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El editor y escritor. (Foto: Bernardo Pérez)
C
iudad Juárez, Chihuahua. 2 de enero de 2013. (RanchoNEWS).- A este hombre, Mario Muchnik (Buenos Aires, 1931), se le puede adjudicar aquella descripción firmada por Ernest Hemingway: «Conoció la angustia y el dolor pero nunca estuvo triste una mañana». Una nota de Juan Cruz para El País:
Ahora, cuando ya pasó los 80, desposeído poco a poco de las armas que tuvo como editor, en la ruina, según su juicio, ha contado en Ajuste de cuentos (El Aleph) las razones que hay detrás de esa risa con la que encantó a sus autores (desde Susan Sontag hasta Julio Cortázar) y a otros editores en las interminables noches del Frankfurter Hof, donde en un tiempo fue uno de los monarcas de la edición europea.
Esas razones para seguir riendo se resumen en un nombre propio, su mujer, Nicole, y en un sentimiento, el amor. «Ella y yo somos uno, por eso río».
Así que ahora está, digamos, en la cresta de la angustia y el dolor, pues no tiene ni trabajo ni dinero, pero sigue sin estar triste una mañana. Siempre encontró razones para sobrevivir.
Este libro, publicado por uno de los sellos de Planeta (El Aleph en un tiempo se llamó Mario Muchnik), es el relato de sus sucesivas supervivencias y es también un recuento inesperado: hasta ahora Muchnik, que estudió física en Columbia y ejerció en Roma y en seguida se hizo editor, fotógrafo y viajero, había contado (Lo peor no son los autores, Oficio editor) sus jugosas experiencias editoriales.
Pero Muchnik nunca había sido tan íntimo, tan desgarrado, en el ajuste de su recuerdo. Le rondaba en la cabeza volver a la infancia y «al interior de mí mismo» y empezó a escribir por ahí. Por eso Buenos Aires es el primer personaje, el más intrépido y melancólico de su recuento; nunca volverá a Buenos Aires, pero su descripción de esa ciudad y de ese tiempo es tan minuciosa que parece que jamás la dejó. «Describo una ciudad amable y divertida, que así era para un chico».
Pero Argentina lo golpeó en la cara, como a tantos, en 1976, cuando los militares dieron el golpe. «Buenos Aires no era bella, es bella su gente; el campo, el altiplano, la cordillera, la gente argentina es sencilla, limpia de cabeza». Esos lugares fueron barridos por el horror militar. «¿A qué volver entonces?». En Argentina, dice, «convive lo mejor y lo peor; ahora el Ejército ha sido castrado, pero en aquella época era dueño y señor de todas nuestras vidas, y eso era espantoso».
El padre, Jacobo, un publicista y editor de éxito, le regaló un capricho cuando aún no había cumplido los 30. «Yo había visto Vacaciones en Roma, cuando acabé la carrera, y caí seducido por la belleza de Audrey Hepburn, así que le pedí a mi padre que me pagara un viaje de ida en tercera a Génova». Con cuatro perras se hizo la vida hasta Roma, trabajó allí, allí halló el amor (Nicole). «Sin ella no sé hacer nada; ella creía que yo me cansaría cuando ella hubiera cumplido cuarenta, y acá estamos: ella tiene 77, yo tengo 82…, y nos seguimos acariciando cuando estamos solos de manera vergonzosa, ja ja ja». Ella era entonces una gran periodista, y esa pericia se halla en los artículos que publica en EL PAÍS; es también pintora.
Es un libro tranquilo, en el que apenas hay rencor («se lo guardo a una sola persona, alguien que dejó sin trabajo a mi padre, que estaba al frente de Difusora, una empresa editorial ligada a Seix Barral»). «A mí me robaron Muchnik Editores, y otros me despidieron, como José Manuel Lara Bosch, con quien mantengo una relación cordialísima; y me despidió Robert Laffont: cuando nos encontramos, años después, él lloraba porque había muerto mi padre y yo lloraba porque había muerto su hijo… y me despidió Germán Sánchez Ruipérez, con quien no tuve relación amistosa, de modo que siguió así… Pero el despido de mi padre es lo que no perdoné jamás».
En Ajuste de cuentos Muchnik le dedica a ese rencor línea y media. El libro va de amor y melancolía. El amor comprende a Nicole y a los hijos («al que yo aporté, al que ella aportó, al que tuvimos juntos») y a los nietos; en este punto es donde está la melancolía. «Son siete. Hay ciertos nietos que se hacen presentes, pero otros son más parcos; estamos lejos, pero los que están lejos son ellos. No es culpa suya, es la vida».
El libro es también una conversación con sus amigos; pueden distinguirse, por sus nombres e incluso por su manera de ser, Pedro Altares o Isaac Montero, aunque Mario Muchnik no pone sus apellidos. Con ellos busca, en conversaciones que desembocan en el psicoanálisis, «la línea de sombra» que traspasó su vida; a partir de la obra de Joseph Conrad, Muchnik hace de la línea de sombra el leit motiv de su libro. «Y resulta que me di cuenta de que la línea de sombra en realidad la había traspasado estudiando Analítica en Geometría: ¡era una ecuación y daba de sí la línea recta!».
¿Cuál es ahora la línea de sombra?
La gran línea de sombra de mi vida es haber dejado de ser el hijo de Jacobo y de Elisa y que ellos fueran los padres de Mario… Esa es la gran línea de sombra, la verdad que se abría paso. Ahora no sé dónde está la verdad. En la compañía, en los amigos. En el amor. En eso estaría la verdad.
Es un libro «tranquilo» que inquieta. En cierto modo, un libro de Muchnik sobre Mario. «Y es, desde el principio, simbólicamente, sobre los dos grandes horrores que me tocó vivir, la mano abierta del fascismo, el puño cerrado de Stalin». Esas metáforas abren y cierran Ajuste de cuentos.
¿Y el mundo editorial, Muchnik? «La tormenta es perfecta, no sé si nos vamos a recuperar. Las ventas van mal, la gente tampoco compra el libro electrónico: tienen la cabeza llena de los últimos juguetes. Un día no será necesario hablar, ¡te pondrán un disco en la garganta! Pero no voy a discutir, yo era muy fogoso, pero ya no voy a discutir!». De eso va Ajuste de cuentos, de las maneras de cruzar la línea de sombra y alcanzar el sosiego. Riendo.
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