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Lu Wenyu, en Segovia. (Foto: Rosa Blanco)
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iudad Juárez, Chihuahua. 1 de octubre de 2013. (RanchoNEWS).- «Soy como una planta. Nací y crecí en el mismo sitio. Salí de China por primera vez con 37 años. Hasta entonces no sabía cómo era el mundo. Pero cuando lo vi, lo que me sorprendió fue que en todas partes descubría similitudes con mi ciudad, Hangzhou. Estaba en las calles italianas. Hoy la he vuelto a ver en las de Segovia». La arquitecta Lu Wenyu (1966) dio una charla el fin de semana pasado en el Hay Festival. Por primera vez, fue ella quien habló en público. Y lo hizo con tanta consistencia y pasión que parecía que llevara toda la vida haciéndolo. En realidad lleva 12 años dando clase. Con su marido, el premio Pritzker Wang Shu, fundó en 1998 el estudio Amateur Architecture. Y tres años después la escuela de arquitectura de su ciudad, al este de China. «Con un edificio puedes hacer poco. Dar clases era la única manera de multiplicar el impacto de lo que nos parece fundamental: no destrozar China. La globalización comenzó hace siglos, pero debería ser suma y no destrucción. En mi país las antiguas aldeas son destrozadas, por eso abogamos por trabajar con los restos, por construir a partir de esa destrucción». Una nota de Anatxu Zabalbeascoa para El País:
Autores del Museo de Ningbo, construido en parte a partir de los restos de otros edificios, llevan 25 años juntos: «nos hemos convertido en uno». Y aunque juntos trabajan en su pequeño estudio y juntos fundaron la escuela de arquitectura de esa ciudad solo él recibió el Pritzker el año pasado. «Wang Shu no lo encontraba justo. E insistió en compartirlo, pero no quise». Y da dos razones. La primera: «quiero una vida y prefiero pasarla con mi hijo. En China pierdes la vida si te haces famoso. Allí no aceptaría ninguna entrevista. Y en un país de lengua inglesa tampoco», explica después de asegurar que esta es su primera entrevista.
La segunda es que su arquitectura «es la que siempre ha querido hacer él. Yo realmente quería ser bióloga, no soy una arquitecta vocacional, soy una convencida». ¿Construir a partir de la destrucción es entonces idea de su marido? «Sí, pero la he hecho mía. Y espero que mucha más gente la haga suya. Tiene sentido. No le sigo a ciegas».
Pero lo que es mejor para su vida podría no ser tan bueno para muchas arquitectas del mundo. «Puede que eso no las haga felices. Soy consciente de que ahora en China hay más mujeres arquitectas que arquitectos, mientras que cuando yo comencé solo el 10% era mujer. Pero yo debo ser justa con lo que creo».
Con todo, sí aceptó en 2011, el premio Schelling que comparte con su marido. «Sabía que no cambiaría mi vida», dice con una sonrisa. «Soy feliz de poder hacer la arquitectura que creo que ayuda a que nuestros pueblos y ciudades sean mejores. Estoy convencida de que hablar de ello despierta interés en otras personas, pero no quiero ser famosa. Y si estoy equivocada, sé que el error es el efecto secundario de tomar decisiones. Si no admitimos el error nos convertimos en personas monotemáticas».
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