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Fernando Savater y Juan Villoro conversarán hoy sobre el Nobel mexicano en el Instituto Cervantes como preámbulo al programa conmemorativo de su centenario. (Foto: Archivo)
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iudad Juárez, Chihuahua. 29 de enero de 2014. (RanchoNEWS).- El legado de Octavio Paz (Ciudad de México, 1914-1998) es, en palabras de su compatriota y discípulo Juan Villoro, «oceánico». De modo que el centenario de su nacimiento, que se celebra este 2014, es la ocasión perfecta para bucear en él, una oportunidad para «regresar a su poesía fundamental, a sus reflexiones sociales, a la forma en que entendió el papel del intelectual en la sociedad moderna y su crítica al totalitarismo», señala el escritor y periodista. La muerte, hace pocos días, de otro grande de las letras mexicanas, José Emilio Pacheco, ha dejado en suspenso la presentación de los actos oficiales de la efeméride de Paz en España, que iba a tener lugar hoy en la Embajada de México. Pero lo que iba a ser el primero de esos actos conmemorativos sigue en pie, aunque ahora catalogado como preámbulo al programa oficial. Se trata de un coloquio entre Villoro y Fernando Savater en torno a la figura del Nobel mexicano, esta misma tarde, a partir de las ocho, en la sede madrileña del Instituto Cervantes. Una nota de Fernando Díaz Quijano para El Cultural:
«Será una charla relajada entre amigos hablando de un amigo común ya fallecido al que admirábamos mucho», adelanta el filósofo. «A mi juicio, Octavio Paz es un clásico, según la memorable definición de este término que dio Chesterton: clásico es un rey del que se puede desertar pero al que no se puede destronar'. Muchos desertan de él, por el momento, pero su trono está asegurado: cuando pase su purgatorio volverán», continúa Savater. El autor de Los invitados de la princesa alude con estas palabras al carácter controvertido de la figura de Paz, como también lo hace su contertulio Villoro: «Paz fue un notable polemista. Yo trabajé durante tres años en Jornada, el diario de referencia de la izquierda mexicana, y allí vi cómo Octavio disfrutaba discrepando con la izquierda desde el seno de la izquierda. Colaboraba con el medio para ejercer el privilegio de no estar de acuerdo. No es casual que le pusiera Plural a su primera revista. Esa voluntad de discrepancia es muy necesaria hoy. Tenemos una retórica del todo o nada, de rechazo al otro. Es un defecto no solo mexicano sino de toda la herencia hispánica».
«Como Borges -continúa Villoro-, Octavio no sólo nos brindó una obra espléndida, sino que amplió el repertorio de nuestros gustos. Su abanico de intereses marcaron a una generación, con sus traducciones de Pessoa, su afición al haiku japonés, sus textos sobre el erotismo y la India, su crítica política, su gran enamoramiento con la pintura abstracta, su redescubrimiento del mundo hispánico y la utilización de la mitología azteca aplicada al mundo contemporáneo... Todo ello configura una galaxia de temas de la que aprendimos mucho».
El gran peligro de las conmemoraciones oficiales, advierte Villoro, es que «el escritor se convierta en estatua y que las celebraciones sean más pomposas que sifnificativas». Por eso, el mejor homenaje que se puede hacer al autor de Luna Silvestre es «leerlo con pasión crítica, con capacidad para discutirlo e interrogarlo y redescubrir nuevos mensajes en sus textos».
A Savater le gusta sobre todo el Paz ensayista, y destaca El arco y la lira, uno de los primeros que leyó de él. Villoro, «siendo caprichoso», elige Piedra de sol: «Es un larguísimo poema en endecasílabos que intenté memorizar cuando era adolescente». Y para quienes se aproximen por vez primera a la obra de Paz, nada mejor que El laberinto de la soledad, «un ejercicio de reflexión poética de las costumbres y rarezas que constituyen el difícil oficio de ser mexicano».
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