del mundo».
Los dos escritores, además, compartieron agente literaria, Carmen Balcells –fallecida en septiembre de 2015– y formaron parte de un selecto ambiente de autores latinoamericanos que, con el tiempo, calificarían como el Boom hispanoamericano: «Tengo la sensación de que no era consciente de las cosas mágicas que hacía».
Sin embargo, la admiración entre ambos se multiplicó en el campo literario. Hasta tal punto que Vargas Llosa empleó casi dos años a examinar la obra de García Márquez para publicar, en 1971, Historia de un deicidio, uno de los estudios más completos sobre el autor colombiano. «Gabriel lo leyó en un viaje que realizó a Londres y me dijo que tenía el libro lleno de anotaciones y que me lo daría en un momento dado. La verdad es que ese instante nunca llegó y nunca vi esas anotaciones», dijo, al mismo tiempo que calificó de placentero todo el proceso de meterse en el personaje.
La tesis, de la cual sólo se publicó la primera edición –compuesta por 20.000 ejemplares– abarca desde los primeros cuentos hasta Cien años de soledad, analizando algunos de los textos que el colombiano reuniría en La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada. Así, Vargas Llosa desentraña algunas anécdotas de su vida y va señalando a los demonios culturales de García Márquez que dieron origen a personajes como el Coronel Aureliano Buendía y el universo de Macondo. Entre ellos, Faulkner, Rabelais, Borges o Camus. «Cuando Europa descubrió la literatura latinoamericana, tuve una sensación muy enriquecedora que nos acercó como escritores», apuntó. «Quizá, fue una de las razones que fomentaron nuestra amistad».
Sin embargo, el fin de ésta llegó cuando, tras abandonar España en 1974, en mitad de la travesía que les llevaría de vuelta a Lima, ocurrió el suceso que tanto ha disparado los rumores y que tiene, indirectamente, relación con el célebre puñetazo. El 12 de febrero de 1976, día en que se iba a estrenar la película La odisea de los Andes, en el Teatro Bellas Artes de México DF, Vargas Llosa se acercó a García Márquez, que le saluda al grito: «¡Hermanito!», le sacudió un golpe en la cara que lo derribó. «Nunca más tuve contacto con él tras el distanciamiento. Jamás volví a estar con él». Sobre esto, Vargas Llosa prometió contar los motivos algún día. Por el momento, siguen siendo rumores.
La 'casa de Pandora' de Gabo
«Más que un hogar, la casa era un pueblo», decía García Márquez sobre la que fue su residencia hasta los 11 años. En ella, situada en Aracataca (Colombia), desarrolló su infancia de la mano de sus abuelos maternos y sus tías, quienes ejercieron una fuerte influencia no sólo a nivel personal, sino también en el profesional: lo que le explicó su abuela en sus cuentos o las experiencias que vivió con su abuelo fueron, progresivamente, adquiriendo un aire legendario. «Todo lo que leyó, oyó y vivió fue conformando su vida», sostuvo Dasso Saldívar, biógrafo del poeta, en una de las ponencias del curso García Márquez: más allá del realismo mágico.
De este modo, uno de los motivos por los que escribió Cien años de soledad fue porque quería volver a esa casa donde había vivido y a esos familiares que lo habían criado. «Esa necesidad de regresar al origen fue una de las grandes fuerzas que siempre movió a Gabo», señaló. «Era una especie de casa de Pandora, pues entraba todo lo que estaba a su alrededor». Desde el pueblo o sus familiares hasta los hechos más trágicos de la historia de Colombia. «Sin la casa, no hubiera sido escritor».
Sin embargo, ¿ese viaje de regreso a su infancia lo llegó a realizar? «Realmente», añadió Saldívar, «no es un camino de retorno, sino otro alquimizado por la memoria, por la ensoñación, por la poesía». En ese sentido, resulta determinante el papel que el lugar jugó en la estructura espacio-temporal de la obra. «Ese viaje no es un retorno y no vuelve en sí mismo, sino que consistía en ir más allá a través de los mismos personajes y de los mismos hechos».
