C iudad Juárez, Chihuahua. 11 de agosto de 2016. (RanchoNEWS).- Todos hemos pensado alguna vez que el mundo parece una broma, incluso de mal gusto. Lo que demuestra el ensayo 50 viñetas que cambiaron el mundo (Ariel), de Roberto Fandiño, profesor de Historia en la Universidad de La Rioja, es que, en efecto, lo que sucede es un chiste y que una simple glosa de algunos de los dibujos satíricos que acompañaron ciertos procesos históricos explica mejor lo ocurrido que mil manuales, escribe Xavi Ayén desde Barcelona para La Vanguardia.
No sólo eso, sino que también influyeron: «La caricatura fue un cierto impulso para que a Luis XVI le cortaran la cabeza, para que EE.UU. entrara a combatir el fascismo, para que los imperios liberaran a sus colonias, para acabar con la esclavitud o para que España iniciara la senda democrática», explica el autor.
El libro selecciona 50 viñetas o grabados que abordan –siempre en directo, mientras los hechos tienen lugar– diversos acontecimientos, desde la Revolución Francesa hasta el atentado de Charlie Hebdo, pasando por las guerras napoleónicas, el comunismo, las dos contiendas mundiales, la era nuclear... y hasta la transición.
Todo empezó, cuenta Fandiño, el día en que se le ocurrió introducir chistes gráficos en clase para que los alumnos mostraran una mayor empatía –o animadversión– hacia los hechos narrados, «para que no los vieran como un rollo insufrible». Así, en el aula empezaron a brotar las sonrisas cuando les mostraba, por ejemplo, que los revolucionarios franceses fueron jaleados por un dibujo anónimo de 1792 en el que se ve caer, entre vómitos, al rey, junto a aristócratas a los que anima una zarina de Rusia con los pechos al aire. Sin olvidar que esos mismos revolucionarios también recibieron estopa del –no muy fino– humor inglés de James Gillray, quien, ese mismo año, los identificó con bestias sedientas de sangre. Poco después, podrán seguirse las andanzas bélicas de Napoleón en las viñetas de distintos países, del mismo modo que mucho más tarde se hará con las evoluciones de la Segunda Guerra Mundial.
En el libro, Fandiño ha primado «aquellos dibujos que me permitieran explicar de forma muy sintética procesos históricos largos y de mucha complejidad». Goya, por ejemplo, alzó su buril contra la superstición o el arreglo matrimonial, siempre a favor de los valores ilustrados. El francés Bertall hizo subir, en 1848, a utopistas como Fourier o Cabet a desgañitarse en el estrado de una feria de charlatanes. Gustave Doré –famoso por sus ilustraciones del Quijote– sintetizó ese mismo año sus ideas sobre el incipiente comunismo en una aleluya de seis viñetas: primero aparecen un rico y tres pobres, luego se reparte el capital del primero a partes iguales entre todos y, al final, «el burgués se arruina porque no sabe ningún oficio, el obrero perezoso dilapida lo obtenido, mientras que los otros dos, buenos trabajadores, conservan su capital».
Los dibujantes reflejan los cambios de era, el sentimiento de humillación de las naciones, la Revolución Industrial, el fulgor del imperialismo, las grandes conflagraciones bélicas, el crac del 29, el ascenso del fascismo... Las sensaciones son diversas, desde la curiosidad por ver a Hitler y Stalin convertidos en personajes de cómic hasta darse cuenta de que la realidad tiene a veces poco que ver con los relatos edulcorados que nos llegan: basta echar un vistazo a los chistes de periódicos de posguerra para tomar conciencia de que, como dice Fandiño, «Europa, más que celebrar la victoria, era un continente salvaje, privado de instituciones fiables, reducido a escombros, asolado por los remordimientos, las ansias de desquite y los conflictos internos». Un erial que el plan Marshall ayudó a repoblar aunque, en un dibujo de Edwin Marcus 1947, vemos a un Stalin vestido de jugador de baloncesto que duda si bloquear o permitir que esa pelota entre en la cesta.
En 1904, el alemán Theodor Heine publicó una demoledora sucesión de viñetas sobre la aventura colonial de las potencias europeas en África: en una, el káiser hace bailar el paso de la oca a las jirafas y pone bozales a los cocodrilos, en otra unos ingleses alimentan con whisky a un nativo del que extraen monedas mientras un religioso bendice la escena, y más abajo se ve a un francés esclavizando sexualmente a una indígena, así como al rey Leopoldo de Bélgica zampándose la cabeza asada de un negro.
Del siglo pasado
El miedo al comunismo de la guerra fría se refleja en una obra de Edmund Valtman de 1962 en la que un Jruschev vestido como un dentista se dispone a extraer de la boca de Fidel Castro los misiles soviéticos con los que construye su sonrisa. En 1969, en plena guerra del Vietnam, un dibujo anónimo muestra innúmeros ataúdes con la estatua de la Libertad en su interior.
La obra contiene ejemplos de lugares como Oriente Medio o de países como India, China o Sudáfrica –donde la expansión del sida y la inseguridad cuestionan el teórico paraíso postapartheid– y dedica un apartado a la transición española, con un dibujo de Jaume Perich publicado en 1975 en Por Favor, donde un encopetado señor dice, muy enérgico: «¡No hay excusa que valga! ¡Si se quiere acceder a una verdadera democracia es preciso celebrar unas elecciones libres con la participación de todas las tendencias! ¡Y sin demorarlo más! ¡Pase lo que pase!», para añadir en otro globo de texto más pequeñito: «En Portugal, claro...».
Uno de los casos más sobrecogedores es el de la iraní Atena Farghadani, a la que llevó a la cárcel una viñeta del 2014 en que dibujó con rasgos animales –simios, gorilas, cabras– a los miembros de la Asamblea Consultiva Islámica de su país. «La razón era que aprobaron una ley que prohibía la esterilización voluntaria de las mujeres y restringía el uso de los anticonceptivos». Fue condenada a 12 años y no fue liberada hasta mayo de este año, tras las presiones de Amnistía Internacional y otras organizaciones.
Por supuesto, el libro no es exhaustivo. No aparecen en él episodios como la célebre viñeta del Cu-Cut! que en 1905 provocó que la redacción y los talleres de esta revista catalana fueran asaltados por oficiales del ejército.
Tras leer el libro de Fandiño –que logra que el lector sonría pese a la dureza de los hechos satirizados– es inevitable preguntarse: ¿qué viñeta sería escogida para explicar nuestro mundo?
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