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Lou Reed presentó el excelente Ecstasy en dos noches inolvidables en el Gran Rex, en noviembre de 2000.
(Foto: Bernardino Avila)
C
iudad Juárez, Chihuahua. 27 de octubre de 2014. (RanchoNEWS).- En 2000, el cantante y compositor neoyorquino llegó a Buenos Aires, donde hizo esta entrevista para una radio, que sólo emitió algunos fragmentos. Hoy, suenan proféticas sus palabras sobre George W. Bush e hilarante su recuerdo de haber tocado en la Casa Blanca. Una entrevista de Andrés Ruiz publicada por Página/12:
Mientras los gritos de las desaforadas estudiantes podían escucharse por la ventana abierta y el cantautor Paul Williams –el de El Fantasma en el Paraíso– bebía un té en el hall de entrada, Reed estaba dispuesto a destrozar a este entrevistador con sus respuestas, como solía hacer en cada lugar que visitaba. Que contestara a regañadientes también era previsible; en el mejor de los casos, simplemente contestaría y sostendría una conversación cordial. Los managers ya habían advertido que estaba terminantemente prohibido hablarle de Laurie Anderson, que por entonces ya era su pareja, y también que el entrevistador estornudara o estuviera resfriado. La estrategia, entonces, fue escucharlo y demostrarle cariño. Exhibirle miedo hubiera sido letal.
La primera pregunta fue cuánto había influido el tai chi en sus últimos discos, Set The Twilight Reeling (1996 ) y Ecstasy. «Ok, número uno: ¿cómo te enteraste de que hago tai chi?», disparó. ¿Comenzaba el primer round? «Lo leí en una entrevista», fue la apurada respuesta. «En una entrevista...», soltó, y el segundo de silencio que le siguió fue eterno. «Jamás he hablado sobre el tai chi en una entrevista. Quizás entraste a mi web page y lo leíste en mi diario. Es algo que comenté a mis fans» (Reed acostumbraba por entonces escribir un diario íntimo en, www.loureed.org). Tras la respuesta afirmativa, el cantante soltó: «Ah, ok, así que leíste la página... El tai chi tiene que ver con todo. No quiero hablar mucho al respecto, pero quiero que la gente sepa que influye en todo. Es parte de todo lo que hago. Es una de las cosas más inteligentes que pude haber hecho y, mientras esté aquí en Argentina, me gustaría encontrar a un maestro de tai chi. Así que si conocés alguno, vas a hacerme un gran favor».
Sorprendido al enterarse de que era habitual ver gente hacer esta disciplina milenaria en distintos parques de Buenos Aires, Reed aceptó el número de teléfono de un maestro, al que nunca llamó. Antes de fluir por temas más relacionados con la música, la conversación se puso más política: faltaban pocos días para una elección crucial que cambiaría el mapa mundial, en la que George W. Bush se impondría pese a las sospechas de fraude.
¿Cómo es el resurgimiento de la derecha que hay actualmente en Estados Unidos?
Nunca se fueron. Nunca se van. Creo que pasa en todos los países. Nunca se van, siempre están ahí. Debemos ser fuertes y mantenerlos alejados, pero es un error pensar que desaparecieron: siempre están. Lo peor de la derecha lo tenemos en Pat Buchanan (famoso comentarista político y hasta ex candidato presidencial). Despues de Pat Buchanan viene el Ku Klux Klan, algo así. Siempre debemos estar conscientes de que están. Es como una especie de enfermedad crónica, nunca se curará. No tengo idea de qué sucederá en las próximas elecciones. No puedo creer, es dificultoso creer que Bush pueda ganar. Increíble. Y realmente tengo esperanzas de que no suceda. Es terrible, terrible para vos y para mí. Terrible para todos. Realmente algo muy malo, increíble.
¿Mantiene contacto con sus ex compañeros de Velvet Underground, Maureen Tucker y John Cale?
Seguro. No tan seguido, pero estamos.
¿Cuál es la etapa de su vida en la que se sintió más identificado con sus discos?
Siempre estoy identificado con mis discos. Yo los escribo. Los escribo para mí.
