.
Aspecto del hallazgo. (Foto: Gabriel Valencia Juárez / El Heraldo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 30 de octubre de 2012. (RanchoNEWS).- Diversas pinturas rupestres y petroglifos esculpidos en rocas que ilustran seres humanos, esqueletos, animales, herramientas de caza y signos; ollas y comales de barro; metates y mazos pétreos, y casas construidas con piedras y adobes mesclados con tierra, cal y nopal, «batidos con orín humano», «presencia cultural y arqueológica de una sociedad de escultores y artistas en la región», fue el hallazgo en el interior de unas cuevas escondidas de difícil acceso por profesores y alumnos de la Escuela Primaria y Albergue «Francisco M. Plancarte» de esta comunidad marginada cien por ciento indígena rarámuri, reporta Gabriel Valencia Juárez para El Heraldo, de la comunidad Aboreachi del municipio chihuahuense de Guachochi.
El descubrimiento de los vestigios de la cultura ancestral, posiblemente de las etnias rarámuris o cocoyomes, fue en septiembre pasado, cuando los alumnos de cuarto año, dirigidos por sus maestros, exploraban un paraje de difícil camino como parte de la «clase abierta de geografía», donde descifraron, mediante dibujos, qué tipo de terreno observaban para compararlos con otras regiones del estado y de la República, manifestaron los docentes Armando García y Enrique Holguín, director de la escuela primaria en entrevista en el lugar del descubrimiento arqueológico.
En las cuevas que fueron habitadas (7) por seres humanos dejando huellas de sus habilidades artísticas y arquitectónicas, se observan casas habitación con puertas al descubierto en medio de enormes piedras de gran espesor que sirven de techo, suelo y defensa. Las cuevas están negruzcas por el humo de las fogatas que hacían los aborígenes en su interior a través de estufas compuestas de tres o más piedras, un comal de barro y leña, donde preparaban alimentos, como tortillas-remekes, cocimiento de frijol-muní, yorike (maíz molido, atole), esquíate, pinole, tesgüino (bebida fermentada embriagante), tónare (carne de animal combinado con frijoles), además de que se observan vestigios de metates, mazos (manos) de molienda pétreos y olotes de mazorcas añejados por el tiempo.
Tras manifestar lo anterior, Antonio Montoya Castro, rarámuri, asesor de grupos e instituciones en trabajos hortícolas y orientación social indígena, explicó que el hallazgo en Aboreachi es similar a las que existen en la actualidad en diversas comunidades aborígenes de la Sierra Tarahumara, como en Rojárare, ejido de Santa Anita, Guachochi, región de donde es oriundo. Agregó que ha recorrido diversas zonas arqueológicas por la cordillera y barrancas subtropicales de la Sierra Tarahumara, en el cual hay rastros de esa cultura ancestral a lo largo de la ribera del río Verde y sus afluentes de agua, que nace al norte de Durango y atraviesa los municipios de Guadalupe y Calvo, Guachochi, Morelos y Batopilas, donde hay vestigios de cuevas habitación y pinturas rupestres.
Las cuevas descubiertas, casi impenetrables, escondidas a la vista de la gente, están a tres kilómetros del pueblo de Aboreachi –Lugar de Tascaste, en rarámuri–, viajando a pie. Para llegar a ellas hay que escalar brechas y veredas escabrosas, muy cerradas por la tupida vegetación, además de rodear y subir en la travesía piedras inmensas. Todo ello hace difícil su localización, ya que las cuevas están ubicadas en la cima de un monte de peñones gigantes, desde donde se observa un majestuoso panorama serrano en el umbral de Aboreachi. Más de media hora duró el viaje para llegar a las cuevas arrinconadas, guiados por los profesores, como constató este fotoperiodista.
En una de las cuevas hay una «trojita», que estaba tapada con adobe y piedras, y en ella se observan más de la mitad de un comal y dos ollas de barro ancestrales intactas, donde guardaban frijol, mazorcas, maíz desgranado y trigo para consumo diario, utensilios para cocinar, además de conservar granos para sembrar, como si fuera un «refrigerador natural», según las investigaciones en campo del indígena Antonio Montoya, quien dijo tener parentesco con la desparecida etnia denominada cocoyome-rarámuri.
