.
El arquitecto mexicano. (Foto: Rodolfo Valtierra)
C
iudad Juárez, Chihuahua. 9 de septiembre de 2014. (RanchoNEWS).- Desde las oficinas del arquitecto Fernando Romero el cielo de la Ciudad de México se abre de par en par y deja ver un avión cruzando el horizonte. Cada minuto pasa uno. Con la cadencia de un reloj, el aparato toma limpiamente la curva y se apresta al aterrizaje en el aeropuerto Benito Juárez. Romero, bronceado, elegante y elástico, contempla divertido ese desfile aéreo que, desde el martes pasado, representa más bien una cuenta atrás. Ese día se supo que el proyecto de un nuevo aeropuerto internacional presentado por él y Norman Foster (premio Pritzker 1999) había resultado ganador por delante de competidores tan temibles como Richard Rogers (Pritzker 2007) o Zaha Hadid (Pritzker 2004). La obra, la mayor que se desarrollará en México en los próximos años, está destinada a convertirse en el emblema de una era. «Tiene una escala monumental, como otras obras de nuestra arquitectura nacional. Será la gran puerta de entrada a México», cuenta el arquitecto. Cuando Romero habla del proyecto, lo hace con precisión y pasión, cogiéndole la libreta y el bolígrafo al periodista y trazando las líneas que definirán el futuro símbolo. Es indudable que con 42 años, este arquitecto mexicano, de una reconocida estirpe de constructores, yerno de Carlos Slim e iniciado profesionalmente con Rem Koolhas, está en pleno despegue internacional. Una entrevista de Jan Martínez Ahrens y Juan Diego Quesada para El País:
¿Cómo define su arquitectura?
Me interesa mucho que los edificios representen a su tiempo. La arquitectura es un proceso de traducción. Cada contexto tiene su propia información. No es lo mismo aquel rascacielos para un banco frente a Chapultepec (lo señala con el dedo a través de la cristalera), que el aeropuerto. Esta última obra es la oportunidad de hacer una gran infraestructura para el país. Estamos viviendo un momento extraordinario en términos de desarrollo democrático. Se han aprobado grandes reformas, entre ellas algunas tan importantes como la energética. Tiene ese potencial: va a materializar el momento actual de México.
¿Qué novedades introdujeron respecto a las bases del concurso?
El planteamiento inicial señalaba dos edificios conectados por un tren. Nosotros optamos por un solo edificio eficiente, para evitar los trenes. Estos generan problemas técnicos, mucho mantenimiento y sobrecostos, especialmente en este subsuelo, muy complejo porque antiguamente ahí estaba el lago de Texcoco. Con un túnel se ponía en riesgo la agenda, la construcción y la propia operación del aeropuerto. Dedicamos mucha energía a hacer un solo edificio con capacidad para un tráfico anual de 50 millones de pasajeros, y eso incidió en la escala del proyecto. Además, hemos conseguido que sea el aeropuerto más sustentable del mundo, y que el edificio sea único, irrepetible y que conecte con México y sus símbolos.
¿Y cómo se engarza con la tradición mexicana?
Desde las pirámides hasta hoy, pasando por la era colonial, nuestra arquitectura ha tenido una escala monumental, y el edificio celebra esa dimensión. El espacio central tiene un claro de 170 metros, donde además se concentra el área comercial. También te habla de cómo hacer un aeropuerto que pueda permitir adaptarse a la evolución del tiempo. La tecnología aérea va a cambiar muchísimo en los próximos años.
En su diseño han introducido los símbolos tan mexicanos como el águila, la serpiente y el nopal. ¿Por qué los eligieron?
Hay un diagrama que es el sol del proyecto, el epicentro que te recuerda nuestra escala monumental. Ese gran espacio es la puerta de México y tu tiempo en la terminal. Tienes ese espacio para estar circulando en un área de luz natural. Los símbolos son claros. Pensamos que era interesante incorporar al proyecto la leyenda azteca del águila que, posada en un nopal comiendo una serpiente, señaló el lugar fundacional de la capital. Por ello, el gran bulevar que te lleva a la ciudad en automóvil recuerda a la serpiente y abraza el estacionamiento. El techo está cubierto por cactáceas, plantas muy sustentables y de las que México tiene la mayor diversidad del mundo. De este modo, la primera experiencia cuando se entra en el aeropuerto es la techumbre, que recuerda a la experiencia de volar y al águila.
Parece muy ligera la estructura.
Es algo de Norman Foster y habla mucho de la esencia del proyecto. A diferencia de otros aeropuertos, lo que hemos logrado aquí y, en cierto sentido es una evolución, es que una sola membrana resuelva toda la envolvente. Esa membrana hace todo, de espacio y de techo. Se simplifica mucho. Es una estructura que no necesita obra falsa. Se construye de manera continua.
¿Cómo es trabajar con Foster? Usted ya lo hizo con el francés Jean Nouvel.
El Gobierno quería participación mexicana, pero también quería aprovechar para hacer un edificio de clase mundial. Cada equipo buscó socios, tuve la fortuna de conocer a Foster. Él quería trabajar con alguien joven, pero que le interesara la arquitectura contemporánea y que tuviera suficiente experiencia para colaborar bien con él. Tuvimos muchas reuniones de trabajo. Es un proyecto que a él le interesa mucho. Ha sido un año de colaboración exitosísima. Yo he agarrado un avión cada vez que he podido. El diálogo ha sido constante.
¿Se siente cómodo construyendo el símbolo de una era?
La verdad es que llevas preparándote toda la vida. Es lo que siempre quise hacer. Tuve un diálogo con Ramírez Vázquez [destacado arquitecto mexicano ya fallecido, autor del Estadio Azteca], trabajé con él, diseñé con él, he estudiado lo que hicieron arquitectos en Latinoamérica para ir consolidando distintos momentos. Estoy convencido del potencial de la arquitectura para materializar un momento histórico.
¿Qué más le queda por hacer? ¿Logrará superar esta obra?
Sin lugar a dudas esta será una oportunidad única en mi vida.
En este diseño concreto del aeropuerto, si tuviera que decir dónde está su sello, ¿qué señalaría?
En absolutamente todo.
REGRESAR A LA REVISTA