Rudy Van Gelder, en su estudio de grabación. (Foto: Francis Wolff)
C iudad Juárez, Chihuahua. 26 de agosto de 2016. (RanchoNEWS).- ¿Puede un ingeniero de grabación cambiar el curso de la historia?. La respuesta tiene un nombre: Rudy Van Gelder. «Hay algo que llamo el toque Van Gelder», explicaba Freddie Hubbard. «Para mí, ese toque es la definición perfecta de cómo debe sonar un disco de jazz». Responsable indirecto, o no tan indirecto, de más de un centenar de obras maestras, el primus inter pares entre los ingenieros de grabación de la historia del jazz falleció el martes, a los 91 años de edad. No se han dado a conocer las causas ni el lugar en que tuvo lugar el suceso. Chema García Martínez reporta para El País.
Había nacido un 2 de noviembre de 1924 en Jersey City, Nueva York. Una existencia anodina como estudiante de optometría: nada noticiable. La vida del preadolescente Rudolph va a dar un giro radical el día en que acuda a un estudio radiofónico junto a un grupo de amigos. El joven cae de rodillas delante de la mesa de mezclas. «Esto es lo que quiero ser», se dice. Dicho y hecho, por 2 dólares y 98 centavos adquiere un aparato de grabación casero y convierte la sala de estar de sus padres en lo que más tarde va a ser conocido como «el legendario Estudio Hackensack». Van Gelder -lo que hoy llamaríamos un gafapasta con iniciativa- comienza grabando a los amigos y vecinos, algún músico aficionado… pronto, empiezan a llegarle los pedidos desde Nueva York. Zoot Sims, Phil Urso o Lennie Tristano solicitan sus servicios. Visto lo visto, los padres de la criatura se deciden a abrir una entrada directa desde la calle a su dormitorio con ánimo de no interferir en las grabaciones. La criatura, por lo demás, aún no ha dado el salto: optometrista de día, ingeniero de grabación por las noches. Hasta que una de sus grabaciones cae en manos de Alfred Lion, el cofundador y copropietario de Blue Note Records, en lo que será el comienzo de una vieja amistad y la excusa que el más jazzístico de los optometristas del estado de Nueva York utilizará para emanciparse definitivamente. Tres años más tarde -en 1959-, Van Gelder inaugura su propio estudio de grabación en medio de un bosque, a unos 20 minutos en coche del centro de Manhattan. Todo cuanto contiene el edificio con forma de iglesia ha sido meticulosamente diseñado por el escurridizo y enigmático genio de los botones. Englewood Cliffs –todavía en uso- va a ser su santuario. Van Gelder en persona se encarga de la disposición de las sillas, la decoración y la iluminación, o su ausencia, dependiendo del mood. Busca la complicidad con el artista, que se sienta como en casa, o el club. «Uno iba a grabar con Van Gelder”, sigue Hubbard, “y era como asistir a una representación teatral».
Es el toque Van Gelder: meticuloso hasta la exasperación, pero deslumbrante, en los resultados. Nadie, sino él, puede posar sus dedos sobre su colección de micrófonos Neumann U-47 fabricados en Alemania (pero, incluso él, debe utilizar guantes de cirujano). Y no solo eso: también ha borrado las marcas del equipo, «por si acaso», especifica el interesado, sin especificar mucho. Lo que cuenta, en última instancia, es el resultado. Y este no puede ser más elocuente. Discos como A Love Supreme, de John Coltrane, Walkin', de Miles Davis, y Song for my Father, de Horace Silver, pero también Yesterday You Said Tomorrow, de Christian Scott, grabados para los más diversos sellos, llevan la firma indeleble del genial y exasperante ingeniero de grabación. Es el sonido Van Gelder; un sonido duro, no exactamente dinámico, pero sí intenso, cálido, adaptable al artista según sus características. Para muchos, el sonido del Jazz. Con mayúsculas.
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