Fans ante el cine Ritzy, que homenajea en su cartel a Bowie. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 12 de enero de 2016. (RanchoNEWS).- Pelucas, brillos, lentejuelas, caras atravesadas con rayos de pintura roja. Brixton fue anoche un desfile de aladdin sanes, de ziggy stardusts, de mayores tom, de duques, todos los alter ego de un vecino ilustre que acababa de volar de vuelta a las estrellas de repente, sin despedirse. El popular barrio del sur de Londres donde David Bowie nació hace 69 años y tres días quiso vivir el duelo como su leyenda se merece. Reporta Pablo Guimón para El País.
Enfrente de la estación de metro, en la trasera de unos grandes almacenes, esperaba la primera parada del peregrinaje. El mítico mural de Bowie, encarnado en Aladdin Sane, era ya un templo pagano en el que se amontonaban las flores, las fotos, los discos y las velas depositados durante todo el día. «Descansa en Paz, Bowie. Un hombre de las estrellas se ha ido al cielo. Con amor de su viejo amigo», leía una dedicatoria junto a un ramo de rosas.
Recuerdos ante el mural dedicado a Bowie en Brixton.
Pero entrada la noche, no había quien accediera a contemplar las ofrendas de aquel templo. La gente se agolpaba en torno a un puñado de jóvenes músicos, cantando al unísono. Cualquier guitarra era el centro de una fiesta. «¿Puedes oírnos, Mayor Tom?», preguntaba al cielo una multitud de improvisados cantantes nacidos mucho años después de que su héroe escribiera Space Oddity en 1969. «No creo que haya muchos artistas capaces de congregar a gente de tantas generaciones», opinaba Julia, diseñadora gráfica de 32 años. Contaba que se había despertado feliz, escuchando Bowie en la radio, hasta que se dio cuenta de por qué todos los disc jockeys ponían su música. «He estado todo el día desolada», explicaba, «así que cuando me enteré de que la gente iba a venir aquí a despedirse de él no lo dudé un minuto».
Blogs locales y perfiles de Facebook de pubs del barrio habían animado a la gente a lo largo del día a venir a Brixton por la noche a despedirse de su vecino marciano. Tampoco hizo falta insistir mucho. La soledad en que Bowie había dejado a sus fans invitaba a buscar compañía, y anoche Brixton era el lugar.
Los djs pinchan Bowie en una furgoneta convertida en soundsystem.
El cartelón en la fachada del cine Ritzy, que normalmente anuncia la película que se pasa en enormes letras blancas sobre fondo negro, se sumó al homenaje con una escueta frase que resumía el espíritu de la noche: «David Bowie. Nuestro chico de Brixton». Porque el artista global que viajó con sus canciones a la estrellas y murió en Nueva York, nació y creció en Brixton.
El cartel del Ritzy presidía una especie de rave rockera espontánea en la explanada, en la que cientos de personas bailaron y corearon los éxitos de Bowie hasta la medianoche. La música corrió cortesía de unos amigos del cercano barrio de Surrey Quays, que se vinieron con su furgoneta Volkswagen, tocada con un neón rojo y convertida en eficaz sound system con potentes bafles y dos platos para pinchar.
«Hace un par de horas estaba en casa a punto de ver una película», explicaba Ed, que compró la furgoneta hace dos años con unos amigos por eBay, porque vieron en ella un buen sistema para hacer fiestas callejeras. «Mis amigos me llamaron y me dijeron que esta podía ser ser una buena oportunidad para una fiesta. Así que aquí nos vinimos. ¡Pero se nos están acabando los vinilos de Bowie!».
Velas en botellines en homenaje a Bowie.
Se diría que todos los pubs de este barrio mestizo pincharon a Bowie anoche. Las largas colas en las puertas daban fe de que aquello era lo que la gente quería escuchar. Quizá ningún lunes haya sido tan difícil tomar una pinta en Brixton. Por eso, y por las guitarras espontáneas lanzando incansables los acordes de Heroes, la fiesta se trasladó a las calles, que empezaron a tapizarse de botellines de cerveza vacíos. Pero ahí estaba Carla, vecina de Kennington, con su original idea de reciclaje improvisada unas horas antes. Ofrecía delgadas velas rojas para prenderlas en los botellines vacíos y formar pequeños altares a los pies de los árboles. «Si son muchos», confiaba Carla, «puede que David los alcance a ver desde las estrellas».
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