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El féretro con los restos del escritor llegó al mediodía a El Colegio Nacional. En la primera guardia estuvieron su viuda, la escritora Cristina Pacheco; su hija Laura Emilia; el secretario de Educación Pública, Emilio Chuayffet; y el presidente del Conaculta, Rafael Tovar y de Teresa. (Foto: Ariel Ojeda)
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iudad Juárez, Chihuahua. 28 de enero de 2014. (RanchoNEWS).- En las casi cinco horas en que el cuerpo de José Emilio Pacheco estuvo por última vez en El Colegio Nacional, su casa desde 1986, no hubo un sólo momento en que no llegaran coronas y arreglos florales de encumbrados políticos, instituciones públicas y privadas pero también de gente «sin nombre», a título personal o de su gremio, como una corona que llegó de los locatarios del Mercado de Jamaica, para despedir al poeta que les descubrió el placer, el amor por este país o la maravilla de vivir en la ciudad de México. Una nota de Yanet Aguilar Sosa para El Universal:
Desde el sueño de su poesía, José Emilio Pacheco se habrá sonrojado tímido ante las muestras de cariño de tantos lectores que le robaron horas al trabajo, estudiantes que evadieron clases, adolescentes que acababan de vivir El principio del placer; de amigos que abrazaron a Cristina, su viuda, y a Laura Emilia, su hija, como una manera de abrazarlo a él; de gente que llegó con una rosa blanca en la mano para depositarla sobre el féretro de madera que estuvo cobijado por las alas abiertas del águila que es el símbolo de El Colegio Nacional.
Se fue José Emilio Pacheco y hay que aprender a vivir con su ausencia y su silencio. Eso es algo en lo que reflexionó Cristina Pacheco en las últimas horas. «Era un hombre con enormes ganas de vivir; teníamos planes de aquí a 2 mil años, por decir algo, pensábamos vivir juntos toda la vida y creo que eso implicaba que moriríamos juntos, pero eso es difícil lograrlo».
¿Se siente traicionada?, se le preguntó en una improvisada conferencia de prensa en la que la periodista relató las últimas horas de vida de su compañero de décadas. «Traicionada no; sorprendida, desconcertada, no puedo entenderlo, siento mucha rabia y mucha desesperación porque no puedo encontrar la palabra para decirles lo que siento; no es dolor, no es coraje, no sé lo que es, es algo que me invade, me paraliza y además es algo que me obliga a pensar. Yo voy a seguir viviendo con él, pero va a ser una persona distinta, él va a ser de otra manera, voy a tener que acostumbrarme a que sea en la ausencia y en el silencio».
Cristina y Laura Emilia recibieron cientos de abrazos, no faltaron Emilio Chuayffet, el secretario de Educación Pública, ni Rafael Tovar y de Teresa, presidente de Conaculta, quien señaló a su llegada que se ha ofrecido a la familia un homenaje en las semanas posteriores; no faltaron tampoco los amigos: Marcelo Uribe, que ha estado con ellas en todo momento; Vicente Rojo, Marco Antonio Campos, Jaime Labastida, David Huerta, Silvia Lemus, viuda de Carlos Fuentes, ni Mara Lamadrid, viuda de Juan Gelman. No faltaron sus compañeros de El Colegio Nacional ni los de la Academia Mexicana de la Lengua; no faltó la gente de este pueblo mexicano al que tanto amó y que tanto lo ama.
La familia encargó a Enrique Krauze la despedida; él dijo que aunque José Emilio Pacheco fue prudente y reservado «jamás se retrajo a una torre de marfil: le dolía genuinamente la desigualdad y la pobreza. Y fue testigo sensible del deterioro de su ciudad, de su país, de su cielo. Su juicio político, cuando lo emitía, tenía el valor de la probidad y el equilibrio. Veneró a los viejos, no escatimó el elogio a sus contemporáneos y orientó a las generaciones jóvenes, que leen sus libros con la misma avidez de quienes éramos jóvenes cuando por primera vez se publicaron».
