Picasso: Retrato de Dora Maar (1937) y, a la derecha, Francis Picabia: Habia II (h. 1938 y 1945) (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 4 de enero de 2019. (RanchoNEWS).- Las imágenes, ya lo decían los antiguos, son mudas. Entonces, ¿cómo hacerlas hablar? Breton -y con él una larga tradición- empezó a confrontarlas con objetos cuanto más dispares mejor, para provocar chispas de sentido. La oposición disonante entre ellos hacía aflorar significados ocultos e insospechados, pero que, sin embargo, soterrados, estaban implícitos en ellos. Salvando las distancias, éste es también el principio del montaje cinematográfico. No hace falta insistir en los experimentos de Lev Kuleshov, uno de los pioneros de cine ruso, que yuxtaponía el primer plano de una fotografía de un actor con la misma expresión alternativamente con los planos de un plato de sopa, de una señora en un canapé y de un cadáver en un ataúd. A pesar del rostro impasible del actor -insistimos, se trataba de una imagen fija-, el público le atribuía distintas emociones: hambre, deseo o tristeza... en virtud de la asociación del rostro con las otras imágenes.
Como en el caso de Lev Kuleshov, una obra de Picabia tomada por separado puede comunicar muchas cosas, pero su sentido se modificará y amplificará si se yuxtapone y se asocia con otra, en este caso, de Picasso. Poner en esta exposición de la Fundación Mapfre frente a frente dos artistas tan distintos como Picasso (Málaga, 1881- Mougins,1973) y Picabia (París, 1879-1953) es una manera de hacerlos hablar y revelar aspectos que pasaban desapercibidos: Picasso alumbra a Picabia, y el dadaísta francés descubre nuevos sentidos en Picasso en un viaje de ida y vuelta. Y eso es así porque los contenidos de uno se desplazan y contaminan al otro en una lógica de asociaciones e intercambios. Es, pues, un procedimiento para hacer hablar a las imágenes.
Una nota de Jaume Vidal Oliveras para El Cultural
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