Rancho Las Voces: Arqueología / Italia: Bayas, la ciudad del vicio de los romanos
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sábado, septiembre 02, 2017

Arqueología / Italia: Bayas, la ciudad del vicio de los romanos

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Aspecto del museo arqueológico subacuático. (Foto: Baia Sommersa)

Ciudad Juárez, Chihuahua. 20 de agosto de 2017. (RanchoNEWS).– Si en el imaginario popular, la Atlántida evocada por Platón es el emblema de la ciudad perdida y sepultada por las olas con todos sus enigmas, en el mundo terrenal la ciudad romana de Bayas, ahora bajo las aguas del golfo de Nápoles, es la prueba tangible de la historia más mundana de la Roma imperial. Hoy, sus restos, que en otro tiempo dieron mucho que hablar, reposan en total silencio en el fondo del mar, convertidos en un singular museo sumergido a siete metros de profundidad, reporta Lorena Pacho desde Nápoles para El Mundo.

Para adentrarse en la historia de la ciudad perdida de Bayas, lugar de recreo veraniego en la época imperial por antonomasia, es necesario tomar un barco con el suelo de cristal y visión submarina o equiparse con el traje de buceo y las aletas y zambullirse entre mosaicos, esculturas clásicas de ninfas, restos de jardines y pilares de antiguas termas, que ofrecen un espectáculo único en las cristalinas y calmas aguas del Tirreno.

Sus orígenes se sitúan en el siglo III a. C., cuando era un lugar fundamentalmente religioso. En el siglo I a. C., Pompeyo limpió las costas de piratas y los patricios romanos comenzaron a construir allí sus residencias de verano. Sus aguas termales naturales eran ricas en azufre, la climatología era perfecta y sus parajes de ensueño atrajeron a más y más familias, hasta que Julio César construyó allí su villa de veraneo. El lugar se empezó a transformar en el gran complejo hotelero del mundo antiguo. Más tarde se convirtió en el emplazamiento predilecto de los futuros emperadores para tomar un respiro lejos de la política de Roma, desde Augusto hasta el excéntrico Calígula, pasando por el oscuro Nerón o Adriano, que murió allí.

Poco a poco se fue llenando de balnearios y pompa. La casa de la playa que pasó a ser la gran ostentación de la nueva riqueza de la flamante élite romana de la época. Tenía dos complejos termales, sólo superados en tamaño y prestigio por las termas de Roma, acuarios, piscifactorías rudimentarias para asegurar el pescado y marisco fresco todos los días, villas y edificios opulentos decorados con mosaicos, frescos extraordinarios, mármoles y réplicas de esculturas griegas, un muelle privado, fastuosos jardines y la Piscina Mirabilis, con capacidad para cerca de 13.000 metros cúbicos que asegurasen el suministro de agua dulce.

Era la cisterna más grande del Imperio, lo que da una idea de la importancia de este enclave.

«Quién quería ser considerado importante en la época, tenía que tener una propiedad en Bayas y, a ser posible fastuosa. Al mismo tiempo era el lugar de deleite y perversión por excelencia», explica a El Mundo el responsable del museo arqueológico de Bayas, Pierfrancesco Talamo.

Mucho después de la caída del Imperio Romano, en torno al siglo XVI la ciudad de Bayas desapareció de los mapas. La intensa actividad volcánica de la zona –está rodeada por 24 volcanes, entre ellos el Vesubio– hizo que el mar se la tragara, pero para entonces su nombre ya había corrido como la pólvora. Sus fiestas desenfrenadas y legendarias, donde corría a raudales el vino, sus numerosos burdeles, los banquetes opulentos con toda clase de vicios y sus largas veladas nocturnas entre excesos, lujos, vanaglorias y hedonismo le valieron el epíteto de «ciudad del pecado» y conmovieron a historiadores, poetas y escritores.

Para Cicerón, Bayas era sinónimo de «desorden moral y perversión». El poeta romano Ovidio la definió como «el lugar más apropiado para hacer el amor» y escribió que la gente «iba a Bayas para curar sus cuerpos con las termas y volvía con heridas en el corazón». Varrón contó en sus sátiras que allí «los viejos jugaban a ser jóvenes y los jovencitos jugaban a ser doncellas». El poeta Marcial contó la historia de la casta Levina: «En Bayas cayó en el fuego del amor, abandonó a su marido y huyó tras un joven; llegó como Penélope y se fue como Helena». Propercio, en sus elegías, advertía: «Márchate lo antes posible de Bayas, la pervertida. Ojalá sus baños, insulto hecho al amor, desaparezcan para siempre». Horacio plasmó que «ningún lugar en el mundo resplandece más que la amena Bayas».

Séneca, que le puso el sobrenombre de «pueblo del vicio», escribió que por el puerto de Bayas sólo se encontraba a borrachos que a duras penas se mantenían en pie, que había fiestas allá donde uno fuera, también en los barcos, y que la música sonaba por todas partes.

A pesar de que a Bayas se le llamaba ciudad, carecía de tal estatus propio y en ella no había ni rastro de foros, templos ni mercados propios de las urbes; solamente enormes villas de lujo engalanadas con todas las comodidades. Era el lugar ideal para huír de la política de Roma, 250 kilómetros al norte, y dejar atrás la máscara de contención que debía acompañar en la vida pública, para abandonarse al ocio y al hedonismo.

Muchos emperadores llegaron a establecerse allí durante períodos más largos. «La ciudad llegó a convertirse en una especie de sucursal de la corte imperial de Roma», apunta Talamo.

Pero Bayas no siempre fue un lugar de reposo lejos del ajetreo de la capital. La política no descansaba ni en verano y la ciudad costera tenía su crónica de poder: allí la élite de Roma también iba a conspirar, con y contra el emperador. Entre sus muros, Pisón tramó su conjura para acabar con Nerón pero, en el último momento, decidió cambiar de escenario para llevar a cabo el plan.

Sus dudas le costaron caro. El emperador descubrió sus intenciones y le obligó a suicidarse. El mismo Nerón urdió también al cobijo de Bayas el asesinato de su propia madre, Agripina, que, como él, tenía una inmensa villa propia en la ciudad. Después de varios intentos fallidos en otros lugares, decidió dejar de disimular y mandarla matar allí mismo.

La ciudad de Bayas, «Las Vegas de la antigüedad», «la Beverly Hills de la Roma antigua», «la Pompeya sumergida» o «la pequeña Atlántida romana», con su turbulenta historia, permaneció olvidada bajo el mar hasta que un buzo la descubrió en los 60. Este tesoro olvidado ahora es un importante lugar de referencia de la arqueología subacuática y parque arqueológico submarino que atrae a miles de visitantes.


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