Niño triste y viejo prematuro
Al Aula Magna de El Colegio Nacional llegaron lectores de distintas generaciones, pero eran más los jóvenes. Allí estaba Emiliano Lemus con sus 15 años, bermuda caqui, mochila al hombro y El principio del placer en las manos; también Yesenia Ivette, quien cursa el último semestre en el CCH Oriente y quiere estudiar Letras Hispánicas, llegó para despedir al escritor que conoció cuando estudiaba sexto de primaria a través de Las batallas en el desierto. Quiso acudir para decirle ante su féretro que «las personas que dejan ideas son eternas».
Es verdad, a José Emilio le hubiera conmovido escuchar a estos mexicanos tocados por su literatura. «Era un hombre normal, con muchas manías encantadoras y a veces difíciles de complacer, un hombre apegado a sus lugares, a su cuarto, a su escritorio; le fascinaban las plumas fuentes, le fascinaba estar rodeado de libros, veía un libro y luego tomaba otro y luego otro y de pronto ya los había leído todos y me empezaba a contar en desorden; esa es una de las cosas que más voy a extrañar», dijo Cristina.
Para Krauze, José Emilio «fue un niño triste y un viejo prematuro. Fue el mejor fruto de las generaciones literarias de México y, al mismo tiempo, el custodio de ese jardín armonioso que alguna vez fue la literatura mexicana».
El rector de la UNAM, José Narro Robles; el jefe de gobierno de la ciudad de México, Miguel Ángel Mancera; y el presiente de Conaculta, Rafael Tovar, han externado su interés en rendirle homenaje. La Academia Mexicana de la Lengua organizará una mesa cuando se cumpla el primer aniversario de su muerte, según su tradición. Todos quieren retribuir en algo sus enseñanzas. «José Emilio nos enseñó que hay que amar este país, que hay que amar las palabras, porque si uno respeta las palabras respeta todas las cosas, nos enseñó que se vive una sola vez en la vida y que hay que hacer lo que se tiene que hacer», expresó Cristina Pacheco, quien aceptó hablar ante los medios de comunicación sobre las horas previas a que el escritor entrara en estado de inconciencia.
Aunque aún no toman la decisión, es posible que las cenizas del autor de Irás y no volverás, Morirás lejos y No me preguntes cómo pasa el tiempo sean arrojadas al mar. «Él no quería un tumba ni quedarse encerrado, tenía claustrofobia, hay un lugar que para él es muy importante, Veracruz, y tal vez sea bonito lanzar sus cenizas al mar de Veracruz», afirmó Cristina Pacheco.
JEP, su clásica y discreta rúbrica, era un hombre hipocondriaco, lo señaló Jaime Labastida, director de la Academia de la Lengua. «Un tsunami le afectaba en lo personal, el deterioro de la colonia Roma era su propio deterioro, la contaminación ambiental era su propia contaminación. Asumía los males del mundo como propios; sí, era hipocondriaco».
No hubo uno que no tuviera una anécdota con José Emilio, que no hablara de su generosidad y honestidad, de que era un hombre bueno y curioso, con gran sentido del humor. Silvia Lemus recordó los años mozos de Carlos Fuentes y su amistad con José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis; todos celebraron su pluma literaria y su compromiso con las causas sociales. Citaron su aporte en la traducción de Wilde y T.S. Elliot.
Cristina Pacheco dijo que dejó muchísimo material y que estaba lleno de planes. «Quedaron las notas de los Cuartetos; los tiene terminados, pero él, como siempre, quería repasarlos; son notas muy largas, fascinantes y preciosas, creo que tan preciosas como los propios Cuartetos».
Pero llegó la muerte y Cristina contó el final, el diagnóstico de los dos neurocirujanos que coincidieron fue que era tanta la hemorragia en su cabeza que había 95% de probabilidades de quedará en estado vegetativo. «Jamás le hubiera hecho a José Emilio semejante cosa, ni siquiera a cambio de tenerlo en mi casa y poder tocar su mano... él se fue muriendo muy lentamente pero en absoluta tranquilidad. No hubo curaciones absurdas ni inútiles y no hubo medicamentos innecesarios, se fue quedando dormido y se fue a su sueño, el sueño de su poesía». Así le dijo adiós Cristina.
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