Rancho Las Voces: Arqueología / México: Chichén Itzá; relato de un saqueo
La vigencia de Joan Manuel Serrat / 18

lunes, julio 24, 2017

Arqueología / México: Chichén Itzá; relato de un saqueo

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El historiador Pedro Castro Martínez documenta el robo de 30 mil piezas arqueológicas que terminaron en el Museo Peabody de la Universidad de Harvard. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 24 de julio de 2017. (RanchoNEWS).- Esta es la historia de un atraco, de «un vil robo», dice el historiador Pedro Castro Martínez. De 1904 a 1911, el estadunidense Edward Herbert Thompson (1857-1935), exploró «sin preparación técnica y científica», el cenote sagrado de Chichén Itzá de donde sustrajo más de 30 mil piezas arqueológicas mayas que envió de manera ilegal a sus cómplices y mecenas del Museo Peabody de Arqueología y Etnología de la Universidad de Harvard, institución con quien México colabora más de 100 años después, en diferentes proyectos. Una nota de Luis Carlos Sánchez para Excélsior.

«El asunto –agrega el profesor investigador de la UAM-Iztapalapa– es una herida abierta, como tantas otras heridas abiertas que se tienen en la relación con Estados Unidos».

Castro ha reconstruido la historia del robo perpetrado por Thompson en su libro El fabuloso saqueo del cenote sagrado de Chichén Itzá (Tirant Humanidades/UAM Iztapalapa, 2016). Para escribirlo, ha tenido acceso a las miles de cartas e informes que el estadunidense intercambió con el Museo Peabody, donde detalló puntualmente su fechoría.

«El saqueo del cenote sagrado de Chichén Itzá representa una muestra viva, aunque algo olvidada, de lo que ha sido y lo que sigue siendo el saqueo arqueológico de México. Se trata de un grave asalto al patrimonio arqueológico mexicano sobre todo en un punto muy localizable, muy medible, porque normalmente el saqueo es en cierto sentido anárquico y en este caso fue un saqueo planeado, sistematizado y desde luego con resultados para la ciencias arqueológicas bastante claros», dice en entrevista.

La historia de Thompson en Chichén Itzá resulta novelesca, pertenece a la de tantos otros exploradores extranjeros que llegaron a México maravillados por su pasado: él fue el último expedicionario enviado por el Peabody al país, desde 1870. El relato no es sólo de abuso y rapacería sino también de corrupción y dominación de una nación sobre otra, y es, además, una historia de silencio y oídos sordos de las autoridades mexicanas para reclamar la restitución de los bienes que les fueron robados.

«El asunto es espinoso para las instituciones arqueológicas tanto mexicanas (en este caso el Instituto Nacional de Antropología e Historia) como norteamericanas, particularmente del Museo Peabody, que hasta la actualidad trabaja en proyectos mexicanos, el tema fundamental es que más allá de la muy encomiable cooperación que se pueda tener, este agravio no acabó de resolverse, no está resuelto», considera Castro.

El cónsul

Durante una cena, a la que asistió el senador de Estados Unidos, George Frisbie Hoar, y otros miembros de la Sociedad Americana de Anticuarios y del Museo Peabody, Edward H. Thompson fue invitado a sumarse como investigador en la península de Yucatán. Thompson siempre había sentido empatía por las fantasiosas ideas que relacionan a la civilización maya con la desaparecida Atlántida; con ese ensueño desembarcó en Puerto Progreso en 1885. Para facilitarle sus movimientos, llegó nombrado como cónsul americano en Yucatán y Campeche.

En sus primeros años el explorador trabajó en sitios como Labná y Cobá; en el primero realizó moldes de las estructuras mayas que sirvieron como decoración en la Feria Mundial de Chicago, pero los ojos de Thompson rápidamente se posaron en Chichén Itzá, especialmente en su cenote sagrado (localizado a unos 274 metros de la gran plaza de la ciudad), del que se contaban fantásticas leyendas que incluían el sacrificio de doncellas que eran lanzadas a la cavidad junto con espléndidas ofrendas. En principio, al americano le interesaba todo lo que fuera de oro.

Por sólo 300 pesos, Thompson pudo hacerse en 1894 de la Hacienda Chichén Itzá, una extensión de tierra de alrededor de 160 kilómetros cuadrados, que incluían el cenote sagrado, así como buena parte de lo que había sido el asentamiento maya. Una vez con la tierra, el aprendiz de arqueólogo comenzó el saqueo de los vestigios que ahí se encontraban, pero su obsesión seguía estando bajo el agua, en el cenote sagrado. Para solucionar la exploración, ideó la instalación de una draga de hierro (que aún se conserva en la entrada de la zona) con la que pudo extraer, sin ningún cuidado, miles de objetos prehispánicos.

