C iudad Juárez, Chihuahua. 30 de agosto de 2016. (RanchoNEWS).- Tan solo ocho años duró la carrera artística de Frédéric Bazille (1841-1870). La fugacidad de su vida y su escasa obra le han alejado del gran público que hoy alaba los Nenúfares de Monet y las escenas de la vida cotidiana retratadas por Renoir sin saber que Bazille fue tan imprescindible en la vida de éstos como lo fue a los inicios del movimiento impresionista. Montpellier, su ciudad de origen, muestra por primera vez en Francia una retrospectiva de su obra en el Museo Fabre, que llegará en noviembre al Orsay de París y en 2017 a la National Gallery of Art de Washington, escribe María D. Valderrama desde Montpellier para El Mundo.
Frédéric Bazille, la juventud del Impresionismo recoge 45 de las 55 pinturas propias que dejó, junto a otra cuarentena de lienzos de artistas como Delacroix, Courbet, Renoir, Monet, Manet o Sisley, que ayudan a situar a Bazille. Nacido en el seno de una familia protestante de la burguesía de Montpellier, llegó a París con 21 años para continuar sus estudios de medicina –como dictaba la tradición familiar– antes de dejarlo todo por la pintura. La amplia correspondencia que mantuvo con sus padres y que aún a día de hoy se conserva, nos permite conocer un poco más un personaje carismático, enormemente admirado por sus colegas, pero cargado de enigmas, como el que rodea su muerte.
Una semana antes de cumplir los 29 años, el 28 de noviembre de 1870, Bazille moría en la batalla de Beaune-la-Rolande, en la guerra entre Francia y Prusia. «Tan solo tres semanas antes de alistarse había escrito una carta asegurando que nunca querría vivir la guerra», explica Stanislao Colodiet, del Museo Fabre de Montpellier que acoge la muestra hasta el próximo 16 de octubre. «Su decisión sorprendió a sus amigos y familiares porque además entró en un regimiento muy peligroso. Al final de su carrera, su pintura estaba cambiando y es evidente que muchas cosas pasaban por su cabeza, pero su correspondencia no nos aporta luz sobre esto. Nunca tendremos la explicación».
Un dandy, un melómano, una mente brillante cuyas primeras pinturas hacen evidente la influencia del realismo de Courbet y Manet pero también de su amigo Claud Monet con quien compartía taller en París. Bazille le ayudó en sus inicios económicamente, cuando Monet apenas tenía dinero, pero no de forma compasiva: le compraba cuadros que pagaba a plazos y que sirvieron a su camarada a mantenerse un mes tras otro. Ambos evolucionaron juntos como artistas sin que la juventud de Bazille impidiera ver que el incipiente artista empezaba a resaltar con obras singulares como La Réunion de Famille, Vue de village o Scène d'été, que casi 50.000 personas han visitado en Montpellier en los últimos dos meses.
«Espero, si alguna vez consigo algo, haberlo merecido y no haber copiado a nadie», escribía a su padre con 27 años. «Puede ser que Frédéric Bazille retomara el vínculo con sus antepasados al elegir una profesional manual», comenta Florence Hudowicz, responsable de las artes decorativas en el museo. «Los Bazille se asentaron en Montpellier en el siglo XVII como maestros orfebres aunque sus familiares más recientes se habían convertido en comerciantes o médicos y formaban parte la burguesía, siempre vinculados a la evolución de la propia ciudad. Frédéric rompe con eso. Él quería ser pintor».
Organizada de forma temática y cronológica, la muestra intenta situar el trabajo de Bazille en el contexto de las grandes problemáticas de la pintura de la década de los 60 del siglo XIX: la vida moderna, la renovación de géneros tradicionales como el retrato, los desnudos o las naturalezas muertas o la pintura al aire libre.
Aunque la exposición se mostrará a partir de noviembre en el Museo Orsay de París y después, en marzo de 2017, en la National Gallery of Art de Washington, que han cedido al Museo Fabre la mayor parte de las obras para este encuentro, hay algo especial, casi sentimental, en disfrutar de Bazille entre las paredes de este centro artístico de la Francia mediterránea, renovado en entre 2003 y 2007 cuando reabrió al público con un espacio ampliado de 3000m2 a 9000m2. Además, una aplicación gratuita para iPhone y Android permite al visitante seguir los pasos de la vida del pre impresionista para descubrir algunos de los rincones más simbólicos de Montpellier: antiguos palacetes, el cementerio o el templo protestante, entre una veintena de direcciones.