La edificación de casas habitación en el interior de las cuevas, apuntó Montoya Castro, fue para la «defensa personal y familiar» ante los intrusos, por ello son de difícil acceso y «con una sola entrada muy reducida para que no entraran otros que no fueran su clan», como se observó en el interior de las cuevas de Aboreachi en días pasados, en compañía del comisariado de Policía de Aboreachi, Astolfo Loya, mestizo/chabochi, quien quedó asombrado, ya que desconocía la zona arqueológica, no obstante de ser oriundo de esta región, descubierta por los profesores de la escuela e internado atendido por la CDI.
Arte rupestre. La roca como tela y las plumas como pinceles
Las pictografías (del latín «pictum»: relativo a pintar, y del griego «grapho»: trazar) y petroglifos (del griego «petros»: piedra y «griphein»: grabar), imágenes esculpidas sobre piedras en el exterior de las cuevas de Aboreachi, fueron forjadas con un color denominado «almaire», compuesto con tierra roja, tipo arcilla natural, mesclada con nopal, que se transforma en pegamento muy resistente, explicó Montoya Castro, también médico rarámuri que utiliza la medicina natural y tradicional indígena.
En las pinturas rupestres grabadas sobre piedras, se atisban individuos, esqueletos humanos, animales, instrumentos de caza y danza, «signos de identificación en cada casa como señal para el visitante», así como expresiones de actividades cotidianas. De acuerdo a las observaciones de Antonio Montoya, se ven plasmados en las cuevas de Aboreachi, hombres con «un ramo de flores y una sonaja» en sus manos y en otras, «cargando arcos y flechas soltadas». También se ve a un jinete montado en un animal, que pudiera ser, un caballo o un burro, todas ellas de un color rojo ocre, pintadas con plumas de aves, precisó el indígena consultado.
Esa pintura ocre antigua, que ya no se usa en la actualidad por desconocimiento y que existe en varios lugares de la Sierra, fue tratada por los artistas antiguos para matizar sobre las piedras diversas pinturas, utilizando como pinceles las plumas de diversas aves, con lo cual demostraron sus habilidades artísticas e inteligencia, de acuerdo a sus vivencias, pensamientos y creencias. «Era la búsqueda de la interpretación de la naturaleza, sus ciclos y tiempos, así como prácticas rituales u ofrendas, intenciones puramente artísticas, o la necesidad de comunicación de saberes y mitos, formando una cosmovisión de su mundo», expresó Antonio Montoya, después de precisar que ese tipo de arte rupestre y el color rojo ocre se ven en diversas cuevas-habitación a lo largo de la cordillera del río Verde y sus vertientes, como también existen en los pueblos indígenas en México, América Latina y en el resto del mundo, acotó.
Desconocimiento y desprecio de las autoridades
A pregunta expresa a los entrevistados, manifestaron que las autoridades gubernamentales de los tres niveles, el comisariado ejidal en turno «quien no atiende las necesidades de los hijos de los ejidatarios indígenas», expuso el profesor de la escuela primaria de Yapó de Warárare del mismo ejido, Hermilo Aguirre, así como del Instituto Nacional de Antropología e Historia –INAH–, casi nunca viajan por esas regiones arqueológicas y marginadas, por lo cual ignoran la situación del medio ambiente destrozado (bosques saqueados) y la cultura indígena ancestral que poco a poco está desapareciendo en las comunidades serranas «por la prepotencia e influencia negativa y dañina de la cultura mestiza/chabochi, así como de la ignorancia y desprecio de los funcionarios frente a las necesidades económicas, educativas, de salud, políticas y sociales que sufren los pueblos indígenas que viven en esta región olvidada de la Sierra Tarahumara de Chihuahua», enfatizó el comisariado de Policía de Aboreachi, Astolfo Loya.
Aboreachi Viejo, así nombrado por su antigüedad –existe el pueblo de Laguna de Aboreachi, como centro del ejido–, donde existe una iglesia del siglo XVIII, está ubicado a dos horas y media de Guachochi; 50 minutos por carretera, rumbo a Creel, Bocoyna, y el resto del tiempo se viaja en vehículo por terracería, atravesando bellos paisajes boscosos, ríos, arroyos y rancherías. Para viajar de Aboreachi Viejo a las cuevas descubiertas por los maestros bilingües, se camina a pie más de media hora a través de matorrales y arbustos tupidos, rodeando piedras gigantes que hacen del camino, peligroso por las serpientes «bravas en este tiempo de celo» y fatigoso por lo escabroso para llegar a ellas. Vale la pena aventurarse para visitarlas.
REGRESAR A LA REVISTA