Ejemplares de la editorial. (Foto: Babelia)
Ciudad Juárez, Chihuahua. 20 de julio de 2017. (RanchoNEWS).– Damián Ortega empezó el proyecto Alias hace diez años. Instalado ya entre Berlín y su México natal, disfrutaba de un momento dulce. Su Cosmic Thing, el mítico volcho alias Volkswagen suspendido a trozos en la 50ª Bienal de Venecia, la de 2002, había recibido el aplauso unánime de la crítica y le había colocado en el mapa internacional. Un día le recomendaron leerse Conversaciones con Marcel Duchamp, el libro de Pierre Cabanne, en aquel momento sólo publicado en inglés. El suyo no era tan bueno como para comprenderlo, explica, por lo que hizo de la necesidad, virtud. Ser artista siempre le ha permitido actuar como puente y facilitar el intercambio, dice. Tiró de amigos para que le ayudaran a traducir algunos párrafos que se convirtieron en capítulos enteros. Cuando vio que tenía el libro entero traducido, de forma casera, pensó en publicarlo, buscando el equivalente a lo que pasaba en los años ochenta y noventa con los libros fotocopiados, que iban de mano en mano. Así es como nació uno de los proyectos más especiales dentro de la edición independiente, una editorial de autor dispuesta a romper las barreras de los círculos especializados en arte y alcanzar un público más amplio, informa Bea Espejo para El País.
La edición independiente vinculada al arte contemporáneo es una actividad que, desde la década de los sesenta y especialmente a partir de los planteamientos del arte conceptual, ha ido adquiriendo cada vez más importancia. Hoy resulta fundamental en el desarrollo y la difusión de muchos proyectos artísticos que utilizan el libro como soporte o fin en sí mismo, y facilita planteamientos teóricos que ya están formulados o en proceso de serlo. En ese contexto, Alias da una vuelta de tuerca más y propone una nueva versión recontextualizada. Publica textos que son considerados valiosas referencias dentro del arte contemporáneo: los poemas de Francis Picabia, Para los pájaros, de John Cage, Rock, mi religión, de Dan Graham... Lo hace de otro modo al convencional: copiando el original o adaptándose a él. Es algo así como un libro gemelo, «el libro apodo» o el «libro mote». De ahí el nombre.
El proyecto editorial busca resaltar las virtudes de los apodos y las lecturas singulares. La selección de títulos responde a un criterio completamente personal, siempre realizada de manera subjetiva, con el propósito de difundir escritos que provengan del puño y letra de los artistas, o textos publicados en formato entrevistas o transmitidos a partir de conferencias. Hay autores muy conocidos: John Cage, Robert Filliou, Jimmie Durham, Gabriel Orozco, Cildo Meireles, Lawrence Weiner, el citado Duchamp...
Lo más interesante de un proyecto como Alias está en su mirada pedagógica: desmitificar este tipo de literatura considerada a priori cerrada o inaccesible para difundirla de manera asequible a estudiantes y público interesado. Desde su inicio, mantiene un diseño coherente a los objetivos que plantea, ya que busca conservar una línea austera y económica en relación con las ediciones comunes de libros de arte, al tiempo que enfatiza la relación entre el contenido y la apariencia de cada libro. Además, la editorial busca medios diferentes de distribución con tal de encontrar nuevos lectores. El papel que tiene en el contexto en que se edita, Ciudad de México, se expande con la colección Antitesis, que busca reconocer artistas mexicanos que no han tenido publicaciones, así como hacer memoria sobre artistas marginales o que no están dentro del mercado del arte. Tras una pequeña pausa, el proyecto sigue creciendo ahora con un nuevo título de Lucy R. Lippard sobre Eva Hesse, publicado originalmente en 1976, y otro dedicado al pionero de la performance en México, Melquiades Herrera. Hablamos con Damián Ortega, que hace balance de esta biblioteca insólita que estos días llega a una de las exposiciones de La Casa Encendida de Madrid.
¿Sabe quién lee los libros editados por Alias?
De esa pregunta surge el proyecto Alias, desde una postura distinta: la voluntad de los artistas, mía y del público de buscar nuevas formas de relacionarnos. Alias es un canal de comunicación entre estudiantes de arte, coleccionistas jóvenes y gente que tenía la puerta del arte cerrada por no ser «experta». Aquí encuentran canal de acercamiento a las ideas de los artistas, que se vuelven accesibles más allá de la posibilidad de adquirir sus obras o no. Hay que ponernos en contexto: nuestra generación no tuvo una industria cultural ya consolidada, todos hemos trabajado escribiendo crítica, publicando revistas, siendo expositores y consumidores de las obras. Alias tiene ese origen: generar escuela con referencia a textos que no existían y a los que como estudiantes no teníamos acceso. Es curioso, porque era imposible conseguir libros. Por ejemplo, de Helio Oiticica o Cildo Meireles, a pesar de ser artistas latinoamericanos. La información se compartía a través de fotocopias, no había la fluidez de internet. Cuando alguien viajaba, traía ejemplares de libros que compraba para compartir entre amigos y conocer expresiones o movimientos que había fuera de México. Creo que hasta la fecha, a pesar de que internet nos pone en contacto con la historia universal, hay mucho de valioso en tener una mano que guíe, o alguien que haga recomendaciones. Si no, no hay referencias, nos perdemos en la inmensidad de posibilidades. Además, creo importante la labor de traducir. El lenguaje predominante del arte sigue siendo el inglés y es interesante pensar también en que la riqueza de otros idiomas se reivindique para no dejar que el arte se exprese en un único lenguaje.