La versión Javier Rodríguez Marcos de El País
1967 no es solo el año en que se publicó Cien años de soledad, también es el año en que Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa se conocieron personalmente en Caracas con motivo de la entrega al segundo del premio Rómulo Gallegos por La casa verde. La Cátedra Vargas Llosa ha organizado esta semana un curso dentro de la programación de verano de la Universidad Complutense en El Escorial para celebrar lo primero, pero resulta imposible olvidar lo segundo dado el peso literario de ambos escritores y, sobre todo, dada su ruptura en 1976 tras años de amistad, vecindad y complicidad.
Lo uno y lo otro sobrevolaron ayer el diálogo que el Nobel peruano mantuvo con el ensayista colombiano Carlos Granés, que empezó comparando el acto con una hipotética charla de Camus sobre Sartre o de Tolstói sobre Dostoievski, «un titán hablando de otro titán que fue su contemporáneo». Vargas Llosa no solo es el titular de la cátedra que organiza el curso sino el autor de ‘Historia de un deicidio’, en palabras de Gerard Martin, biógrafo de García Márquez, «uno de los homenajes más generosos y notables de la historia de la literatura que un gran escritor haya dedicado nunca a otro». Más aún, el «mejor libro individual» que se haya escrito acerca del autor de Aracataca según el propio Martin, que trabaja actualmente en una biografía del autor de La ciudad y los perros y que ayer escuchó a su futuro biografiado desde la segunda fila.
Vargas Llosa tenía, pues, toda la autoridad del mundo para hablar de su colega y con esa autoridad lo hizo. Empezó retratando a García Márquez –al que solo llamó Gabo para reproducir una conversación en estilo directo– como alguien tan tímido y huraño en público como locuaz y divertido en privado. Luego subrayó que más que el hecho de haber sido criados ambos por los abuelos maternos o de haber tenido relaciones conflictivas con sus respectivos padres, los unió la devoción por Faulkner, «nuestro común denominador». Y algo más: el descubrimiento de ser latinoamericanos al llegar a Europa, algo imposible desde Bogotá o Lima.
No tardó en aparecer en la conversación el acontecimiento político que despertó «la curiosidad del mundo por América Latina y, de paso, por su literatura» y que con el tiempo se convertiría en un muro entre ambos: Cuba. Preguntado por el ‘caso Padilla’ –que dividió políticamente a los autores del boom en 1971, cuando el poeta fue acusado de ser agente de la CIA– Vargas Llosa desveló que cuando se conocieron, los papeles estaban cambiados: «Yo era muy entusiasta de la revolución; García Márquez, muy poco. Siempre fue discreto al respecto, pero él ya había sido purgado por el Partido Comunista cuando trabajaba en Prensa Latina junto a su amigo Plinio Apuleyo». ¿Qué pasó para que aquel discreto descreído terminara haciéndose fotos con Fidel Castro? «No lo sé», respondió. «Yo creo que tenía un sentido práctico de la vida y sabía que era mejor estar con Cuba que contra Cuba. Así se libró del baño de mugre que cayó sobre los que fuimos críticos con la evolución de la revolución hacia el comunismo desde sus primeras posiciones, que eran más socialistas y liberales».
La charla tuvo un eminente cariz político pero no dejó de lado la literatura, empezando por ‘Cien años de soledad’. «Me deslumbró», dijo sonriente el escritor peruano. «Tanto que corrí a escribir un artículo titulado ‘El Amadís en América’. Pensé que por fin América Latina tenía su novela de caballerías, una narración en la que primaba lo imaginario sin que desapareciera el sustrato real. Tiene además la virtud de pocas obras maestras: la capacidad de atraer a un lector exigente preocupado por el lenguaje y, a la vez, a un lector elemental que sólo sigue la anécdota». Vargas Llosa no sólo escribió sobre García Márquez sino que enseñó su obra en cursos universitarios en Puerto Rico, Reino Unido y España. De aquellas notas terminó saliendo Historia de un deicidio, un estudio pionero en la obra de un autor que «funcionaba como un poeta, a base de intuiciones, pálpitos e instintos, no como un intelectual que reelabora conceptualmente lo que hace; le molestaba la figura del intelectual, alguien como Octavio Paz, por ejemplo». Si Cien años de soledad es la mejor novela del autor colombiano según su exégeta más ilustre, ¿cuál es «la más floja»? «El otoño del patriarca. Parece una caricatura de García Márquez, la novela de alguien que se está imitando a sí mismo».
