Rancho Las Voces: Literatura / Entrevista a Juan Gelman (2000)
Para Cultura, el presupuesto federal más bajo desde su creación / 19

miércoles, enero 15, 2014

Literatura / Entrevista a Juan Gelman (2000)

.
El poeta sostiene la fotografía de su hijo y su nuera, asesinados por la dictadura argentina. La búsqueda de la hija de ambos ha sido el motor de su vida. (Foto: Sergio Dorantes)

C iudad Juárez, Chihuahua. 15 de enero de 2014. (RanchoNEWS).- Recuperamos una entrevista de Juan Jesús Aznares del año 2000 publicada en El País con el poeta.

El poeta argentino Juan Gelman sintió el peso del vacío durante los 23 años que tardó en encontrar a su nieta nacida en cautiverio. Los padres de María Maca­rena fueron asesinados durante la dicta­dura militar argentina (1976-1983), mien­tras estaba en plena vigencia el Plan Cón­dor, una multinacional del terror que estableció cadalsos y robó niños en Bue­nos Aires, Montevideo, Santiago o Asun­ción. «Me movió un deber de lealtad con mi hijo. El único legado que me dejó fue encontrar al suyo y permitirle conocer su historia. Fue el motor que me tuvo siem­pre en movimiento».

Juan Gelman, de 70 años, es parco, tie­ne la mirada triste y la voz apagada, y una densidad poética que dialoga con la místi­ca española, la hebrea, la bíblica y la sefardí, y con la poesía norteamericana, latinoamericana y la cultura popular.

En 1995, todavía a ciegas, escribió una carta abierta a su nieto o nieta. «Tal vez tengas los ojos verdegrises de mi hijo o los ojos color castaño de su mujer, que poseían un brillo muy especial y tierno y pícaro», escribió en 1995. «Quién sabe cómo serás si sos varón. Quién sabe cómo serás si sos mujer. A lo mejor podés sa­lir de ese misterio para entrar en otro: el del encuentro con un abuelo que te espera».

El trance padecido por Gelman, ga­nador de la última edición del presti­gioso Premio de Literatura Latinoame­ricana y del Caribe Juan Rulfo 2000, duró más de dos decenios, y le condujo a admirar al autor de Pedro Páramo porque, como él, también sabía hablar con los muertos. Poeta a los 11 años, miembro del Partido Comunista de Ar­gentina y encuadrado en el peronismo guerrillero, en los Montoneros, después de una ruptura con el partido, sufrió la­cerantes crisis personales e ideológi­cas, reflexionó críticamente sobre las utopías latinoamericanas y desde hace decenios sueña por libre. «Pero nunca he renunciado a un mundo más justo».

La entrevista se realiza en su casa de La Condesa, en la capital de México, que le acogió en las postrimerías de una vida errante y un desconsuelo que combatió con el verso y la memoria. So­bre la mesa, media docena de libros de poesía, de filosofía o de psicología, res­catados algunos del olvido en las li­brerías de viejo.

Hablamos poco de poesía porque la correlación de fuerzas es desigual y porque él sabe que en estos momentos interesa más la peripecia del abuelo, su nueva incursión por las vilezas de unas dictaduras todavía impunes. Un traba­jo de investigación en el que, según des­taca el poeta, la ayuda de su segunda es­posa, Mara Lamadrid, fue fundamental.

¿Se sintió desfallecer en algún momen­to de la búsqueda?

¿Desfallecer me pregunta usted? No, nunca. ¿Conciencia de que a lo mejor nunca le íbamos a encontrar? Sí. Esa conciencia, sí.

Hubo varias circunstancias. Prime­ro sólo pude volver a Argentina a par­tir del año 1988 porque pesaba sobre mí una orden de captura. Desde el exterior era muy difícil investigar, y además lle­gaban noticias contradictorias. Una versión que me llegó era que no sólo habían matado a mi nuera, sino tam­bién a su bebé, que habría sido un varón. Recibíamos noticias y pistas di­ferentes, pero muchas de ellas llegaban al siguiente punto: existía una probabi­lidad mayor o menor de que determi­nada persona fuera mi nieto o mi nieta, pero no había certeza, y ni mi mujer ni yo queríamos perturbar a un joven o a una joven plantándonos directamente frente a él o ella.

