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La escritora mexicana. (Foto: efe)
C iudad Juárez, Chihuahua, 8 de marzo 2011. (RanchoNEWS).- Elena Poniatowska, escritora y periodista, nació en París el 19 de mayo de 1932. Llegó a México en 1941, donde se convirtió en una intelectual de energía inagotable, amiga de todos los personajes que construyeron la cultura diversa y transformadora del gran país centroamericano. Amiga de Juan José Arreola, de Carlos Monsiváis, de Diego Rivera, de Luis Buñuel y, sobre todo, amiga de su madre, a la que perdió en 2001, el mismo año en que recibiera el premio Alfaguara de novela por La piel del cielo. Una entrevista de Mónica Maristain para Página/12:
Su crónica sobre la matanza estudiantil del 2 de octubre de 1968, reflejada en el libro La noche de Tlatelolco, es aún material de consulta inapreciable, y su novela Tinísima, dedicada a la fotógrafa italiana Tina Modotti, ha sido considerada un tratado de enorme belleza que da cuenta de los febriles años ’20 en un México que se abría al mundo.
Elena Poniatowska ganó el premio Rómulo Gallegos en 2007 por su novela El tren pasa primero, basada en el movimiento ferrocarrilero mexicano de 1959, y por su profuso trabajo en los medios gráficos, donde desarrolló una técnica impecable de la entrevista amena y confesional, esta hoy dulce anciana de origen aristocrático y de militancia de izquierda es considerada maestra de periodistas.
Octavio Paz la elogiaba porque «domina el arte de escuchar» y el cronista y escritor Carlos Monsiváis, su gran amigo fallecido en 2010, le decía «Elenita» con una ternura que ella añora hoy, casi con desgarro. Al fin y al cabo, fue Poniatowska la que hizo temblar el Palacio de Bellas Artes en el pasado junio, cuando en un estremecedor discurso preguntó al aire y con voz fuerte y llorosa: «¿Qué vamos a hacer sin ti, Monsi? Aquí estamos tus amigos, preguntándote, por qué nos hiciste esto... Por qué no nos preparaste para tu ausencia...»
Su apellido es de origen polaco y su familia vivió en Francia durante tres generaciones. Toda su vida en México ha sido al servicio de las causas sociales y de un oficio que abrazó con pasión en 1953, «por el afán de saber, de participar y también el afán de ser querido».
Lee a todas horas y escribe todo el tiempo, pero jamás aceptaría que la llamaran una intelectual. «Soy una mujer ama de casa. Tengo diez nietos, voy al supermercado y tengo que pulir las lámparas, hacer el desayuno, hacer la comida, hacer la cena. Me gusta mucho hacer eso. Y pienso que debí hacerlo más cuando mis hijos eran pequeños, en vez de apasionarme con la escritura», se lamenta.
A la literatura la mira con respeto. «Ahora, con la edad, pienso que me cuesta más trabajo ser crítica, y a medida que avanza el tiempo en vez de ganar seguridad, la pierdo», admite.
Sin embargo, no le va nada mal con sus novelas. En un territorio editorial donde la competencia se ha hecho feroz, esta mujer de ojos azules, pelo blanco y muy bien llevados 79 años, acaba de ganar el premio Biblioteca Breve 2011 por la novela Leonora, dedicada a su amiga, la pintora inglesa Leonora Carrington.
El jurado, integrado por los escritores José Manuel Caballero Bonald, Pere Gimferrer y Rosa Montero, el catedrático de literatura y crítico literario Darío Villanueva y por la editora Elena Ramírez, afirmó que «en un escenario cosmopolita y con recursos verbales magistrales, Elena Poniatowska construye una figura femenina turbadora en la que se encarnan los sueños y las pesadillas del siglo XX». El galardón, que se otorga anualmente, está dotado con 30.000 euros (algo más de 40.000 dólares).
¿Le gusta seguir recibiendo premios?
Claro, me gusta mucho. Los premios son un aliciente a tanto trabajo, tanto esfuerzo. Realmente es muy difícil escribir. No es nada alivianado. Digamos que es más fácil hacer periodismo, ¿no le parece? Por ejemplo, si tuviera que hacer una entrevista o una crónica, ya sé que con ese tema de las prisas, con esa cuestión de la entrega, puedo librarme del compromiso. Si sale algo más o menos siempre tendré la excusa de que no tuve suficiente tiempo. Pero aislarse y estar encerrada durante un tiempo para hacer una novela, la llena a una de mucha responsabilidad. La literatura es un acto solitario, todo depende de uno mismo, no le puede echar la culpa a nadie.