Cuenta Castro que del cenote extrajo cerámicas, vasos ceremoniales, incensarios, puntas de flecha, lanzas y martillos de piedra, cinceles y pendientes, discos de cobre y oro, abalorios y decenas de piezas de jade, así como esqueletos de jaguares y venados, además de cráneos de jóvenes y adultos. En las cartas, dice, se enumera puntualmente cada uno de los objetos: «Thompson tuvo intercambio epistolar, de informes, con la gente del Peabody por más de 20 años, había un seguimiento puntualísimo de todo, de lo que hacía, de sus planes, de lo que enviaba, fue una operación, una empresa muy ordenada».

En algunas de las cartas enviadas a sus mecenas Charles Bowditch o Sthepen Salisbury Jr, Thompson describía: «la semana pasada aseguré un gran plato liso de hoja pesada de oro» o, «en mi última carta (…) le hablé de un amuleto de jade grande y hermoso que aseguré el 1 de abril». Además enlistar los tesoros que iba encontrando, las cartas funcionaban como registro de lo que Thompson enviaba a Estados Unidos. Para esa empresa, el estadunidense contaba con la ayuda de Santiago Bolio, quien había sido nombrado Conservador de Monumentos en Yucatán, en 1902.

Pagando por silencio, logró sacar miles de piezas pero las presiones de la prensa (especialmente una entrevista de Alma Reed aparecida en The New York Times) y de otros investigadores aumentaban. Al poco tiempo, Thompson perdió el cargo de cónsul y pudo dedicarse de tiempo completo a la arqueología; con la complacencia del gobierno de Porfirio Díaz y del gobernador Felipe Carrillo Puerto, continuó su labor. Las cosas llegaron al límite y en 1926, con Plutarco Elías Calles en la Presidencia, el alegato por los bienes sustraídos del cenote se convirtió en símbolo de lucha frente a los problemas con Washington y las compañías petroleras, a propósito del régimen de propiedad del subsuelo.

La Procuraduría General de la República instruyó al Ministerio Público federal de Yucatán para acusar a Thompson y exigirle la responsabilidad civil y penal por el delito. Castro expone que se trató de una controversia legal «precipitada y un tanto defectuosa», pero lo cierto es que el juicio se prolongó hasta 1944 cuando la Suprema Corte de Justicia concedió un fallo favorable a los sucesores de Thompson. El especialista dice que habían llegado los años de tensa calma entre México y Estados Unidos, entre Ávila Camacho y Franklin D. Roosevelt. ««Es posible que la Sala Cuatro de la Suprema Corte haya acatado alguna indicación del gobierno federal de darle salida definitiva al asunto», escribe.

No hacerlos enojar

La idea de escribir la historia del cenote sagrado de Chichén Itzá germinó en Castro después de un viaje a Perú. El historiador supo que al igual que Thompson, el descubridor de Machu Picchu, Hiram Bingham, envió miles de piezas al Museo Peabody de Historia Natural de la Universidad de Yale. Pero en ese caso las cosas fueron diferentes, y la institución académica terminó restituyendo los bienes incaicos al Perú.

«El gobierno peruano dijo que las piezas pertenecientes a Perú que estén en el Museo Peabody tienen que regresar. Incluso en la primera campaña presidencial de Alan García, él hablo de la necesidad de que Yale regresara esos bienes; la exigencia llegó a nivel presidencial, la política funcionó, ¿por qué no hacemos que la política funcione aquí?», se pregunta el historiador.

El Peabody de Harvard, ha regresado a México algunos objetos (principalmente de madera y tela) pero Castro cree que no es suficiente. «Se requiere gente que tenga el suficiente interés por recuperarlo, estas cosas no suceden solas».

El problema, piensa, es mayor. «México buscó la manera de no pelearse, esa es una constante en la historia mexicana: con los estadunidenses no hay que pelearse, lo estamos viviendo ahora, las humillaciones, los insultos de Donald Trump no han sido respondidos adecuadamente porque no hay que hacerlos enojar, vamos a tratar de que entiendan».

En 2008 William L. Fash Jr., director del Peabody, afirmó durante su participación en la VI mesa redonda de Palenque, que existía la posibilidad de que los bienes regresaran a México; de sus palabras, incluso el INAH difundió un comunicado.

¿Se puede creer en sus palabras?, se le pregunta a Castro.

Yo quiero creer que es posible creer en ellos, en realidad los argumentos que tuvieron para retener los materiales fue que estaban en las condiciones de curarlos y de estudiarlos mejor que en México, pero esa labor ya fue cumplida, en México ya tenemos especialistas, estudios y uno de los museos más importantes. El Museo Peabody es una institución muy prestigiada y su prestigio está de por medio, yo digo que como todo en este mundo una buena negociación puede dar buenos resultados, pero no hay quien tome la empresa en México, por lo menos hasta ahora, no veo ahora cómo y menos como están las cosas en el INAH.

TÍtulo: El fabuloso saqueo del cenote sagrado de Chichén Itzá
Autor: Pedro Castro Martínez
Editorial: Tirant Humanidades/UAM Iztapalapa, México, 2016, 236 pp.


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