Piensa el libro casi como una escultura pública. ¿Es parte de su obra como artista?
Sí, y además, con el tiempo, me he dado cuenta de que pueden ser interpretados como una pieza en sí misma. Sin darme cuenta, con Alias estaba haciendo, de manera natural, algo que me interesaba que pasara en mi obra: los libros eran de alguna manera una escultura pública, que convivía en el espacio y que no tenía el heroísmo o grandilocuencia de lo monumental, siendo un emplazamiento viral, que lo mismo está en una librería que en un parque que en el bolsillo del pantalón de alguien.
Entonces, ¿es Alias un libro de artista apropiacionista?
Creo que la idea de originalidad, que durante muchos años fue de los principales conceptos en el arte, a mí ya no me tocó. Me tocó vivir un momento en que el arte se refería al arte, escritores a escritores, un músico sampleaba una pieza de otro autor y la convertía en otra cosa... En México, además, los canales de apropiación son tan comunes, que la apropiación es el pan de cada día.
¿Cómo elige los títulos? ¿Cuenta con un comité de selección o asesor?
No hay comité. Por lo general, soy yo quien arbitrariamente decide las obras que me interesan de acuerdo con mi necesidad y experiencia. O tal vez habría que decir gusto y preferencia. Hacer los libros también es un aprendizaje para mí. Es una forma caprichosa de seleccionar mis propios maestros o pagar mi propia educación. Casi todos los libros los comento con mis amigos más cercanos. Creo que Abraham Cruzvillegas sería la persona más cercana al puesto de «asesor».
¿Cómo se financia el proyecto? ¿Cuenta con ayuda externa?
No mucha. Es una buena pregunta, por un principio ético no he querido pedir demasiado apoyo institucional. Me parece indispensable contar con autonomía para empujarnos a hacer un proyecto que pueda sostenerse y gestionarse de manera independiente. La compra y apoyo de la gente se vuelve así indispensable para el proyecto, volviéndolo colectivo. Yo considero mis aportaciones como un préstamo a la editorial, que teóricamente recupera ese dinero cuando se agota el tiraje, al cabo de un par de años. Ese mismo dinero se invierte entonces en otro título. Lo que sí ha habido es apoyo en momentos difíciles. El Patronato de Arte Contemporáneo (PAC) nos ha apoyado con algunas publicaciones, también colaboramos con la Universidad Autónoma de México para La fórmula secreta, por ejemplo.
Cuéntenos los entresijos. ¿Cómo se organiza? ¿Cómo es el equipo?
En algún momento vimos una situación compleja, ya que las librerías cobran cerca de un 45% por costes de distribución, dejando a productores y autores un porcentaje mínimo. Decidí entonces que nos encargaríamos de la distribución en México. En el equipo hay dos personas que hacen esta labor. En España contamos con el apoyo de La Central, que nos permite conservar los precios bajos allí. Esto es muy importante, ya que es uno de los principios de la editorial. De la producción me encargo yo con Olga Rodríguez, desde el estudio, con los mismos términos que producimos cualquier pieza de las que generamos en mi estudio. También nos apoya un diseñador y un chico que se encarga de difusión y publicidad.
Proyectos como éste siempre suelen ser respuesta del contexto en el que surgen. Háblenos de él. ¿Cómo es el contexto artístico en México?
Más allá del campo artístico, México está viviendo un momento muy complejo por la crisis de su sistema judicial y legal. El proyecto de país vigente, de los últimos treinta años, ha sido un fracaso absoluto. Hay nula credibilidad en las instituciones, incluso los personajes con fiabilidad civil son vistos con ojo crítico, atento a despedazarlos en cualquier momento. El arte comenzó hace unas décadas a transformarse benéficamente, a profesionalizarse, a abrirse a la arena internacional. Fueron unos años muy ricos, de mucho intercambio de información, pero con el tiempo, se creó una élite a la que creo que la gente de mi generación pertenecemos. El espacio para el arte, que antes era casi underground, se ha vuelto otra cosa. Ahora hay una búsqueda por la legitimación, donde también estudiantes y público ven un canal para pertenecer a un mundo que da estatus social y a la vez es buen negocio. Esta presencia del arte como negocio ha marcado mucho la relación de los artistas con los críticos y los espectadores. Pareciera que el arte fuera un mercado y nada más; se ha olvidado un poco la posibilidad de replantear la historia desde un individuo que trabaja con materiales e ideas.
¿Cómo es la relación de Alias con el entramado institucional?
Hay situaciones que se vuelven paradojas absurdas y ha sido interesante jugar con esa coyuntura. Un museo, por ejemplo, puede tener la facultad de producir una obra de arte y, sin embargo, no estar legalmente constituido para producir proyectos editoriales. El Museo Tamayo me invitó una vez a hacer una obra: yo dije que mi obra era un libro y la obra se produjo en esos términos. Hay una línea sutil para clasificar o nombrar obras de arte, ésta es una posibilidad que el arte contemporáneo permite: extender los límites. Esto me recuerda a una historia de Michael Craig-Martin, que nombró a un vaso sobre una repisa Roble, generando miles de problemas con las aduanas porque no tenía permiso para transportar madera. Los agentes decían «pero si esto es un vaso de vidrio...» y él insistía que era un roble...
¿Qué nivel de precariedad conlleva trabajar en el campo del arte?
Creo que la precariedad es una buena consejera para inevitablemente buscar soluciones nuevas, austeras, ingeniosas e inteligentes. El artista tiene el compromiso y la necesidad de encontrar canales de producción de acuerdo a su contexto y sus posibilidades, pero quien espera que las respuestas vengan del exterior vivirá frustraciones permanentemente.
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