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Charta Marina de Olaus Magnus, realizada en 1539.(Foto: Archivo)
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iudad Juárez, Chihuahua. 30 de diciembre de 2013. (RanchoNEWS).- «Los mapas medievales no tenían una función científica», dice Umberto Eco en Historia de las tierras y los lugares legendarios (Lumen), «sino que respondían a la demanda de lo fabuloso por parte del público, del mismo modo que hoy las revistas de papel cuché nos demuestran la existencia de platillos volantes y en la televisión nos cuentan que las pirámides fueron construidas por una civilización extraterrestre. En el mapa de Las crónicas de Nuremberg, que data de 1493, junto a una representación cartográficamente aceptable, aparecen representados los misteriosos monstruos que se decía que habitaban aquellos lugares». Una nota de Álvaro Cortina para El Mundo:
En cualquier caso, es difícil hacerse cargo de la inspiración entre científica y poética que pudo llevar a un hombre a imaginar por vez primera el mundo desde el cielo, en forma de mapa. Historia de las tierras y los lugares legendarios contiene muchos mapas de inciertos territorios, suelos que la fantasía de los siglos han hecho míticos tratados con el rigor cartográfico del límite, de la frontera.
Uno de estos mapas es una Carta Marina de Olaus Magnus, de primera mitad del siglo XVI, poblada por monstruos escamosos con cara de perro. Otro expone la topografía del paraíso terrenal, por Athanasius Kircher, en el XVII. Tenemos el bello el mapa de Abraham Ortelius, del Theatrum orbis terrarum, de 1564, que da cuenta del reino del misterioso Preste Juan, al Oriente, más allá del mundo conocido.
Además de la extraña mezcla de lírica y afán de objetividad de tantos mapas se suma aquí un repaso iconográfico impresionante, de cuadros paisajísticos en particular.
Galería de arte temática
La antología de regiones fantásticas universales que Eco ha pergeñado (desde los territorios de Homero hasta Jauja o Lemuria, o las Islas de Salomón, o regiones del Tarzán de Edgar Rice Burroughs) es sobre todo una preciosa galería de arte temática. Guardan estas páginas el Encuentro de Salomón y la reina de Saba, de Piero della Francesca, Ninfas y sátiro, de William-Adolphe Bouguereau, Los judíos en el desierto, de Tintoretto en la misma senda. Por ejemplo, tienen dos visiones de la isla de Calipso con Ulises: la de Arnold Böcklin, sombría y elemental, y otra de Jan Brueghel el Viejo, barroca y sensitiva. Otras dos impresionantes visiones de La edad de oro: una de Lucas Cranach el Viejo a poca distancia de la versión homónima de Ingres.
Historia de las tierras y los lugares legendarios expone muchos ejemplos de cavilosas pelirrojas medievaloides de los prerrafaelitas británicos Dante, Gabriel Rossetti, Anthony Sandys, John William Waterhouse, y Burne-Jones, en torno a ensoñaciones del Grial y Camelot. Hay un dibujo de Konrad Dielitz del Sigfrido wagneriano matando al dragón Fafner y hay bestias de ilustraciones de la prosa de Julio Verne. Hay visiones de la isla Thule y de la Atlántida o del viaje de Marco Polo en plena Edad Media, y mucho antes, relatos de sucesos fantásticos de Alejandro Magno con monstruos. Hay vistas desde tierra firme, con luz solar o lunar y con paisaje, y cada tanto, un mapa, a vista de pájaro, sin horizontes.
El valor del libro en conjunto es muy superior al del texto, más bien sucinto y básico del célebre escritor piamontés. La selección de imágenes y todo este proyecto antológico de tierras inencontradas e inencontrables supone el verdadero valor, diríamos, editorial, bibliográfico, físico, de citas cruzadas entre arte, historia y fantasía, del pesado volumen Historia de las tierras y los lugares legendarios, que Eco firma.