¿Cómo fue reencontrarse con el bajista Fernando Saunders, con quien había tocado durante los ’80? En esa época estaba en su banda el gran guitarrista Robert Quine, con quien no se llevó tan bien...
Toqué con Fernando en distintas épocas, durante muchos años. Tuvimos un descanso pero hemos vuelto. Hace poco vi un libro en el que hay una foto en la que estamos con Fernando, Robert Quine y Fred (Maher, baterista) y pensé «¡Dios! fue hace mucho tiempo...». Es sorprendente. En esa foto estábamos haciendo exactamente lo mismo que hacemos ahora. Nada ha cambiado, realmente. De Robert Quine... no sé nada.
En sus solos hay una gran conexión entre su cuerpo y el sonido que sale de su guitarra. ¿Cuál es su sensación a la hora de estar en un escenario?
Siempre quise que mis solos fueran físicos, con los amplificadores a todo volumen, no que me lleven a la mismísima sordera pero sí lo más cercano a eso que se pueda, sin dañar mi oído. Tener la sensación de que algo explota detrás de mí. Que realmente sea una gran patada en el culo. Que tengan poder. Todo está en la emoción y el poder. Siempre estuve involucrado en el poder, en sentir el poder.
En Ecstasy hay una canción de casi veinte minutos, Like A Possum, que parece la combinación perfecta entre la suavidad de Pale Blue Eyes y el feedback y la distorsión salvaje que ocupaban la totalidad de su disco Metal Machine Music.
Es muy lindo lo que decís, realmente aprecio tus palabras. Like A Possum se gestó gracias a que un amigo me dio un pedal de guitarra bautizado «el pedal de la muerte». Tiene un sonido muy particular. Lo enchufé y les dije a todos: «Tienen que escuchar esto». Tocamos ese sonido durante horas... ¡horas! Fue divertido. Es el sonido de un amplificador que está tan, tan fuerte que está al borde de romperse. Ese es el sonido. Todo guitarrista debería amar ese sonido. Les dije a los músicos que grabáramos la canción en una toma, porque no se puede grabar dos veces. Es como Sister Ray (del mítico White Light/White Heat, de Velvet Underground). Sólo una vez. Y fue lo que hicimos: de hecho, ya estábamos grabando cuando llegó el ingeniero de sonido. Ya estábamos por la mitad de la sesión. Decidimos empezar a grabar y que saliera todo en una sola toma, todos juntos y al mismo tiempo.
Si se juega con dos títulos de canciones suyas, ¿se puede decir que usted pasó de ser un «chico salvaje» («Wild Child», de su debut solista epónimo) a un «chico místico» («Mystic Child», de Ecstasy)?
(Se ríe... ¡Lou Reed se ríe!) Me suena gracioso. Es una idea interesante, pero no sabría explicarte. La verdad es que no me doy cuenta.
¿Está pensando en un nuevo disco?
No es un nuevo disco, pero estuve escribiendo para una obra de teatro llamada Poetry basada en Edgar Allan Poe. Va a estrenarse en Alemania, dirigida por Robert Wilson. Y cuando termine esta gira voy a abocarme a eso, no voy a grabar las canciones pero voy a coproducirlas con Hal Willner (con quien compartiría años después un programa de radio llamado New York Shuffle) y Mike Rathke (su guitarrista desde el célebre New York).
A los 58 y después de tantos años en la ruta, ¿qué opina sobre la famosa trilogía «sexo, drogas y rock &roll»?
Mi pensamiento... Bueno, ha mutado todo. Las drogas han cambiado. El sexo cambia pero se mantiene. El rock and roll permanece pero es un poco distinto. Las drogas sí se han convertido en otra cosa. Escucho rock, escucho mucha música, pero no puedo recordar los nombres de lo que escucho. Nunca fui bueno con los nombres.
Atento a los tiempos fijados por los managers, este cronista agradeció por la entrevista, sólo para encontrarse con una sorpresa: «¿Esa fue tu última pregunta? No. Vamos...». ¿Lou Reed quería continuar la entrevista? ¡Muy bien! Tal vez había sido un buen indicador de que se sentía a gusto que regalara el libro con todas sus letras, Pass Thru Fire... La charla viró a los anteojos negros en tiempos de Velvet Underground, cuando Andy Warhol proyectaba sobre la banda en vivo películas y luces que podían resultar dañinas para cualquier humano, luego contó que a comienzos de los ’80 su imagen se había puesto tan estricta que quiso deshacerse de ella («mucha gente se queda sólo con la superficie», dijo). Y también afirmó que aunque hubiera hecho publicidades de scooters su moto preferida era la Harley Davidson. «Por suerte tengo una», soltó.