Según el autor de ‘La fiesta del Chivo’, autores como Juan Rulfo, Alejo Carpentier o el propio García Márquez supieron extraer belleza de la «fealdad» y el «subdesarrollo» de América Latina. ¿Una Latinoamérica próspera producirá literatura tan imaginativa como esos escritores?, se preguntó. «No lo sé, pero que nuestro continente se quede como está para que produzca gran literatura, ¡no!. Los países tienen la literatura que se merecen».
Una hora después de comenzada la entrevista pública, Granés lanzó con media sonrisa una de las preguntas más esperadas: ¿Volvieron a verse? «No», respondió el entrevistado con una sonrisa entera. «Entramos en terrenos peligrosos. Es hora de poner fin a esta conversación», añadió irónico. ¿Cómo recibió la noticia de su muerte? «Con pena. Como la muerte de Cortázar o de Carlos Fuentes. No sólo eran grandes escritores sino que fueron grandes amigos. Descubrir que soy el último de esa generación es algo triste».
Una novela a cuatro manos
Mario Vargas Llosa dedicó dos años a estudiar la obra del autor de Cien años de soledad. El resultado fue Gabriel García Márquez: Historia de un deicidio, un libro que primero presentó como tesis doctoral –dirigida por Alonso Zamora Vicente– en la Universidad Complutense de Madrid en junio de 1971 y que meses más tarde publicó Carlos Barral, que llegó a colocar en las librerías 20.000 ejemplares. La coincidencia en la misma cubierta de los nombres de los dos gigantes del boom llevó a muchos lectores a pensar, bromeaba el editor, que se trataba de una novela escrita a cuatro manos. No era tal, pero la idea no andaba muy errada: en 1967, el mismo año en que se conocieron personalmente después de una intensa correspondencia, García Márquez propuso a Vargas Llosa que escribieran juntos una novela sobre la guerra colombiano-peruana de 1932.
« ¡Viva Colombia, abajo el Perú!» era el grito con el que rompía filas a diario durante su infancia el Gabo escolar. El Gabo maduro, sin embargo, animó a su amigo a que cada uno investigara –«con la tranquila objetividad de un reportaje»– la parte bélica de sus respectivos países antes de ponerse manos a la obra. «La posibilidad de dinamitar la patriotería convencional es sencillamente estupenda», le escribió en abril del 67. Cuatro meses después se estrechaban la mano por primera vez en Venezuela. De allí viajaron a Lima para participar en un coloquio en la universidad –una de las pocas conversaciones públicas de ambos escritores– y para bautizar al segundo hijo de Vargas Llosa, Gonzalo, que tuvo como padrinos a Gabriel García Márquez y a su esposa, Mercedes Barcha. Poco tiempo después el novelista peruano y su familia se instalarían en Barcelona, no lejos de donde ya vivía el colombiano. Hasta su sonada ruptura en 1976, fueron uña y carne, pero nunca llegaron a escribir aquella novela guerrera. Hoy sería una rareza firmada por dos premios Nobel. Gabriel García Márquez lo recibió en 1982. Mario Vargas Llosa, en 2010. Historia de un deicidio sólo volvió a publicarse en 2006 y como parte de las obras completas del autor peruano, que nunca hasta entonces había autorizado su reedición.
La versión Xavi Ayén de La Vanguardia
Si alguien esperaba una reconciliación post mortem entre Gabriel García Márquez (1927-2014) y Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) debió de salir decepcionado de la charla que el peruano dio ayer en El Escorial sobre el colombiano, todo un acontecimiento. Pero si uno iba sencillamente a saber qué piensa de verdad un gran autor de otro gran autor, esas expectativas sí fueron colmadas.
Mario Vargas Llosa rompió su silencio de décadas a la vez lanzando grandes elogios a Cien años de soledad, pero también pullas sin paliativos a El otoño del patriarca y a las posiciones políticas de García Márquez, en el transcurso de un curso dedicado a la obra del colombiano en la universidad de verano de la Complutense. Existía expectación ante la intervención del Nobel, pues la relación entre ambos –que fueron íntimos amigos, especialmente en los años en que ambos vivieron en Barcelona– se rompió el 12 de febrero de 1976, cuando el autor de La ciudad y los perros tumbó de un puñetazo al de Cien años de soledad en un preestreno de cine en Ciudad de México, por considerar que éste se había comportado de modo desleal en una conversación que tuvo con Patricia Llosa, esposa entonces del peruano. No volvieron a hablarse desde entonces.
