C iudad Juárez, Chihuahua. 13 de agosto de 2016. (RanchoNEWS).- En una charla abierta con Alejandro Jodorowsky puede pasar de todo. Durante la que ofreció este viernes en el Festival de Locarno hubo tiempo para un pequeño ritual colectivo de psicomagia («unan sus manos con los dedos meñiques, levántenlas, agítenlas... ¡hemos cambiado el mundo!»), peticiones de abrazos («admiro mucho a Amma, pero yo no puedo dar tantos») e incluso ¡una ceremonia nupcial! a ruego de un fan mexicano-suizo («no puede haber dos nacionalidades más opuestas») que solicitó al «maestro» que les casara. Y sí, Jodorowsky unió en psicomágico matrimonio («acerquen sus pubis … y entreguen esta relación al cosmos») al chico y a su novia allí presentes que lloraban de la emoción, escribe Eulalia Iglesias para El Confidencial desde Locarno, España.
El director de El topo (1970) también aprovechó para presentarnos a su esposa, Pascale Montandon. «Como neurótico, tenía la tendencia de buscar a mujeres también neuróticas», explicó el chileno. «Y claro, cada relación acababa como la Guerra del Vietnam. Hasta que encontré a Pascale. Yo no veía claro lo de estar juntos porque tengo 45 años más que ella...». Pintora y diseñadora, Montandon también se ha convertido en colaboradora habitual de las películas de Jodorowsky: se encarga del vestuario y en el último film Poesía sin fin, también controló parte de la fotografía que firma Christopher Doyle, quien, según Jodorowsky, se dedicaba solo a mover la cámara. Montandon expresó su admiración por un hombre que nunca se ha vendido y representa por tanto la esencia del artista. Para ambos, afirmó, no existe la separación entre la vida y el arte.
Así que la mayoría del público venía a admirar al Jodorowsky gurú y no tanto al director de cine, poeta, miembro del Grupo Pánico, dramaturgo y guionista de cómics míticos, un artista polifacético y de vanguardia con casi 70 años de trayectoria. Aunque también se identificaba entre los asistentes a un hombre ataviado de blanco y tocado con un sombrero de mago de igual color, que no emulaba en versión 'low cost' a Gandalf sino el personaje del Alquimista de La montaña sagrada (1973).
En Locarno, Jodorowsky presentó 'Poesía sin fin', continuación de 'La danza de la realidad' (2013) y por tanto segunda parte en esta serie autobiográfica o de memorias cinematográficas planteadas desde cierto surrealismo mágico. Si la primera película se centraba en los años de infancia y adolescencia en su ciudad natal de Tocopilla y otorgaba un especial protagonismo a sus padres, en 'Poesía sin fin' resigue sus años de juventud desde que llega a Santiago de adolescente hasta que abandona Chile para marcharse a Francia en 1953. Son los tiempos en que descubre su vocación de artista y poeta leyendo a Lorca, entabla una amistad profunda con Enrique Lihn y reniega de la figura nacional de Pablo Neruda. Menos evocadora que 'La danza de la realidad', 'Poesía sin fin' tiene momentos tan egocéntricos como aquel en que bajo la carpa de un circo, los espectadores transportan y jalean a un joven Jodorowsky (a quien da vida su hijo Adan Jodorowsky) totalmente desnudo al grito de « »¡Poeta, poeta!« ».
¿Y quién es Alejandro Jodorowsky?
Yo no me conozco...El ser humano es infinito, hay tantos aspectos que nos definen que solo nos conocemos poco a poco. He decidido vivir 120 años, pero sé que a mi edad me puedo morir en cualquier momento. He hecho lo que amaba y he trabajado con quien quería. También he sido quien quería ser y no quien los otros querían que fuese. Me dedico al cine, que es el arte más completo de todos. Pero desde que el cine se inventó de la mano de los hermanos Lumière, se inventó como negocio. Y resulta muy caro. Lo primero que tienes que hacer para dedicarte al cine es encontrar financiación, y no resulta nada fácil. A mí siempre se me ha considerado un extraterrestre en este mundo, hasta que en 2013 la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes programó La danza de la realidad y por primera vez me sentí aceptado oficialmente. Cuando veo la cantidad de películas que hay en este festival tengo un ataque de modestia. Porque sé lo difícil que resulta expresarse libremente en el cine: primero hay que luchar contra el productor, después contra las estrellas...
Por ejemplo, en el caso de mi última película, Poesía sin fin, solo tuve dos meses para prepararla, escoger a los actores, diseñar los decorados y disponer de todos esos detalles que aparecen en el filme y selecciono yo personalmente. Después vino el rodaje, en solo 35 días. No podíamos equivocarnos en una toma porque no teníamos dinero para repetirla. Y una vez acabas, tienes que competir en la cartelera con el cine de gran espectáculo. Pero... ¡ay, qué placer! ¡El cine es un orgasmo terrible! Y siempre suceden milagros. Para el personaje de la abuela en la película había seleccionado a una actriz de 70 años muy conocida. Fue mi único error. No se había aprendido el papel y nos hizo perder todo un día de rodaje, lo que supone unos 5.000 dólares. Una catástrofe. La llamé por la noche para insistirle en que se leyera su parte y preparé las típicas pancartas con líneas de diálogo, como le hacían a Marlon Brando. Al día siguiente, no llegaba al plató así que pedí que fueran a buscarla. Y la encontraron muerta. ¡Dios la había matado! La sustituí por la actriz que hacía de tía y rodamos sin problema. Fue un milagro terrible y maravilloso.
