C iudad Juárez, Chihuahua. 26 de agosto de 2016. (RanchoNEWS).- Jorge Luis Borges sólo escribió un cuento de amor: Ulrica, incluido en El libro de Arena y dedicado secretamente a María Kodama cuando el autor de El Aleph le reveló en Islandia ese amor del que hasta entonces había ido dejando trazas. Los personajes de esa historia de amor, Ulrica y Javier Otárola, quedaron inmortalizados en la inscripción que grabó Kodama en la lápida de Borges en Ginebra. Ahora, cuando se han cumplido los 30 años de la «entrada al Gran Mar» del escritor argentino, Ulrica vuelve a hablarle a Javier Otárola, y lo hace con un libro que recopila una veintena de conferencias dictadas por Kodama en las que aborda las principales obsesiones intelectuales de Borges: los sueños, la memoria, el tiempo, los laberintos, el Golem... y ofrece algunos detalles de su relación sentimental. Homenaje a Borges (Sudamericana, 2016) es, ante todo, una ofrenda de amor: «Siempre quise que Borges sintiera que yo le quería como persona, no por su fama», confiesa su autora, escribe César Calero de El Mundo desde Buenos Aires.
Kodama (Buenos Aires, 1937) se dedica en cuerpo y alma a cuidar el legado de Borges. Ha recorrido medio mundo hablando de la obra del escritor argentino y defendiendo su figura. Y este año, con la conmemoración de los 30 años de la muerte de Borges, debe redoblar los esfuerzos. «Este libro es un doble homenaje: se cumplen los 30 años de su partida y él siempre quiso que yo publicara», comenta nada más llegar a la cafetería del elegante barrio porteño de Recoleta. Llega a la cita con El Mundo lamentando todas esas rutinas y trámites diarios que nos consumen media vida. Y enseguida ofrece una muestra de ese «perfil sótano» que tanto le gusta cultivar. «¿Por qué publico el libro? Por la insistencia de mi agente (literario). Me insistió en que publicara las conferencias que doy todo el tiempo, y tratamos de que estuvieran reflejados los temas principales que a Borges le interesaban».Y ahí están si no todos, muchos de esos temas recurrentes en la obra del autor de Ficciones. Y además está el Borges poeta, el Borges periodista, el Borges traductor, el Borges bibliotecario, el Borges místico... Y el Borges amante, como el que aparece en Islandia, la conferencia en la que la albacea de la obra de Borges habla del amor entre dos personas: Ulrica y Javier Otárola.
Kodama esboza una sonrisa cuando se le menciona ese nombre: Ulrica, atribuido en su día a otras mujeres que rondaron por la vida de Borges: «Todas quieren ser Ulrica, a mí me divierte tanto...». Pero Ulrica sólo hubo una: «Me dedicó el cuento secretamente, yo no quería, tengo un perfil sótano, no me interesa el escándalo. Y así se lo dije: 'No, Borges, así no. Secretamente, todo lo que usted quiera'. Tengo mis códigos, soy japonesa».
Esa pasión de Borges por Islandia le fue inculcada en parte por su padre cuando le regaló la Völsunga Saga y otros poemas épicos islandeses. «En nuestras vidas –dice Kodama en la conferencia–, por distintos caminos, estaban presentes los valores de la palabra dada, del honor, del deber, tan caros a la épica; que desembocaron naturalmente en el amor por Islandia que fue también esencia de nuestro amor».
La vida de Borges estuvo también muy ligada a España. Allí vivió un tiempo de su juventud junto a su familia y allí comenzó a cultivar el periodismo. «En ese momento –cuenta Kodama– el periodismo era una fuente de ingresos para él y también una vía para publicar sus reflexiones sobre distintos autores, movimientos, y su propia obra». Desde 1919 colabora con varias revistas y periódicos españoles (Última hora, Baleares, Grecia, Gran Guignol, Cervantes, Ultra...). En la revista Grecia vería publicada su primera poesía, Himno al mar. Y sería en España donde se afianzaría como uno de los abanderados del ultraísmo y donde conocería a quien, según sus palabras, sería uno de sus grandes referentes literarios: Rafael Cansinos Assens.
De su relación con autores españoles habla también Kodama en otra de sus conferencias, la que narra las atenciones que brindaría a la pareja Juan Goytisolo en la plaza Jemaa el-Fna de Marraquech. «Nunca olvidaré a Borges, ávido por escuchar la descripción del lugar», dice Kodama en su conferencia. Con Goytisolo compartió Borges su gran devoción por Cervantes («ambos encuentran en el Quijote la libertad que implica la aceptación de lo diferente y el enriquecimiento que esa diferencia trae»). Y tal vez también esa relación ambivalente con sus países de origen. «Borges –asegura su viuda– era una persona muy lúcida y veía los defectos (de Argentina) de una manera inequívoca. Sus declaraciones eran incendiarias».
En la selección de Kodama no podía faltar un capítulo dedicado a los sueños, esa gran fuente de inspiración borgeana. «Borges tenía la facultad de recordar los sueños, lo hacía durante sus baños de inmersión, y ahí veía si ese sueño servía para algo o no; si servía, avanzaba; muchos de sus relatos parten de sueños», cuenta Kodama. Y recuerda la anécdota que reflejó en su conferencia sobre el poema Ein traum (Un sueño), en el que Borges rinde homenaje a Kafka. «Borges siempre corregía sus poemas, pero éste fue el único que nunca corrigió; me dijo que se lo había dictado Kafka en el sueño y por eso no lo podía corregir».
El sueño y la memoria se unían en el poeta a la hora de la creación. Sobre la memoria, tan relevante en la obra de Borges, precisa Kodama que es necesario diferenciar entre esa memoria que entrelaza datos y recuerdos de una forma creativa y aquella que actúa como una mera computadora, sin razonamiento, como le sucede a Funes el memorioso. De esa memoria borgeana surgió una obra universal que tuvo siempre como epicentro a la capital argentina desde su primer poemario, Fervor de Buenos Aires: «Toda su obra es Buenos Aires. Y esa presencia va cambiando desde la primera a la última obra, pero no de una forma obsesiva».
Criticada desde algunas tribunas por el celo con el que cuida el legado de Borges («llevo 30 años difamada y estoy cansada»), Kodama se ha mostrado vehemente en los tribunales contra aquellos que han osado «jugar» con alguno de los libros del escritor (como el español Agustín Fernández Mallo con El Hacedor (de Borges), remake, o el argentino Pablo Katchadjian con El Aleph engordado): «Aunque me pidieran permiso, no permitiría que trataran de montarse en la obra de Borges y la destruyeran sólo para ser reconocidos».
Pero esa labor de custodio del jardín borgeano no obedece, según Kodama, a ningún compromiso adquirido. «Nunca acepté nada de Borges», enfatiza. «Lo que yo quería es que Borges sintiera que yo le quería a él como persona, por él mismo, no por la fama, no por la inteligencia». Un amor algo más que eterno, como sugiere Kodama al principio y al final de su Homenaje: «For ever and ever and a day».
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