El acto tuvo lugar en el formato de entrevista, con Carlos Granés, de la cátedra Vargas Llosa, haciendo las preguntas. Al abordar el compromiso de García Márquez con la Revolución Cubana y Fidel Castro, que el colombiano mantuvo hasta el final de sus días, Vargas Llosa dijo: «Creo que él tenía un sentido muy práctico de la vida. En privado podía ser muy crítico con el comunismo, pero descubrió que era mucho mejor para un escritor estar bien con Cuba que estar contra Cuba. Así se libraba, por ejemplo, del baño de mugre con que nos cubrieron a los críticos. Si eras procubano, jamás ibas a ser criticado por la izquierda, que tiene el control del mundo cultural en todas las partes del mundo. Oponerse a Cuba era echarse encima un enemigo muy poderoso, tenías que justificarte y demostrar que no eras un agente de la CIA, te hacía la vida mucho más difícil. La amistad con Castro le vacunó de todas esas molestias que sí tuvimos que afrontar algunos».
Tras recordar el gran impacto positivo que le produjo Cien años de soledad, que considera una gran obra «deslumbrante», como las de Borges, dijo, al ser preguntado: «No me gustó El otoño del patriarca. Es como una caricatura de García Márquez, parece que estuviera imitándose a sí mismo. En Cien años... hace que los personajes más exagerados sean verosímiles. En cambio, el dictador es caricatural. La prosa no le funciona, utilizó un tipo de lenguaje muy distinto al suyo, y no le salió. De todas sus novelas, me parece la más floja».
Se detuvo también en la fascinación que ejercían en García Márquez los poderosos: «Sentía una atracción por ellos no sólo literaria, sino vital. Le parecía atractivo que un hombre fuera capaz de cambiar su entorno a través del poder, tanto para bien como para mal. Al igual que Castro o Torrijos, el Chapo Guzmán o Pablo Escobar le debieron de fascinar».
También sostuvo que «García Márquez no fue un intelectual. No estaba en condiciones de explicar el enorme talento que tenía a la hora de escribir, funcionaba por intuiciones, pálpitos. Daba la impresión de que no era consciente de las cosas mágicas que hacía, era más un artista, un poeta».
«En la fealdad de América Latina –prosiguió– él encontró belleza porque su prosa convertía lo horrible en atractivo». Y concluyó: «El subdesarrollo es bello únicamente en literatura, no en la realidad».
Cuando el presentador pareció aludir levemente al sonado desencuentro que hubo entre ambos, la respuesta de Vargas Llosa, con una amplia sonrisa y en tono amistoso, fue: «Vaya, tal vez llega el momento de finalizar esta conversación...».
Un profesor universitario del público comentó, al acabar el acto: «Hay que ver. Mario sigue golpeando... 41 años después».
Piratas, Julio César y un médico argelino
Una cumbre de expertos en Gabo han dado la vuelta como un calcetín, esta semana, a Cien años de soledad, en los cursos de verano de la madrileña Universidad Rey Juan Carlos, dentro de un ciclo organizado por la Fundación Gabriel García Márquez-FNPI, representada por su director, Jaime Abello, codirector del evento junto con el periodista Antonio Rubio. Una de las aproximaciones más curiosas fue la de Juan Valentín Fernández de la Gala, que ha analizado toda la obra del colombiano desde el punto de vista de la medicina: «Hay varios personajes médicos constantemente. Utiliza la enfermedad para crear suspense, para conocer íntimamente a cada personaje y realiza un uso extraordinario de los términos, que adecua a cada época histórica». Fernández ha conseguido identificar al referente real del doctor Octavio Giraldo de La mala hora y El coronel no tiene quien le escriba, que es el argelino Mohamed Tebal, héroe de la independencia de Argelia al que Gabo conoció en sus años bohemios de París. «Fueron tan amigos que le invitó a la celebración de la independencia».
