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La bailaora. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua, 25 de marzo, 2008.- (RanchoNEWS).- Falleció la gran referencia del flamenco clásico, comadre de Federico García Lorca, de firme temperamento, era diva y capitana. Una nota de Miguel Mora para El País:
Pilar López Júlvez (San Sebastián, 1912) era una mujer inolvidable. Por lo que fue, por cómo lo fue, y por la manera en que lo sabía y lo contaba. Pilar era inteligente, sarcástica e inapelable sin interrupción. Un personaje clásico, un trueno de genio y de sabiduría, que atesoraba la memoria vivida y bailada de la edad de plata, y que dio al flamenco y al baile español, con sus coreografías y su olfato para detectar talento donde otros no veían nada de particular, la identidad del arte grande y un sello inequívoco marcado por la calidad, la profesionalidad, el rigor. Pilar murió ayer, en la clínica de la Luz de Madrid, a los 96 años, pero su estela de gran maestra del baile del siglo XX vuela hace mucho por el espacio y el tiempo.
Nacida para la danza a la sombra de su hermana mayor, la gigantesca Encarnación López, La Argentinita, genial bailaora y coreógrafa, cantante de voz pequeña pero doliente, además de comadre de Federico García Lorca, amante de Ignacio Sánchez Mejías y responsable máxima de la dignificación del arte flamenco en los años veinte y treinta del siglo pasado, Pilar consiguió hacerse un nombre propio antes de que Encarna muriera en Nueva York.
Las hermanas formaron una compañía imbatible: fusionaron lo español y lo flamenco, el tacón y la zapatilla, la poesía popular y la música clásica, las coreografías más dulces y sofisticadas con la rabia gitana. Juntas dejaron para la historia espectáculos como Las calles de Cádiz, un gran musical flamenco que financió el torero intelectual Sánchez Mejías, y los años del exilio, en Francia primero y luego en Estados Unidos, fueron una sucesión de éxitos colosales, compitiendo con Carmen Amaya por el fervor del público y el favor del superagente Sol Hurok, aquel genio judío cuya máxima era: «Si no tienen temperamento, no los quiero».
Sobrada de temperamento y de experiencia, a su vuelta a España Pilar se retiró durante casi un año para cumplir el luto por su hermana; sus amigos, entre otros Édgar Neville, que la filmó en plenitud en la película documental Duende y misterio del flamenco, la convencieron para volver. Lo hizo a lo grande, con una compañía renovada y coreografías nuevas y propias. La noche del regreso volaron los sombreros en el teatro.
Pilar López dio varias veces la vuelta al mundo, y entre clamor y clamor, fue esculpiendo su clasicismo insobornable en nuevos bailarines, tipos desconocidos y que a priori no parecían dotados. Roberto Ximénez, Antonio Gades, Manolo Vargas, Rafael Ortega, El Güito... Sus niños, sacaron el sello de la casa: sobriedad y rigor, ética y estética, nunca un desplante artificial, saludos los justos.
Conversar con ella era uno de los máximos placeres imaginables. Era majestuosamente malvada, hilarante y durísima. Tenía aje y arte, era diva y capitana, orgullosa y sensible, cosmopolita y flamenca. Combinaba una lengua de acero, un corazón de fuego, un inapelable sentido de la justicia y una asombrosa capacidad narrativa. Matilde Coral la definió ayer como una «enciclopedia de la danza»; Mario Maya recordó «su refinada inteligencia». Medalla de Andalucía, Premio Niña de los Peines de la Junta andaluza, título de Maestra del Baile de la Bienal de Sevilla... Los premios sonaban a poco para esta artista, adorada desde Japón a San Francisco.
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