En esta situación se encuentran mu­chos jóvenes latinoamericanos que aún no saben realmente quiénes son. Tam­poco la nieta de Gelman sabía quién era. Las subversivas de aspecto saluda­ble parían en cautividad, y las desecha­das perecían en aguas del río de la Pla­ta, o del Atlántico, o en las propias maz­morras. Ajenas a la desesperación y las súplicas de las madres, los niños eran entregados a matrimonios sin hijos afectos a la dictadura que figuraban en listas de espera. Nada se podía esperar de verdugos capaces de torturar desnu­da a una adolescente, llevarla después al cine e invitarla a un helado como a una novia, y, quebrada, conducirla a la cama. Y después, de nuevo al potro para seguir atormentándola personalmente. Apenas hay testigos de aquellas cana­lladas porque el miedo o la culpa silen­ciaba a los matarifes, y también a las familias de adopción.

No desde la divagación o el extra­vío. sino desde sus obsesiones, desde su aproximación a la muerte, el otoño, la niñez, la mujer o la revolución, Gelman habló con sus muertos: con su hijo Mar­celo, periodista, martirizado a los 20 años; con su nuera, María Claudia, des­pojada a los 19; imaginó al nieto o nie­ta, y estableció comunicación con los amigos ausentes, con Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, Paco Urondo o Miguel Ángel Bustos, escritores ejecutados por un terrorismo de Estado sin entrañas ni alma.

«Te mataré con mi hijo en la mano,
y con el hijo de mi hijo
muertito,
voy a venir con diana y te mataré,
voy a venir con jote y te mataré,
te voy a matar / derrota,
nunca me faltará un rostro amado
para matarte otra vez».

¿Fueron los militares  por Marcelo y María Claudia para vengarse de usted, de su antigua militancia en los Montoneros?

La investigación no permitió averiguar por qué. Había una junta coordinadora revolucionaria del movimiento guerri­llero del sur. El Plan Cóndor estaba, en primer lugar, dirigido a desmantelar esta junta. Fueron a buscar a un miem­bro del Ejército Revolucionario del Pue­blo (ERP) que tenía mucho que ver con esa junta. No le encontraron y se lleva­ron al hermano, un hermano menor.

Mi hijo había participado en activi­dades estudiantiles, en grupos de iz­quierdas muy críticos, de los que se ha­bía alejado. En ese momento no estaba en ninguno; su mujer, mi nuera, muchí­simo menos. Él sobre todo estaba espe­rando a su hijo, estaba muy ilusionado. Pero a partir de la captura de ese her­mano menor, todo un grupo que mi hijo conocía, que eran amigos y habían estado juntos en algún lugar, fue cayendo. Cayó toda una serie de jóvenes, ésa fue la razón. Ellos no tenían ni idea.

Juan Gelman indagó a fondo. Preguntó, escuchó, viajó, hiló cabos y encontró a María Macarena, el pasado mes de mar­zo, en el seno de una familia uruguaya, «de una familia que la quiere y a la que ella quiere». El abuelo le contó todo, toda la verdad a través de citas prepa­radas con suma delicadeza para evitar que las revelaciones fueran traumáti­cas. «El encuentro fue muy conmove­dor, como usted se podrá imaginar. Ella quiso conocer su historia».

El diario uruguayo La República co­laboró activamente en las investigacio­nes; en la identificación de los policías, militares y civiles implicados en el se­cuestro de Marcelo y María Claudia, y en el nacimiento de María Macarena. Los datos fueron corroborados por el presidente Jorge Battlle, probablemen­te a través del jefe de la Casa Militar, el general González. Gelman no luchó en solitario: recibió la solidaridad de 10 premios Nobel; de escritores, artistas e intelectuales, y de miles de ciudadanos de a pie, de las gentes anónimas que le entregaron un informe militar secreto de 1977 con datos fundamentales sobre el calvario de María Claudia García Iruretagoyena, argentina de padre españoñ, y de Marcelo, cuyos restos apa­recieron en 1989, en un barril varado en el río San Fernando, con un tiro en la nuca.

Pese a su pensamiento de izquierda y a su compromiso militante durante décadas, el grueso de la obra de Gelman no es política o social porque el autor matrimonió únicamente con la poesía, con sus obsesiones de duelo y exilio fundamentalmente. No en vano tuvo que huir de Argentina en 1975, perseguido por la Triple A durante el Go­bierno de María Estela Martínez de Perón y por el golpe castrense que la defenestró un daño después. Abandonó el país atormentado por la suerte de su hijo y su nuera, embarazada; deambuló por La Habana, Roma y Madrid, y defi­nitivamente varó en México.