Ejemplos del mundo antiguo
Algunos de estos países nos llegan sólo a través de personajes aureolados, como los Magos de Oriente que refiere Mateo en su Evangelio. ¿Cuál es su origen? El mundo antiguo aporta, claro está, muchos ejemplos excelsos. Hablamos, al fin y al cabo, de paraísos perdidos. Los hay también recobrados. Ahí están las especulaciones de Olaus Rudbeck en plena Edad Moderna, sobre la hundida Atlántida del Timeo y Critias, de Platón.
Otra región de gran paisaje sería la Tierra Hueca: en 1818, el capitán J. Cleves Symmes escribió al Congreso de los Estados Unidos de América dando cuenta de su hallazgo científico. Eco refiere además una fantasía anterior a Symmes, llamada el Viaje del mundo subterráneo, de Ludvig Holberg (1741), y una muy posterior al capitán: Julio Verne. En esta edición encontramos setas gigantes del centro de la tierra según este escritor, bellamente ilustradas por Édouard Riou, o aún posteriores, del dibujante J. Augustus Knapp para la novela Etidorhpa (1897), de John Uri Lloyd. También se nos habla de la idea literaria del escritor Victor Rousseau de un sol en el interior de la tierra.
Hay mitos cartográficos que tienen mucha vida reciente. En general, asociados al ocultismo. Escribe Eco: «Aunque Symmes formuló la hipótesis de una Tierra Hueca, no se atrevió a imaginar que nosotros (incluido él) en vez de vivir sobre la corteza exterior, convexa, viviéramos sobre la interior y cóncava. A esta teoría llegó Cyrus Reed Teed (1899), quien especificaba que lo que nosotros creemos que es el cielo (según «la gigantesca y grotesca falacia del ignorante Copérnico» y la pseudo-ciencia anglo-israelí) es una masa de gas, que llena el interior del planeta, con zonas de luz brillante. El Sol, la Luna y las estrellas no son globos celestes, sino efectos visuales provocados por varios fenómenos». De este modo, incluso nuestro propio suelo es un suelo fantástico, inmediatamente enajenado.
Mitos contemporáneos
Las disquisiciones sobre los arios y posterior nazismo ocupan buena parte de la sección contemporánea de Historia de las tierras y lugares legendarios. Por ejemplo, cuando Eco escribe sobre las fantasías sobre los polos árticos, y sobre los hiperbóreos (más allá de la zona boreal), así como de la mentada Tierra Hueca (mitos que por cierto se llegan a mezclar). En estos puntos, el ocultismo y el mapa se imbrican. Refiramos a Madame Blatavsky quien sostenía en La doctrina secreta (1888) la tesis de la migración de una raza perfecta del norte del Himalaya, aunque después del Diluvio esta raza habría emigrado hasta Egipto. Sobre el mito polar (verán un gran cuadro, a doble página, de William Bradford), destaca Francis Amadeo Giannini, que «sostenía una teoría más osada aún que la de la Tierra Hueca: creía que la Tierra no era un planeta, sino que las partes de la Tierra que conocemos no eran más que una porción reducida de una masa infinita que se extendía más allá de los polos en un espacio celeste». Así, un ambicioso recorrido. Lleno de arte. Del Tratado de las cosas más maravillosas y notables que se encuentran en el mundo de John de Mandeville (siglo XIV) o la Novela de Alejandro (que tiene versiones desde el siglo IV) a Tolkien o al explorador antártico Richard Byrd, quien dijo a la radio en 1947 «el área más allá del polo es el centro de una gran tierra desconocida». Como dice Eco con evidente simpatía, sobre el primero de estos libros citados: «Para Mandeville, hablar de geografía equivalía aún a hablar de seres que deben existir, no que existen...». Un afán de límites, de acotar, y al mismo tiempo, una nota original hacia lo ilimitado. Con dos grandes géneros: el mapa y el paisaje. Ambos raptados, con todo su rigor y toda su potencia, por la imaginación.
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