«Nunca aviso antes qué voy a tocar porque quiero que sea una sorpresa, pero la gente sube las listas a la web, así que los fans saben», contó más tarde, preocupado por las dos noches en el Gran Rex. «Internet es sorprendente, sorprendente. A veces mezclo las canciones en los shows, pero los veo como algo compacto. Trato de que las canciones viejas y nuevas encajen. Estoy más preocupado en que no se entiendan las letras, pero no sé qué hacer al respecto. ¿Qué pensás sobre esto? No puedo tener un traductor a mi lado que las lea...»
Era el momento de contradecir a los managers y preguntarle por Laurie Anderson, recordando el debut porteño de la cantante, en el que hizo todo su repertorio en español (algo que repitió en 2008, acompañada por el propio Reed). Una nueva sorpresa: Lou no mostró ningún inconveniente en hablar sobre su pareja. «Laurie es mucho más inteligente que yo», arrancó. «Mucho más que yo. Ella puede hacer algo así. Ella puede hacer su show en español, en italiano... Yo no puedo. Soy una persona del rock and roll. No puedo. El idioma es algo malo para mí. Ella es muy, muy inteligente. Es sorprendente cómo hace lo que hace.» Reed confesó haber leído a Borges y escuchado a Piazzolla, algo de lo que «podría hablar y mucho con Laurie». «Soy una persona simple», cerró el tema.
La última pregunta tuvo que ver con haber tocado en la Casa Blanca, para su amigo Václav Havel, presidente de Checoslovaquia y luego de la República Checa, a quien homenajeaba Bill Clinton. La amistad entre Havel y Reed era bien conocida: el político europeo llegó a comentar que parte de la famosa «revolución de terciopelo» de su país fue llamada así en homenaje a Velvet Underground. «No lo podrías creer, fue realmente increíble», recordó el músico. «Pensaban que estaba muy fuerte el sonido, a pesar de que estábamos con instrumentos acústicos. Era la época de mi disco Perfect Night (con versiones semieléctricas en vivo de sus clásicos). Los del Servicio Secreto se horrorizaron con el volumen. Estaban muy preocupados con eso. Todos los secretarios de Clinton nos daban sugerencias sobre qué hacer.»
«Fuimos la primera banda de rock en tocar adentro de la Casa Blanca», continuó Reed. «El presidente Havel estaba enfermo, así que no pudimos hacerlo afuera. Era la última persona en el mundo que quería estar ahí en ese momento, creeme. Fui porque Havel quería que estuviera. Le dije: ‘Si me pidieras ir a la Luna, iría con vos’. Así que fuimos a la Casa Blanca. Era como una fantasía. Todos vestidos de impecables trajes y nosotros... ¡Boom! Tocamos en una sala muy pequeña. Había gente del gobierno que nos decía que debíamos terminar. Yo los miraba con ganas de asesinarlos. Hicimos un recital acústico-eléctrico y pensaban que estaba muy fuerte. Cuando nos sugirieron que nos fuéramos, contesté: ‘No, vos podrás ser mi presidente, pero el escenario es mío’.»
Las últimas palabras compartidas fueron para ponderar el uso de Internet y para celebrar que unos jóvenes hubieran hackeado a Microsoft. Reed se despidió con un “gracias” en español. Afuera del hotel, los gritos de las fans de los Backstreet Boys arreciaban. Y fue ahí que las manos desnudas del cronista revelaron el olvido: el bolso y los grabadores habían quedado en la habitación de Lou Reed. Volvió a reírse cuando, tras golpear la puerta, la cita a su canción Hello, It’s Me (de su disco a dúo con John Cale, Songs for Drella) obró como presentación. Entregó los objetos olvidados, nueva despedida y final. Y la tentación de cerrar diciendo que fue un «día perfecto» es demasiado grande como para poder evitarla...
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