.
En Villa Saboya Le Corbusier firmó su particular manifiesto arquitectónico. (Foto: Archivo)
C
iudad Juárez, Chihuahua. 29 de enero de 2014. (RanchoNEWS).-El vértigo al borde del precipicio, los senderos zigzagueantes de las montañas, las sombras en la profundidad del valle, la luz deslumbrante del horizonte dibujado por el mar, los recovecos del jardín... Le Corbusier concebía los edificios como un paseo por la naturaleza, un deambular arquitectónico a través de rampas, curvas, terrazas y ventanas panorámicas. Descubrió la esencia y la belleza del paisaje leyendo obsesivamente a Rousseau. Desde su primer edificio, Villa Fallet, que diseñó a los 20 años en las colinas de su Suiza natal, quiso pasear por la arquitectura, inventando nuevas formas, nuevos paisajes urbanos. Una nota de Vanesa Graell para El Mundo:
Y soñó con inventar nuevas ciudades. En su polémico plan para París de 1922 (que causó escándalo pero le hizo famoso)sólo dejó en pie la Tour Eiffel, el Louvre, la Ópera y algunas iglesias: destruyó el cascó antiguo y llenó la ciudad de rascacielos de cristal. De Barcelona borró el Gótico y el barrio Chino para dibujar bloques de edificios racionalistas alrededor del Eixample y levantar tres rascacielos frente al mar. Proyectos provocadores que sabía que nunca llegarían a construirse. Los sueños, los fracasos y las obras maestras de Le Corbusier se materializan en la exposición Un atlas de paisajes modernos, que tras verse en el MoMAde Nueva York (recibió 405.000 visitantes) aterriza en CaixaForum Barcelona para viajar después a Madrid.
«La obra de Le Corbusier es comparable a la de Picasso, realizada a lo largo de seis décadas. En esta exposición no encontramos a un Corbusier irritante, de grandes eslóganes, a un ser de tendencia totalitaria y dogmático, como se le ha visto en ocasiones. Estamos ante un hombre contradictorio, con una dimensión profética, la de los grandes planos urbanísticos, pero también poética. Y esta tensión en su obra, entre la ambición extraordinaria y la visión interna del paisaje, será una constante», explica el comisario y catedrático de la Universidad de Nueva York, Jean-Louis Cohen.
La magna exposición de CaixaForum construye el cosmos arquitectónico de Le Corbusier a través de sus maquetas originales, de los proyectos nunca construidos, de sus lienzos puristas -que querían ser una reacción contra el cubismo aunque beben directamente de él-, de sus dibujos, de sus acuarelas de viaje y de la reconstrucción con mobiliario de época de cuatro interiores que él mismo diseñó (la Maison Blanche aún anclada en el clasicismo del XIX o el moderno pabellón para la Villa Church).
«Le Corbusier fue un arquitecto seductor y escandaloso, que viajaba constantemente, daba conferencias por todo el mundo y proclamaba la destrucción de las ciudades para construirlas de nuevo. Pero paradójicamente, siendo el arquitecto de los tiempos modernos, de la máquina, estaba obsesionado con las imágenes del pasado, por la Roma antigua y la Grecia clásica, que le deslumbraron en su viaje por Oriente», apunta Cohen. El Partenón inspiró en 1918 su primer cuadro, La Cheminée, traducido en un ideal: un cubo blanco sobre una plataforma (la acrópolis) en un paisaje de tonos beige y ocre. La pureza de la forma y del volumen platónico, que imprimiría después en sus líneas arquitectónicas. Fue en París donde empezó a pintar cuadros abstractos, geométricos, más allá del cubismo y que coqueteaban con el surrealismo. «Más que naturalezas muertas sus cuadros son paisajes de objetos con ideas de yuxtaposición de formas que migrarían hacia su arquitectura», señala el comisario. Le Corbusier siempre consideró su attelier de pintor como su «laboratorio secreto».
Un atlas de paisajes modernos viaja por las villas icónicas del arquitecto (con su particular manifiesto arquitectónico que es Villa Saboya o la elegante Villa Stein, que diseñó para el hermano de Gertrude Stein),pero también se adentra en sus frustraciones y decepciones, como los concursos fallidos para la sede de Naciones Unidas en Ginebra y Nueva York, el Palacio de los Soviets de Moscú o un gran hospital en Venecia.
Fue en la India donde pudo construir una ciudad entera en Chandigarh, la nueva capital del estado de Panyab. En esta obra monumental, trazó una nueva poética del hormigón visto, con edificios sorprendentes para el Parlamento o la Asamblea. Le Corbusier diseñó 400 proyectos, construyó 75 edificios, publicó casi 40 libros y dejó su huella en todos los continentes, «salvo Australia», puntualiza el comisario.
Al final de sus días, el arquitecto volvió a los clásicos (releyó El Quijote, La Ilíada y Así habló Zaratustra) y se recluyó en su espartana cabaña de la Costa Azul, con una única ventana al mar. Su último dibujo, del fatídico verano de 1965, reproduce la vista desde su ventana: la playa y las aguas del Mediterráneo, en las que moriría ahogado.
REGRESAR A LA REVISTA