¿Quién era el más loco de los tres integrantes del Grupo Pánico?
No estábamos locos. Te llaman loco cuando haces algo que no se entiende. Cuando leí el 'Tractatus Logico-Philosophicus' tardé dos años en entenderlo. Pero Ludwig Wittgenstein no estaba loco, era un genio. Lo mismo me sucedió con el Tarot. He necesitado 40 años para empezar a comprenderlo. No trato de loco a quien no entiendo. La locura es un mito, no una enfermedad. Es una actitud mental diferente. Pero si me preguntas quién era el más neurótico de los tres, en ese caso era yo. Roland Topor era el más artista, una máquina de creatividad terrible. Tomaba una revista y la modificaba hasta convertirla en una mesa. Era pobre como las ratas, trabajaba con materiales simples porque no disponía de los medios de estas obras que vemos en los museos de arte contemporáneo, que son catastróficas. Arrabal era el niño. Un maravilloso niño poeta muy inteligente. Incluso ahora mantiene la frescura de un niño. El genio de Arrabal está en el ajedrez, es el mejor crítico de ajedrez que he leído jamás.
¿Es verdad que recibió el apoyo de John Lennon?
De John Lennon y de Yoko Ono, que me facilitaron la exhibición El topo en Nueva York. Ellos hacían cortos de vanguardia y les gustó mi película. Se organizó una sesión de medianoche que presentó el propio Lennon, donde invitó a la gente a ver la película. Estas proyecciones de El topo constituyeron el origen de las sesiones golfas o «midnight movies», en que se programaban por la noche películas más extremas o radicales. Lennon tenía un productor, Allen Klein, al que invitó a que me pagara un millón de dólares para que yo hiciera lo que quisiese. Así rodé La montaña sagrada.
¿Qué relación tiene con la belleza?
La poesía no es otra cosa que la búsqueda de la hermosura. En la mitología griega existen las Tres Gracias, la Verdad, la Belleza y la Bondad. Tienen que ir siempre juntas porque no tienen valor por separado. Yo busco una verdad dentro de una belleza sublime, pero siempre unida a la bondad. No creo que se deba humillar a las personas en el arte. Siempre se debe considerar a la gente como una parte de uno mismo.
Usted ha tenido una vida llena de satisfacciones...
En absoluto. Yo he aprendido a tener éxito a base de aprender a fracasar. Cuando empecé en el mundo del cine mi ideal se encontraba en Hollywood. Así que me fui a Estados Unidos con mi primera película Fando y Lis (1968), que adaptaba la pieza homónima de Arrabal. Pero allí no entendieron nada, cortaron todas las partes surrealistas, la estrenaron mutilada y duró tres días en cartel. Fue un fracaso total. La crítica me destruyó. Alguien escribió que era más fácil que los protagonistas llegaran a la ciudad imaginaria de Tar que mi película se acercara al universo de Luis Buñuel. Ni un solo periodista me quiso entrevistar. Fue terrible. Pero en tres días me repuse. Y pensé, pues me voy a México a hacer una película de cowboys si eso es lo que les gusta. Y rodé El topo...
¿Nos podría hablar de su interés por el chamanismo y la psicomagia?
Yo me he especializado en dos materias, la metagenealogía y la psicomagia, que han revolucionado el mundo de las terapias y me han creado muchos enemigos. Soy muy curioso. Y es verdad que el mundo está lleno de charlatanes, gente que te lee la fortuna o de vende remedios mágicos. En México DF hay un mercado enorme de brujos, para ellos es muy natural. A mí me interesaba el mundo de los chamanes y de las curanderas. Sé que resulta extraño, porque los intelectuales tienden a despreciar este tipo de actividades populares. Pero yo creo que la verdad está en todas partes. En México conocí a una curandera que a mí me parece tan genial como el Dalai Lama, Cachita. Llevaba a cabo sus prácticas de forma gratuita, cada uno pagaba lo que podía. Es verdad que sus operaciones quizá fueran falsas, que quizá fuese prestidigitación, pero era genial. Le caí en gracia y tuve la suerte de verla entrar en trance. Durante dos años asistí a sus operaciones y vi cosas que no sabía si eran verdaderas o falsas. Pero descubrí que lo falso deviene verdadero. La medicina utiliza el placebo: cuando crees en algo o alguien te hace efecto. Esa idea de que el placebo cura, que la metáfora cura, es la base del psicochamanismo. Nunca lo he hecho por el dinero. La gente sabe que es mentira pero que funciona.
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