¿Y cómo se enteró de que había ganado el Biblioteca Breve?
Me llamaron por teléfono y la verdad me puse muy contenta. ¡Es Seix Barral! Además, con la situación de guerra que estamos viviendo en México, es una buena noticia que una mexicana gane un premio. Esta espantosa guerra del narco nos está doliendo a todos los ciudadanos y espero realmente que las cosas cambien, aunque no para mal, claro está.
A lo largo de su carrera, ¿qué importancia han tenido los premios?
Bueno, fue muy importante el Rómulo Gallegos en 2007. Me acuerdo mucho cuando gané el Alfaguara. Me dio mucha alegría por un lado, pero por el otro estaba muy triste. Ese fue el año en que murió mi madre, que fue una mujer extraordinariamente valiente. Era bellísima, tímida y extremadamente preocupada por sus hijos. Quiero demostrar mi cariño, ser así, como era ella.
La Carrington
Poniatowska suele decir de Leonora Carrington que es «una madre devota, de vocación total hacia la maternidad». Carlos Monsiváis destacaba de ella «su gran compromiso con los principios libertarios del movimiento estudiantil del ’68». Carlos Fuentes adora sus cuadros. «La imaginación no es sólo el reflejo de la realidad: la crea”, afirma el autor de La muerte de Artemio Cruz cuando habla de la plástica de esta artista nacida el 6 de abril de 1917 en el pueblo de Chorley, en Lancashire, Inglaterra, quien abrazó la corriente surrealista gracias a su encuentro en 1936 con el pintor alemán Max Ernst, con quien también mantuvo una relación sentimental.
En París, Carrington se hizo amiga de famosos surrealistas como el pintor catalán Joan Miró y el poeta francés André Breton. De militancia antifascista, Leonora también se volcó de manera rigurosa a la escritura, hecho que según Monsiváis «distingue notablemente su manera de pintar». Carrington llegó a México en 1943 y desde entonces formó parte activa de la vida cultural azteca.
Hoy, Elena Poniatowska vuelve a ponerla en el centro de atención con un libro que, asegura la escritora, «no es ni una crítica de la pintura de Leonora Carrington ni una biografía. Es una obra basada en conversaciones que sostuvimos durante múltiples entrevistas, en los libros de la propia Leonora y en los que se han escrito sobre ella: el de Whitney Chadwick, el de Susan L. Alberth, el de Julotte Roche».
En un artículo publicado en el periódico mexicano La Jornada, Poniatowska reveló que conoció a la pintora, que es tema de su reciente novela, en los años ’50. «La primera entrevista que le hice apareció en el periódico Novedades, que ya no existe. En estos últimos años he visitado a Leonora a menudo. Hablar con ella de su infancia fue sencillo. Yo le contaba de la mía y, a pesar de los quince años de diferencia en edades, había muchas semejanzas en la forma europea en que nos educaron. De lo que no habló fue de Max Ernst. Cuando le pregunté si había sido su gran amor, respondió que cada amor era distinto; cuando le comenté que su matrimonio con Renato Leduc había sido sólo conveniencia, respondió: ‘Bueno, tampoco’...»
«Leonora no es sólo un acto de amor sino también un homenaje a la vida y a la obra de esta mujer que ha hechizado a México con sus colores, sus palabras, sus delirios, sus arranques, sus historias. Trajo a nuestro país todos los recuerdos de sus vidas anteriores, todos los paisajes, los caminos bajo las acacias, todas las verduras que en México no se comían como los salsifíes, las endivias, las alcachofas. Trajo a Simone Martini, a Piero della Francesca, al Bosco y a Grünewald. Pudo haber vivido en Inglaterra, su país de origen, en los Estados Unidos, en Francia o en España, pero es un privilegio saber que un artista de su altura haya decidido ser mexicana. La deuda con ella es inestimable».
¿Cómo es Leonora Carrington?
Es una mujer maravillosa, tiene una sonrisa preciosa, posee inteligencia y sentido del humor. Me da mucho gusto visitarla. Ella no sería lo que ahora es sin México, siente que la gente la admira y la quiere, es una persona extraordinaria y fuera de lo común; desde hace muchos años fuma y fuma tanto que pienso que un día se va a evaporar con el humo del cigarro.
¿Sabía que usted estaba escribiendo una novela sobre ella?
Ay, no sé. Seguro que no. Y si lo sabía, no le importó. A ella no le importan las cosas que se escriben o se dicen de ella. Le gusta la política o habla de las cosas inmediatas, comunes, cotidianas. Está por encima de todo mito.