Por su parte, José Manuel Camacho Delgado rastrea la huella de los clásicos en su obra. Crónica de una muerte anunciada es la reescritura del asesinato de Julio César –explica–. Santiago Nasar muere de 23 puñaladas, las mismas que Julio César, y le cuelan por debajo de la puerta un papel que no llega a leer, como en el caso del romano. Otra huella son las crónicas de navegantes, de Marco Polo a las Crónicas de Indias y las novelas de aventuras, y directamente las historias de piratas, en especial de Francis Drake, el segundo que dio la vuelta al mundo, o Sir Walter Raleigh, que no fue un corsario sanguinario, sino alguien que estudió en Oxford y que aseguró haber encontrado ElDorado, en un relato algunos de cuyos detalles reencontramos luego en Macondo». Hoy está prevista la clausura de las jornadas.
La versión de Alejandro Díaz-Agero de ABC
Con un aguacero que podía asumirse como un homenaje al clima tropical de la Colombia que vio nacer a Gabriel García Márquez repicando en las ventanas, Mario Vargas Llosa protagonizó en San Lorenzo del Escorial una ponencia en la que desgranó la obra y la personalidad del difunto «Gabo», de quien se distanció tras un enfrentamiento en el año 1976. Con el medio centenario de su obra más reconocida, «Cien años de soledad», el Nobel peruano habló de su homólogo a la manera en que Tolstoi lo hubiese hecho de Dostoievski, o Wolf de Joyce.
«Él no era un intelectual, funcionaba más como un artista o un poeta. No estaba en condiciones de explicar intelectualmente su enorme talento para escribir, lo cual quiere decir que funcionaba a base de intuiciones, instintos, pálpitos. No pasaba tanto por lo conceptual. Esa disposición extraña que tenía para acertar tanto con los adjetivos, los adverbios y, sobre todo, la trama narrativa. Uno se da cuenta de una complejidad intelectual extraordinaria cuando lo estudia, pero también de que él no era consciente de las cosas mágicas que hacía», dispuso Vargas Llosa ante un aula hasta la bandera para atender lo que fue la ponencia de clausuraba la semana de homenajes a García Márquez en el marco de los cursos de verano que la Universidad Complutense organiza en El Escorial.
«Me deslumbró Cien años de soledad. Me pareció una novela magnífica, extraordinaria. Escribí inmediatamente un artículo en el que decía que por fin América Latina había tenido su novela de caballerías donde lo imaginario prevalecía sin que el sustrato real desapareciera. Creo que esta impresión mía fue compartida por un público muy grande. Entre otras características, tenía la de ser un libro lleno de atractivos para un lector refinado, culto y exigente, o para uno absolutamente elemental, que sólo sigue la anécdota y que no se interesa en la lengua ni en la estructura de una historia», desgranó el escritor peruano.
Su devoción por la prosa de «Gabo» lo llevó a estudiarlo y a enseñarlo. Primero lo hizo en Puerto Rico, después en Inglaterra y, por último, en Barcelona. Ello provocó que Vargas Llosa tuviera que racionalizar la obra de su amigo para después poder explicarla a unos estudiantes que también eran devotos de la saga Buendía. El trabajo terminó resultando en un libro que se alimentó de cientos de notas y materiales que había utilizado para elaborar su tesis doctoral: «La historia de un deicidio» (Barral Editores).
De la lectura que García Márquez hizo del ensayo surgió un reguero de anotaciones al margen que su autor nunca vería. «Los datos biográficos me los dio él, y yo lo creí. Pero recuerdo que en un viaje a Europa en barco yo paré en un puerto donde estaba toda su familia. Estuve conversando con ellos y el padre me dijo, «oíga, ¿usted por qué le quitó edad a 'Gabito'?» Se lo dije a «Gabo» y se puso muy incómodo, así que cambié de tema», expuso el conferenciante.
Génesis de una amistad
Durante la estancia de Vargas Llosa en Francia, trabajó en un programa de televisión que tenía una sección en la que comentaban libros que podían generar interés en América Latina. Fue antes del 67 cuando llegó a sus manos una obra titulada «Pas de lettre pour le colonel» («El coronel no tiene quien le escriba»). Fue el primer contacto entre el peruano y García Márquez. «Me gustó su realismo estricto, esa descripción tan precisa del viejo coronel que sigue inasequible al desaliento enviando cartas para reclamar una jubilación que nunca llegará», detalló.