En la juventud de Bazille, el Museo –anteriormente localizado en el Hôtel de Massilian– sirvió como centro de estudio al artista que hoy presenta, por ejemplo, una réplica que realizó de El Matrimonio Místico de Santa Catalina, de Paolo Veronese, que se exponía en el Fabre.
En otra de las salas, los paísajes del Mediterráneo, que el creador pintaba durante sus veranos en la casa familiar, se entienden mejor gracias al techo de la habitación que, mediante un juego arquitectónico, permite aprovechar la luz natural.
En las últimas etapas de la exposición, meses antes de su muerte, Bazille, barbudo y grande –medía casi 1,90m–, aparece retratado en Un atelier aux Batignoles, de Henri Fantin-Latour, normalmente expuesto en el Orsay o en L'atelier de la rue de La Condamine, del propio pintor, que se retrata junto a Manet, Renoir y, siempre cerca, Monet. Pero algo estaba pasando dentro del artista. Ni siquiera llegó a terminar su última pintura, Ruth y Booz.
«Este cuadro es un signo de interrogación al final de su carrera», señala Colodiet. «¿Qué dirección estaba tomando su pintura? Es la primera vez que retrataba un tema biblíco, tratado también por Víctor Hugo enLa Leyenda de los Siglos. Tanto en el sujeto como en la técnica hay una voluntad de regreso al clasicismo. Es difícil saber lo que le perturbaba pero, ciertamente, algo le preocupaba».
Montpellier, 'Laboratorio cultural'
El despliegue de esta exposición no se entiende sin la gran inversión económica que la ciudad ha realizado en el sector cultural durante los últimos años, en lo que se conoce como «Laboratorio Cultural».
«Pocas metrópolis han elegido la cultura como centro de inversión de su presupuesto», explica a El Mundo Philippe Saurel, alcalde de la ciudad, que preside igualmente Montpellier Mediterranée Métropole, una infraestructura creada junto las comunas de los alrededores para recuperar el estatus que el propio Estado francés había decidido retirarles unos años atrás. En total, una inversión de más de 200 millones de euros, de los cuales 140 se han destinado a equipamiento y 66 al funcionamiento de proyectos culturales con ayudas a asociaciones y otras organizaciones, así como a incentivar el talento de la región. Esto la convierte en la segunda gran ciudad cultural de Francia, después de París.
Con la particularidad de que la mayor parte de las actividades propuestas tanto como por el Ayuntamiento como por la Metrópolis son gratuitas, la ciudad se preocupa estos años y al menos hasta el fin del mandato de Saurel en 2020, de reconstruir los archivos municipales de la ciudad, crear un centro de arte contemporáneo o un conservatorio general, desarrollar las compañías de danza, talleres de producción y creación de cine o impulsar que la región sirva como escenario para el rodaje de películas.
Saurel es un hombre peculiar. Antiguo miembro del PS, dejó el partido en 2014 por desacuerdos con la dirección y ahora mantiene un tono crítico con sus antiguos compañeros. Ganó las últimas elecciones municipales por su cuenta para lo que no dudó en presentarse como un «anti sistema», en cualquier caso, es el único alcalde de izquierdas entre las grandes ciudades del sur, coletilla de la que presume disimuladamente durante la entrevista.
«El turismo en Francia ha sufrido mucho con los atentados y también con las huelgas que han perjudicado los medios de transporte, si Montpellier no ha sufrido tanto es porque hemos generado una autonomía con nuestra propia clientela, no es la ayuda nacional la que hace nuestra publicidad». Los turistas, así como los que deciden asentarse en la ciudad, llegan atraídos por su vida cultural y deportiva con una población joven donde el 30% tiene menos de 30 años. El título de ciudad irreverente, de libertad, de resistencia, se lo ha ganado con estrategias como esta en un momento tan oscuro para Francia. «No hay otra forma mejor de combatir que luchando contra la ignorancia. Si usted tiene ganas de hacer explotar la Place de la Comedie puede hacerlo, nadie puede impedirlo. Esto no se combate por divisiones armadas sino con la cohesión social y la cultura, es la única forma de luchar contra el oscurantismo».
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