¿Y por qué eligió la novela como género para hablar de Leonora y no una biografía?
Mire usted, no tengo formación académica para escribir una biografía. Me da mucha flojera eso del pie de página. Además, en Leonora hay muchas cosas inventadas, hay diálogos que no existieron. Ella, además de ser pintora, es una gran escritora, que narra muy bien. En mi libro hay muchos cuentos que ella me ha pasado.
¿Sus hijos son lo que usted hubiera querido de ellos?
Sí. Son muy buenos, desprendidos. Muy dispuestos a dar a los demás, tienen carreras, les gustan los árboles, son buenos con los animales, tienen perros y gatos.
¿Son sus lectores?
Poco. Quizás han leído un libro, pero no lo sé. Me parece espantoso, pesarles, imponerles. Nunca les pregunto si han leído algo o no. Creo que cuando me muera leerán algo para saber, pero ahora es como un trabajo, hablamos de cosas generales.
Y en la relación con su hija, ¿cree que hay cosas parecidas a las que usted tenía con su mamá?
Sí, siento que mi hija es muy noble, muy agradecida. Mis hijos son gente de primera, porque no viven para ellos mismos o para estupideces como para un coche o una casa. Ellos viven para los demás.
¿Lee más de lo que escribe o escribe más de lo que lee?
Pues escribo mucho, porque sigo haciendo mucho periodismo, pero quisiera dedicarme nada más a los libros. Ahora siento que se me acerca más el fin y quisiera poner orden en todos mis papeles, no soy organizada, me faltan muchos materiales. Mis hijos no van a querer todo lo que hay aquí, no los puedo abrumar, en la vida moderna de los jóvenes no hay cabida para los libros, entonces, quiero organizar, recuperar. Tengo muchísimas libretas en las que hay cuentos y poemas y quisiera ver de qué se trata. Y quisiera donar, porque si yo me muriera ahora les dejaría un gran problema.
¿Escribiría sus memorias, por dónde empezaría a contarlas?
He puesto mucho de mí en las novelas, entonces creo que puedo seguir haciéndolo en novelas. Uno va poniendo cachitos de lo que uno vive. De lo que uno experimenta.
¿Y qué historias se quedaron en el camino?
Bueno, hay muchas. Como entrevistas que no hice, por ejemplo me hubiera gustado entrevistar a Nelson Mandela, me hubiera gustado entrevistar a Dr. Atl (seudónimo del pintor mexicano Gerardo Murillo) que me vino a buscar a la casa.
¿Qué quería el Dr. Atl?
Bueno, vino por amable, supongo que habría escuchado hablar de mí y me quería saludar, conocer. Yo no lo fui a buscar y esperé y después murió. Hay muchas cosas que no he hecho. He trabajado mucho, la cantidad de volúmenes y volúmenes de entrevistas, algunas muy inútiles que me ha mandado a hacer, claro, el jefe de redacción.
¿Cuál es la entrevista inútil?
Como era mujer, me mandaban a hacer notas de consejos de belleza, de moda, crónicas de bodas. A mí eso no me interesaba.
¿Y qué libros vienen?
Bueno, me faltan nueve para cumplir mi objetivo.
¿Cuál es ese objetivo?
Hacer un libro para cada uno de mis nietos. Tengo diez. Leonora está dedicado a mi nieto Thomas Haro Refuveille. Y el próximo será para Inés, mi nieta, la hija de Felipe. Voy a ir de mayor a menor.
¿Y sobre qué escribirá?
Bueno, tengo muchas cosas en la cabeza. Quiero escribir una novela sobre mi marido Guillermo Haro (un astrónomo de gran relevancia, padre de sus hijos y en quien Elena se inspiró para escribir Piel del cielo). También quiero hacer una novela sobre los Poniatowski, porque encontré que Estanislao Poniatowski fue amante de Catalina la Grande; podría hacer algo sobre esa época, me gustaría mucho.
¿Es cierto eso de que en México no se lee?
No, no es cierto. Los mexicanos sí leen. Lo puedo ver por mi propio libro La noche de Tlatelolco, que se sigue vendiendo a través de los años. Y hoy mismo le mandé un libro a alguien porque me dijo: ¡Ay, no lo leí! De todos modos, siento que no hay un público como lo habría en Argentina o en Europa.
Ahora que se va a España a presentar su libro, ¿le gusta viajar?
Sí, me gusta, aunque no quisiera ser el tema principal de cualquier plática en España. En eso, me estoy pareciendo a Leonora Carrington. Me gustaría más dialogar sobre las cosas que pasan en el mundo y no tanto de mí.
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