Tras aquello llegaron los primeros intercambios de cartas, suficientes para hacerse amigos sin haberse visto las caras. De ahí surgió un proyecto a cuatro manos que nunca llegaría a puerto: escribir una novela sobre la guerra entre Perú y Colombia en el Amazonas. Sí germinaría en libro una entrevista pública que Vargas Llosa le hizo en Lima, en lo que fue toda una excepción a las costumbres del fallecido, «reacio y huraño» cuando se trataba de exponerse ante las masas con un micrófono frente a los labios. Lo hizo con una edición pirata: se publicó sin que el artífice de la misma informase a los dos protagonistas. «García Márquez nunca se lo perdonó», recordó con cariño el autor de «La ciudad y los perros».
Las similitudes que ligan los caminos de ambos literatos no son escasas: ambos fueron criados por sus abuelos maternos, tuvieron una relación conflictiva con su padre, estuvieron internos en colegios y empezaron a trabajar como periodistas desde muy jóvenes. Pese a todo, Vargas Llosa puntualiza: «Las lecturas fueron la similitud más importante. Éramos admiradores de Faulkner. Hablábamos mucho de la impresión que nos causaba, cómo nos había educado, nos había puesto en contacto con la técnica moderna: sin respetar la cronología, cambiando puntos de vista...», explicó, antes de exponer ciertas diferencias formativas. «A él le había influido mucho Wolf, a mí Sartre, al que él ni había leído. Él había leído sobre todo literatura anglosajona», cerró.
Gabriel García Márquez perdura como un escritor afín a la corriente socialista, pero quien lo conoció durante los años calientes de la revolución cubana puede exponer como se gestó la conciencia política del autor de «Crónica de una muerte anunciada». «Él había pasado por un proceso de desencanto con la revolución. Trabajó en Cuba para Prensa Latina, vinculada a los Castro, pero el Partido Comunista acabó purgándolo. Él guardó con enorme discreción este asunto. Cuando lo conocí yo era muy entusiasta con la revolución, y él no. Tenía una posición como diciendo, «muchachito, ya verás, ya verás», contó Vargas Llosa. Su postura cambiaría tras la declaración de Padilla posterior a su detención. Entonces «Gabo» comenzó a mostrar una postura mucho más cercana a los Castro, con una motivación clara a los ojos de quien ayer habló. «Creo que García Márquez tenía un sentido muy práctico de la vida, que descubrió en ese momento fronterizo que para un escritor era mucho mejor estar con Cuba que contra Cuba. Se libró del baño de mugre que nos llevamos los que estábamos en contra. Es la izquierda la que tiene el control sobre la vida cultural en todas las partes del mundo», sintetizó.
Aunque no hayan quedado pruebas certeras que definan su ideología, sí que es posible saber que García Márquez quería para su América Latina «cosas sensatas» como «desarrollo» o «socialismo» –aunque Vargas Llosa precisa que su idea del mismo era «muy sui generis»–. «América Latina no es lo que se ve en su obra. En la fealdad de América Latina él podía ver belleza porque su prosa lo podía», explicó el de Perú.
Escalar hacia la democracia
Hablar de su tierra hizo que Vargas Llosa redirigiera el final de su discurso hacia la situación que hoy vive América del Sur. En ese sentido, se refirió a la importancia de que hoy vivamos en una sociedad que permite escalar rápidamente a los países en vías de desarrollo. Rechazó seguir caminos como los que tomaron Rusia, China, Cuba o, especialmente, Venezuela, y dio preferencia a posibles gobiernos corruptos que dictatoriales. Los objetivos que él ve prioritarios, cristalinos: erradicar la violencia, hacer crecer las clases medias y reducir la pobreza, todo ello con un destino común: la democracia.
«El desarrollo de América Latina sólo es bello en su literatura. Son sociedades injustas, con mayorías aglutinando privilegios y minorías marginadas y sin oportunidades, que junto con la violencia conjugan el subdesarrollo. Con eso se puede hacer gran literatura, porque ésta se alimenta mucho más de la mugre que de la belleza», dijo Vargas Llosa. «Cada país tiene la literatura que se merece. Si tenemos una pobre, menos imaginativa, tendremos que conformarnos y leer a los africanos, que tendrán una literatura rica como la de García Márquez» concluyó.
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