El padre de Gelman era un obrero ferroviario que huyó de la Rusia zaris­ta en 1905 hacia Argentina y volvió a su país natal al triunfar la revolución de 1917. Decepcionado por la deriva del ré­gimen soviético, y alertado por el des­tierro de León Trotski, regresó a Ar­gentina. Su madre, hija de un rabino, fue juez de paz en Odesa, y siempre se preguntó si su hijo podría ganarse la vida escribiendo versos. Gelman se ganó la vida como pudo, subordinándo­lo todo a sus propias convicciones e ideales. Ha publicado más de 30 libros, ha sido traducido a 10 idiomas y hoy es uno de los principales poetas vivos de las letras españolas, de los que él admi­ra a San Juan de la Cruz.

Y mientras el abuelo versificaba desde la amargura, o desde el humor cuando la poesía lo impuso, su nieta vivía en Montevideo ignorando sus orí­genes, ajena a la odisea del padre de otro padre, el suyo, que nunca conoció.

Nacido en el porteño barrio de Villa Crespo, contertulio en ateneos y cafés literarios, el abuelo de María Macarena cursó estudios universitarios de quími­cas, condujo camiones y vendió cosas antes de descubrir otra de sus pasiones: el periodismo. Su primera esposa fue Bertha Shubaroff, la madre de Marcelo. Gelman compaginó sus investigaciones con la publicación semanal de una co­lumna en el diario porteño Página 12, una tribuna desde la que denunció las salvajadas castrenses (el robo de niños, la más infame).

«La ferocidad de la dictadura ar­gentina dejó un depósito de mierda, un depósito sobre el que se depositó la capa de plomo de la impunidad en una sociedad que no castiga a sus asesinos, que se pasean tranquilamente por las calles». Entre 9.000 y 30.000 personas de­saparecieron en los negros años de las Juntas Militares, chupados muchos por el Plan Cóndor, la alianza forjada por los genocidas uniformados para dete­ner, torturar, matar o intercambiar pri­sioneros.

Marcelo y María Claudia fueron dos de sus víctimas; su nieta, otra, y Juan Gelman, una cuarta. Respetando la voluntad de la familia, nada se ha pu­blicado sobre los apellidos actuales de María Macarena, sobre las circunstan­cias de una joven que hace 23 años fue entregada en un canasto a un matri­monio uruguayo, y que ha querido co­nocer su historia.

Su historia se remonta al 24 de agos­to de 1976, día en que uno de los tene­brosos grupos de tareas de la dictadura argentina secuestra a sus padres en Buenos Aires. Marcelo fue torturado en el campo de concentración Automoto­res Orletti -denominado «el jardín» en la jerga militar- y después rematado a tiros. Aquella cárcel concentró a los de­tenidos-desaparecidos en el marco del Plan Cóndor. Militares chilenos, para­guayos o uruguayos llegaban a sus maz­morras en comisión de servicios, y pro­cedían a la picana o a los traslados por razones diversas. Marcelo fue el único de los 93 periodistas desaparecidos cuyo cuerpo pudo ser encontrado e identificado.

María Claudia fue trasladada desde Buenos Aires hasta Montevideo, estuvo detenida y la mantuvieron con vida hasta que dio a luz una niña en el hos­pital militar de la capital uruguaya, a fi­nales de 1976. Un soldado dijo haberla visto antes y después del parto, escolta­da por dos militares, llevando un canas­to, «el mismo canasto en el que María Macarena fue depositada en el umbral de la casa de sus padres de crianza, arrebatada de los brazos de la madre».

Durante su exilio en Roma, Gelman supo del nacimiento por un sacerdote del Vaticano y su escueto mensaje en inglés, sin precisar el sexo de la criatu­ra: «A child was born» (un niño nació). El año pasado, gracias al informe cas­trense recibido anónimamente, denun­ció al entonces jefe del Estado Mayor del II Cuerpo de Ejército de Argentina, general Eduardo Cabanillas, como se­gundo en la cadena de mando de Auto­motores Orletti. Descubierto, y decla­rándose ajeno a las salvajadas cometi­das en el centro bajo sus órdenes, se vio obligado a renunciar.

¿Qué criterio presidió la investigación?

El rastreo del destino de mi nuera, Ma­ría Claudia. Recibimos información acerca de la presencia de una embara­zada en un centro clandestino de deten­ción de mujeres de Montevideo. Pero nos hacíamos la siguiente pregunta: ¿qué haría mi nuera, argentina, en Mon­tevideo? Pero existía el Plan Cóndor.

¿En qué momento se encontraban cuan­do arreció la campaña de solidaridad?

Cuando empezó esa suerte de campaña de peticiones al presidente Julio María Sanguinetti habíamos llegado sola­mente al momento en que mi nuera y su beba -sabemos ahora, por aquel entonces no sabíamos ni el sexo- habían sido sacadas del centro de detención clandestino uruguayo. Esa campaña provocó algo que nosotros pensábamos que podía ocurrir; es decir, que, más que despertar la voluntad política del señor presidente Sanguinetti, que no tuvo ninguna y que no vaciló en mentir, movilizó a gente de la sociedad civil, a vecinos. Eso fue lo que ocurrió.

¿Cómo fue su encuentro con María Ma­carena?

Muy conmovedor, como usted se podrá imaginar. Y también muy cuidadoso. El padre de crianza falleció. Cuando lle­gamos a la certeza de que era ella, nombramos un mediador, una figura muy importante en Uruguay, que habló con la madre de crianza, y debo decir que la madre allanó el camino porque esta chica fue anotada como propia e ig­noraba quiénes eran sus padres reales, que el padre que la concibió fue asesi­nado antes de que ella naciera, y que la madre que la tuvo, también. Su madre de crianza, y eso sería después de ha­blar con el mediador, se lo dijo, le dijo que ella no era hija de ellos. La mucha­cha reaccionó con verdadera entereza, quiso saber, habló con el mediador, qui­so conocer la historia. Aceptó vernos. Nosotros entonces viajamos a Uruguay cuando las conversaciones entre ella y el mediador maduraron. Llegamos y la vimos. La madre de crianza no puso obstáculos, y esto hay que destacarlo porque ha habido reacciones de otra naturaleza; bien podría haber dicho, como otras: no, qué tengo que ver en esa historia, nada que ver, no es cierto.

¿No trató de confundirla?

Absolutamente, no. Y creo que ése fue un gesto de amor de la madre de crian­za que nosotros apreciamos mucho, porque imagínese lo que significa que esta historia le caiga encima a una joven de 23 años. Pero es notable el valor y la entereza con que ella la está en­frentando. Quiso conocer la historia, estuvo acá en casa, en México, un mes de vacaciones. Todo fue con mucho cui­dado. Pero fíjese qué curioso: estába­mos el mediador, ella, mi esposa y yo, y cuando terminó la reunión, hablando mi mujer y yo, ella vio en la nieta el ros­tro de mi hijo, los rasgos de mi hijo, y yo en ella vi rasgos de mi nuera. Fíjese el tema de la mirada masculina que en­cuentra lo femenino y la mirada feme­nina que encuentra lo masculino.

¿Ella sintió que usted era su abuelo?

Me lo dijo después de varios encuen­tros. Ella había sentido que sí, que yo era su abuelo. No había ninguna prue­ba científica entonces. Sintió eso, y yo también, y sobre todo por un elemento esencial: porque a los dos nos gustan los gastos. Pero hablando en serio, pi­dió que se hicieran análisis genéticos. Y se hicieron. El análisis que se hizo en Uruguay, que se concretó en París con las técnicas más modernas, es el pri­mer caso en que se aplican tantos mar­cadores genéticos. Arrojó una compati­bilidad del 99,999998%, de modo que no queda ninguna duda de que es mi nie­ta, de modo que todas las investigacio­nes y reconstrucciones que hicimos fueron fundadas. Pero yo no creo que haya terminado con la lealtad hacia mi hijo, aparte claro de su memoria, hasta que no encuentre los restos de mi nue­ra, y en eso estamos.

¿Cuándo habrá que esperarse hasta que María Maracena se presente pública­mente como la nieta de Juan Gelman?

Hasta que ella lo decida, hasta que ella lo decida.


REGRESAR A LA REVISTA